Jorge Antonio Catalá Sanz - El bandolerismo morisco valenciano

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El bandolerismo morisco en la Valencia de la segunda mitad del Quinientos contribuyó a forjar la idea de la imposible asimilación de los cristianos nuevos de moros y su consideración como una recurrente amenaza para la paz pública y la integridad del reino. De acuerdo con la interpretación predominante, sus acciones cobran sentido si se insertan en el contexto de la lucha entre Cristiandad e Islam. Sin embargo, el estudio al detalle de las cuadrillas, revela aspectos hasta ahora desconocidos que se dan de bruces con la imagen del bandido morisco como guerrero de la fe o vengador de la minoría oprimida. Asimismo, la investigación llevada a cabo pone en cuestión la creencia igualmente arraigada de que los bandidos moriscos valencianos se concertaron con agentes turcos, corsarios norteafricanos o infiltrados granadinos para traer en jaque a la monarquía hispánica.

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Por poco tiempo. Tras la muerte del virrey Aytona en 1594, el bandolerismo morisco se reactiva y da sus últimos y vigorosos coletazos justo antes de la expulsión. De la recidiva cree el autor buena prueba la publicación por el sexto conde de Benavente de una nueva pragmática contra las cuadrillas de salteadores moriscos y sus receptadores en junio de 1599, así como la pregonada por el marqués de Villamizar, hermano del duque de Lerma, en octubre de 1605, en la que se menciona a cuatro bandidos moriscos. 43Del aparatoso repunte final es testimonio, por su parte, la que el marqués de Caracena da a la imprenta el 1 de diciembre de 1608, encaminada a obtener la captura de una cuarentena de forajidos moriscos y el castigo de sus favorecedores. Se explica así la insistencia del autor en el «escandaloso» rebrote y «en el rictus creciente de ferocidad y exasperación» del bandidaje morisco en vísperas del extrañamiento. 44

Si la autoridad de Halperin Donghi ha servido antes para reforzar su punto de vista sobre la trascendencia de la guerra de Granada en las relaciones entre cristianos y moriscos en Valencia, en este punto, sin embargo, García Martínez se desmarca de su criterio, ciertamente disonante con la ortodoxia braudeliana. Dice así Halperin:

Ese mundo aparte que era el de los bandidos tenía sin duda raíces muy hondas en la sociedad valenciana, se vinculaba con ella por mil canales impensados […] Pero en la libre sociedad de los bandidos pierden sentido las oposiciones que antes lo tenían: ya no es posible hablar, en rigor, de moriscos y de cristianos viejos. Se constituye, en cambio, una suerte de fraternidad elemental y primitiva, no más allá, sino, si así puede decirse, por debajo de las oposiciones y fraternidades de la vida legal. Aquí los nombres de cristianos viejos y de moriscos pueden ir al fin hermanados, así sea en las crides en que los virreyes ponen precio a sus cabezas. 45

Disiente García Martínez de este argumento, no porque esté falto de lógica, sino porque carece del exigible respaldo documental. 46Pero no es así. O no lo es del todo. Se basa Halperin, en primera instancia, en la pragmática estampada por Villamizar en 1605, que junto con los nombres de una veintena de forajidos cristianos da los de los moriscos Mombohí, Josep Giber, Joan Çayfati y Benazim Portilli, lo cual, en honor a la verdad, está muy lejos de probar el entendimiento entre unos y otros. Y se apoya más tarde, esta vez con mayor sustancia, en las declaraciones de un francés, Pedro de Castanyet, fabricante y proveedor de pólvora capturado en los alrededores de la Muela de Cortes en noviembre de 1609, quien, torturado para saber de sus contactos con los sublevados, confiesa ser en realidad un bandido «que ha ido en compañía de los moriscos y de los cristianos viejos que están con ellos haciendo males por el reino» y que ha encontrado por la zona a más de veinte de sus camaradas dando «ánimo a los moriscos». Ello da pie a Halperin para abundar en su arriesgado juicio:

… en los días de la rebelión no existe ya esa nación de los cristianos nuevos que hemos conocido; la masa morisca que resiste no está ya encuadrada por sus tradicionales dirigentes: las virtudes de prudencia, el ascendiente sobre los señores cristianos, todo eso no es ya apreciado en la nueva situación que se ha creado a los moriscos, vale más la alocada decisión de los refugiados de Granada, la experiencia de los bandidos cristianos viejos. Así la resistencia morisca se organiza con nuevos jefes y nuevos auxilios. 47

La cuestión, por lo tanto, no es si hay evidencias documentales que permitan sostener que moriscos y cristianos viejos colaboraron en acciones criminales, sino si tal cosa ocurrió con una frecuencia significativa y, en caso afirmativo, si ello implica que, cómplices en el delito, en la proscripción y en la vida a salto de mata, las diferencias de civilización que los enfrentaban se diluían en la sociedad libre y fraternal del bandidaje, pues de ser cierta esta idea afectaría a la médula misma del modelo interpretativo de Braudel, Reglà y García Martínez, al menos en lo que atañe al bandolerismo morisco.

BERNARD VINCENT Y EL ESTUDIO DE LOS MONFÍES GRANADINOS

No puede decirse que la desafiante hipótesis de Halperin Donghi haya tenido eco en la investigación especializada. No, desde luego, en Valencia; escéptico y prudente, García Martínez opta por reservar la opinión hasta mayores indagaciones sobre el tema. Tampoco en la visión canónica del bandolerismo granadino, de la comparación con la cual pueden extraerse muchas lecciones. Dicha visión es deudora, fundamentalmente, de las aportaciones de Julio Caro Baroja, que Braudel incorpora a la segunda edición de su Meditérranée , y, sobre todo, de Bernard Vincent. Basándose, como se ha dicho, en las crónicas de la época, Caro Baroja afirma que el acuadrillamiento morisco tiene su raíz en la protección que los señores brindan en sus dominios a los nuevos convertidos que delinquen, de cuyos golpes sacan provecho. El propio nombre de monfí, que en árabe significa desterrado, guarda relación con la condición de encartado o confinado del criminal morisco refugiado en señorío. El testimonio más contundente al respecto es el de Francisco Bermúdez de Pedraza, que en su Historia eclesiástica de Granada asevera que en el reino era costumbre antigua

que todos los que cometen delitos se salvavan y estavan seguros en los lugares de señorío. Una cosa mal sonante, y que se juzgava por causa de más delitos, porque era en favor de mal hechores, impedimento de la justicia y desautoridad de los ministros della. 48

La situación cambia cuando se prohíbe a los señores acogerlos y a las iglesias ofrecerles inmunidad por más de tres días, pero no parece que remita el problema. Al contrario, escondidos en las montañas, los monfíes se organizan en cuadrillas con capitán y bandera. Armados de ballestas, crecen en número y en atrevimiento y crecen también sus fechorías, a veces de acuerdo con los corsarios turcos y norteafricanos que alcanzan de continuo la costa. Y se conciertan además con los «mancebos gandules», gente bulliciosa que –dice Mármol y Carvajal– en cada barriada de Granada se pone a las órdenes de un capitán de esta suerte de milicia urbana. He aquí los tres elementos de choque, concluye Caro Baroja, con que contarán los sublevados desde la primera hora del levantamiento. 49

«Punta de lanza» de la resistencia morisca los considera Bernard Vincent en el primero de sus estudios sobre la materia, publicado en 1981, y recuerda una célebre sentencia de Braudel: «el bandidaje terrestre es hermano de la correría marítima, con la que presenta muchas afinidades». 50Tan inextricable es este vínculo –agrega Vincent–, que las autoridades del reino no siempre son capaces de distinguir a unos de otros. Para definir a estos malhechores, los cristianos viejos se sirven de la palabra árabe munfi , aunque alteran su sentido para usarla como sinónimo de criminal. Pero si a los ojos de estos el monfí no es más que un salteador, para los moriscos, por el contrario, es un «héroe de la libertad», cuando no un «hombre santo», razón del prestigio de que gozan entre sus correligionarios muchos de ellos. Pues los monfíes –continúa Vincent– no actúan al azar; tan solo atacan a cristianos viejos, de preferencia posaderos (a menudo delatores de las autoridades), mercaderes y, especialmente, eclesiásticos, símbolo por excelencia de la opresión que padecen los moriscos, por las exacciones que les exigen y por sus odiosas campañas de evangelización. 51

Varios factores explican la persistencia del bandolerismo morisco en Andalucía oriental. Al conflicto de civilizaciones en el que se inserta, que Vincent, como Braudel, sitúa en la base del asunto, se suman la facilidad con que los bandidos pueden hacerse a la mar si se ven en peligro, para regresar en cuanto este haya pasado, y la fragosidad de aquellas tierras, donde resulta fácil echarse al monte y burlar a los perseguidores. Son hechos bien conocidos. La solidaridad de la comunidad morisca con los monfíes es otro elemento de peso. A pesar de que muy pronto, en 1514, se toman medidas contra los receptadores y se obliga a las aljamas a participar en las batidas y a mantener a las compañías de soldados enviadas por la Audiencia a sitios estratégicos, la lacra del bandolerismo morisco no puede ser extirpada. Tampoco contribuye la suspensión de las inmunidades señoriales y eclesiásticas desde 1560: sintiéndose amenazados, muchos hombres que se habían establecido después de delinquir huyen al monte para evitar ser prendidos. Por añadidura, las constantes desavenencias y roces entre la Audiencia y la Capitanía General, reflejo del desconcierto sobre la forma de hacer cumplir la ley, no hacen sino agravar la magnitud del asunto. 52

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