Jorge Antonio Alonso Freire - Cuarentena atenuada

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La vida es una autopsia a pecho cerrado, una patología incurable hasta el último aliento; una paleta con todos los colores o con ninguno; una oportunidad o un trance innecesario; un grito sin eco o un beso en el cielo del paladar; una cuarentena atenuada, si tienes la suerte de proyectar sombra, de sentir amor, apoyo, ruido, al otro lado de ese tabique que podría ser el tuyo; un corazón sangrando pintado en una pared sucia, pero latiendo, que es lo que importa.

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Braille BRAILLE A veces envidio a los ciegos, porque ven de otra manera, porque escriben con bastones y dibujan en el aire, que se agarran del trineo de sus perros, que venden su falta de suerte por las esquinas, para que tú tengas la tuya; que no resoplan, que no corren, que se deslizan por caminos invisibles. A veces quisiera ser ciego por un rato, para no ver lo de siempre, para hacerme a la idea de otros mundos, para exiliarme a otro planeta de ambiente más respirable, de aires menos densos, de pocos habitantes. A veces me siento ciego, porque leo los carteles y no los entiendo; porque miro sin ver y tropiezo con las aldabas de las puertas, y me cuelgo de los telefonillos que dan acceso a los alcorques, y todo me parece negro hasta que cierro los ojos y puedo leer un te quiero con las yemas de los dedos, un número en un panel, un chiste en el suelo. A veces admiro a los ciegos que discuten con bordillos, que pactan con escalones, que conquistan parachoques, que encandilan cascabeles, que construyen castillos en sus aires, que orientan mariposas y amplían susurros. Admiro a los ciegos, porque escuchan tu silencio y encapsulan el suyo, porque leen libros abiertos, no cuentan sus pasos, ni censuran los ajenos.

Cuarentena atenuada

Entre bambalinas

Caza furtiva

La desmemoria

A las ocho en punto

Desde mi ventana

Arte

Big Bang

Hechizo

La frialdad

El cristal con que me miras

Desagradecidos

Primavera arrepentida

Tengo

La vida a mis pies

Me faltan

Rara vez

Sirenas de agua dulce

Si yo fuera un virus

Quién tuviera un perro

Unos labios pintados

En mitad de ningún sitio

La sangre de los árboles

Alguien dijo alguna vez

La vida detenida

La risa

Al otro lado

La distancia

Gris sobre fondo blanco

Uno de estos días

Los sueños

El mundo que vendrá

El compromiso

Desescalada

CANCERBERO ENAMORADO

Cancerbero enamorado,

guardián de sus infiernos,

con dolor de cabezas,

sin tres pares de monedas

con que pagar al barquero,

se ofrece por horas como mascota por amaestrar,

a viajeros por educar,

a hijos por nacer,

a muertos desorientados,

para control de virus y pandemias,

para reflotar economías estigias,

para ondear banderas blancas

y silbar himnos vacíos.

Cancerbero con tortícolis se ofrece

para lamer manos limpias,

ajenas a asuntos sucios,

para circular cuadros y

cuadrar círculos,

como profesor a domicilio

de lenguajes olvidados,

para mentes livianas

y corazones rotos.

Cancerbero recostado sin regazo definido

se ofrece para consolar consoladores

y destruir ruinas que levantar de cero,

para interpretar besos y posos,

para mirarte de frente y olvidar las espaldas,

para darte ese amor que otros le negaron,

para vigilar tu sueño de los falsos guardianes

y caminar a tu lado en los días grises.

Cancerbero enamorado que ladra a tres voces a la luna

y que gruñe a las sombras que se muestran,

espera tumbado tu regreso,

para indicarte el camino,

para caminar contigo

hacia el destino elegido.

ESE SEÑOR QUE VIVE CONMIGO

Ese señor que vive conmigo

me observa mientras duermo

y llega siempre al baño antes que yo.

Me mira desde el otro lado del espejo

y me asegura que él no es el reflejo.

Algunas veces le creo,

otras me doy la vuelta

y sé que me hace burla.

Lleva mis rasgos,

pero no me reconozco;

finge ser yo, pero no lo es;

finjo ser él, pero no lo soy.

La última letra de su nombre

es la primera del mío.

Ese señor que vive conmigo

no acepta cheques,

ni armisticios;

no busca acuerdos,

ni alianzas;

no cumple plazos,

ni paga hipotecas.

Sólo mira y espera.

LA CASA BOCA ABAJO

Tengo una casa de suelos altos

y espacios llenos de ansiedades.

El techo que piso es de cerámica,

fresco en verano y frío en invierno,

y se queja cuando ando.

Las ventanas se abren hacia afuera

y los armarios hacia dentro;

los barrotes son de atrezo

y las lámparas me hablan de lugares lejanos

que nunca podré visitar.

Los ruidos de la noche me dicen secretos al oído

en código morse,

que anoto mentalmente en las arrugas de la almohada,

y no consigo descifrar cuando despierto.

Por eso, duermo con los ojos abiertos

y me siento cómodo en el sopor de la vigilia,

aunque me cueste distinguirlos.

Por eso, miro al suelo antes de dormir

y al techo al levantarme,

para poder acompasarme a su latido.

LOS DOMINGOS

Los domingos son un cabo suelto,

un día desconcertado,

un paréntesis,

la vida entre comillas,

una antesala,

un desajuste.

Aguardan las tazas sus grumos,

los tostadores sus panes,

las cucharillas sus vueltas,

el café los posos,

las galletas sumergirse.

Tienen los domingos un halo de tristeza

del que carecen los sábados,

de fin de ciclo,

de compás forzado,

de muerte anunciada,

de crisantemo.

Los domingos ni se nada,

ni se guarda la ropa;

se busca en los trasteros,

se limpia el polvo,

se barren los rincones,

se censan arañas,

se cuecen habas.

Los domingos se va a misa,

se duermen las musas,

se despiertan los laureles,

se escriben los tordos,

las pulgas no saltan,

los gatos meditan.

Los domingos no se toman decisiones,

ni se asaltan horizontes,

ni se cuentan batallas,

ni se lustran las frentes.

Los domingos no se viven,

se soportan

se inventan,

se traspapelan,

se someten,

se tergiversan,

se trocan.

Los domingos toman el sol los lagartos

y las piedras son Bastillas que tomar

y los arándanos soles en las zarzas

y los pétalos lluvia de flores.

Los domingos sudan las paredes,

se bifurcan caminos,

se retoman sendas,

se tronchan ramas,

se amontona la broza,

se crispan las melenas,

se resuelven crucigramas.

Los domingos no se hacen planes,

ni se atisban caracolas,

ni se da cuerda a los relojes

ni se besan mariposas,

ni se ajustan cuentas,

ni se entienden los mapas.

Los domingos son un cabo suelto,

un día desconcertado,

un paréntesis…

MIEDO

El miedo dejó de ser circunstancia

y se convirtió en constante.

Habitaba en los bolsillos,

en las patillas de las gafas,

en los arcos de las frentes,

en senderos y anaqueles,

en los estantes.

Adquirió protagonismo,

se granjeó enemigos,

ocupaba las portadas,

tertuliaba en las ondas,

se aplaudía a sí mismo cada tarde,

y fundó su Gran Hermano,

con los mismos perros,

con distintas mascarillas,

con precaución de guante roto,

las manos bebiendo alcohol,

las bocas secas.

El miedo castigaba los afectos,

vaciaba las calles,

encerraba por dentro,

acorralaba por fuera,

miraba raro,

imponía vigilancias,

admitía corolarios,

concedía visados,

aplazaba deudas,

extendía recetas,

decomisaba pedidos,

enfrentaba niños adultos,

en patios lujosos de colegio,

con delegados,

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