CUARENTENA ATENUADA
JORGE A. FREIRE
CUARENTENA ATENUADA
EXLIBRIC
ANTEQUERA 2021
CUARENTENA ATENUADA
© Jorge A. Freire
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Iª edición
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ISBN: 978-84-18730-04-7
JORGE A. FREIRE
CUARENTENA ATENUADA
Este poemario está dedicado a mi madre, que es mi faro, mi guía, mi agonía, mi flor cortada, mi neumonía, el fruto de mi huerto, la mujer de mi vida, mi alegría.
También en menor medida, por razones obvias, a Diana, que me hizo ejercer de Sherezade crepuscular, que me dejaba vivir un día más, que atenuó mi cuarentena, que motivó de manera involuntaria este trabajo, a la que aún no conozco, a la que espero conocer, a la que tal vez no conozca nunca.
Y a B.P.L, que me hizo explorar partes de mi mente que desconocía, que se marchó como llegó, que me condenó a galeras y sus razones tendría, y me puso a los pies de mis caballos.
Índice
Cancerbero enamorado CANCERBERO ENAMORADO Cancerbero enamorado, guardián de sus infiernos, con dolor de cabezas, sin tres pares de monedas con que pagar al barquero, se ofrece por horas como mascota por amaestrar, a viajeros por educar, a hijos por nacer, a muertos desorientados, para control de virus y pandemias, para reflotar economías estigias, para ondear banderas blancas y silbar himnos vacíos. Cancerbero con tortícolis se ofrece para lamer manos limpias, ajenas a asuntos sucios, para circular cuadros y cuadrar círculos, como profesor a domicilio de lenguajes olvidados, para mentes livianas y corazones rotos. Cancerbero recostado sin regazo definido se ofrece para consolar consoladores y destruir ruinas que levantar de cero, para interpretar besos y posos, para mirarte de frente y olvidar las espaldas, para darte ese amor que otros le negaron, para vigilar tu sueño de los falsos guardianes y caminar a tu lado en los días grises. Cancerbero enamorado que ladra a tres voces a la luna y que gruñe a las sombras que se muestran, espera tumbado tu regreso, para indicarte el camino, para caminar contigo hacia el destino elegido.
Ese señor que vive conmigo ESE SEÑOR QUE VIVE CONMIGO Ese señor que vive conmigo me observa mientras duermo y llega siempre al baño antes que yo. Me mira desde el otro lado del espejo y me asegura que él no es el reflejo. Algunas veces le creo, otras me doy la vuelta y sé que me hace burla. Lleva mis rasgos, pero no me reconozco; finge ser yo, pero no lo es; finjo ser él, pero no lo soy. La última letra de su nombre es la primera del mío. Ese señor que vive conmigo no acepta cheques, ni armisticios; no busca acuerdos, ni alianzas; no cumple plazos, ni paga hipotecas. Sólo mira y espera.
La casa boca abajo LA CASA BOCA ABAJO Tengo una casa de suelos altos y espacios llenos de ansiedades. El techo que piso es de cerámica, fresco en verano y frío en invierno, y se queja cuando ando. Las ventanas se abren hacia afuera y los armarios hacia dentro; los barrotes son de atrezo y las lámparas me hablan de lugares lejanos que nunca podré visitar. Los ruidos de la noche me dicen secretos al oído en código morse, que anoto mentalmente en las arrugas de la almohada, y no consigo descifrar cuando despierto. Por eso, duermo con los ojos abiertos y me siento cómodo en el sopor de la vigilia, aunque me cueste distinguirlos. Por eso, miro al suelo antes de dormir y al techo al levantarme, para poder acompasarme a su latido.
Los domingos LOS DOMINGOS Los domingos son un cabo suelto, un día desconcertado, un paréntesis, la vida entre comillas, una antesala, un desajuste. Aguardan las tazas sus grumos, los tostadores sus panes, las cucharillas sus vueltas, el café los posos, las galletas sumergirse. Tienen los domingos un halo de tristeza del que carecen los sábados, de fin de ciclo, de compás forzado, de muerte anunciada, de crisantemo. Los domingos ni se nada, ni se guarda la ropa; se busca en los trasteros, se limpia el polvo, se barren los rincones, se censan arañas, se cuecen habas. Los domingos se va a misa, se duermen las musas, se despiertan los laureles, se escriben los tordos, las pulgas no saltan, los gatos meditan. Los domingos no se toman decisiones, ni se asaltan horizontes, ni se cuentan batallas, ni se lustran las frentes. Los domingos no se viven, se soportan se inventan, se traspapelan, se someten, se tergiversan, se trocan. Los domingos toman el sol los lagartos y las piedras son Bastillas que tomar y los arándanos soles en las zarzas y los pétalos lluvia de flores. Los domingos sudan las paredes, se bifurcan caminos, se retoman sendas, se tronchan ramas, se amontona la broza, se crispan las melenas, se resuelven crucigramas. Los domingos no se hacen planes, ni se atisban caracolas, ni se da cuerda a los relojes ni se besan mariposas, ni se ajustan cuentas, ni se entienden los mapas. Los domingos son un cabo suelto, un día desconcertado, un paréntesis…
Miedo MIEDO El miedo dejó de ser circunstancia y se convirtió en constante. Habitaba en los bolsillos, en las patillas de las gafas, en los arcos de las frentes, en senderos y anaqueles, en los estantes. Adquirió protagonismo, se granjeó enemigos, ocupaba las portadas, tertuliaba en las ondas, se aplaudía a sí mismo cada tarde, y fundó su Gran Hermano, con los mismos perros, con distintas mascarillas, con precaución de guante roto, las manos bebiendo alcohol, las bocas secas. El miedo castigaba los afectos, vaciaba las calles, encerraba por dentro, acorralaba por fuera, miraba raro, imponía vigilancias, admitía corolarios, concedía visados, aplazaba deudas, extendía recetas, decomisaba pedidos, enfrentaba niños adultos, en patios lujosos de colegio, con delegados, testigos, portavoces, señorías; sus actas intactas, sus bolsillos sin agujeros, sus caras sin vergüenza, sus carteras sin mácula. El miedo se escribía con mayúsculas, con puntos suspensivos, con tinta fuerte, fuente grande, doble espacio, y conquistó casillas, supermercados, comedores, antesalas, bancos. Se hicieron colas lentas en las calles, en los pasillos, como en un rito, el ritmo lento, la mirada perdida, las bolsas colgando de los ganchos de los brazos, los carros levitando; los suelos se llenaron de la viruela de las marcas, el dinero se ofuscó, las tarjetas echaron humo y los extintores lloraron su desamor, sin manos desprovistas que quisieran tocarles y aliviarles su presión. El miedo engordó por exceso de pábulo; se lo creyó, se pavoneó, abusó y lo grabó con el móvil, lo difundió, y cuando se marchó, no lo hizo para siempre; se quedó cerca, caminando de puntillas.
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