Múltiple y diverso es, asimismo, el problema morisco en el planteamiento de Braudel. De su argumentación y variaciones entre la primera y la segunda ediciones de La Meditérranée , así como de sus contradicciones, ha hecho un análisis riguroso Rafael Benítez, al cual remitimos para una crítica por extenso. 11Braudel sostiene desde el arranque que no hay uno, sino varios problemas moriscos, «por lo demás inseparables, que se esclarecen mutuamente al relacionarse los unos con los otros». De todos ellos, los más trascendentales son los que traen origen de las zonas más densamente pobladas por moriscos: Granada y Valencia. Las diferencias entre ambas vienen determinadas por la cronología de la conquista y de la conversión, por el grado de intervención de la corona en este último proceso –crucial en el primer caso, casi inexistente en el segundo, a criterio de Braudel– y por el modo en que los cristianos nuevos de uno y otro reino ocupan el territorio y conviven con sus dominadores. Como resultado de estos factores, siendo coloniales ambas sociedades, la valenciana semeja
un traje desgastado y, a menudo, desgarrado. No hay aristocracia ni minoría selecta musulmana por encima de la gran masa proletaria de los vencidos; no hay, por tanto, resistencia organizada y sabiamente armonizada. Por doquier, en ciudades y campos, el morisco está bajo el poder de la sociedad victoriosa. Los defensores de los fellahs son los propios señores. 12
Por el contrario, en Granada son aún reconocibles, décadas después de la conquista, los rasgos de una sociedad islámica:
Sigue siendo poderosa y coherente, con una clase dirigente (que no existía o que había desaparecido en Valencia), la burguesía del Albaicín, esta masa de notables vestidos de seda, ricos, prudentes, misteriosos, que reinan sobre un pueblo de horticultores y de criadores de gusanos de seda, campesinos sabios en el arte de canalizar las corrientes de agua fertilizadora, todos pobres y vestidos de algodón. Esa ciudad, la ciudad de los notables, no brilla por su valentía y es natural que así sea.
Aunque el párrafo se modifica notablemente en la edición de 1966, la tesis de fondo, advierte Benítez, permanece: la clase rectora granadina conserva sus cuadros y tradiciones y, si bien a regañadientes, coordina la resistencia del pueblo explotado. Frente a esta imagen de Granada como una sucesión de vegas feraces, objeto de la avaricia cristiana, donde los conquistados confían todavía en sus élites para frenar el expolio, la Valencia morisca es, a los ojos de Braudel, que aquí mira a través de los de su discípulo Lapeyre, cuya Géograhie de l ’ Espagne morisque se había publicado en 1960, un paisaje de regiones montañosas y tierras de secano, tan pobres como incapaces de oponerse a la dominación colonial son sus habitantes, únicamente amparados por sus señores. 13
¿Qué ocurre entonces para que la rebelión estalle en Granada y no lo haga en Valencia? Varias son las razones que explican tan dispar desenlace, algunas de índole estructural: «rapiñas, robos, injusticias, asesinatos en masa: materia bastante para inculpar a la España cristiana»; otras coyunturales. Entre las primeras no tiene en cuenta Braudel el marco jurídico e institucional foral y la tradición pactista del reino de Valencia, fundamentales, como aduce Benítez, para comprender la calma relativa de los moriscos valencianos y la capacidad de negociación y maniobra de sus señores. 14Pero hagamos ahora abstracción de esta y otras lagunas. Entre las segundas, en cambio, sí hace explícita Braudel, y conviene traer aquí a colación, la temprana presión ejercida por la corona a través de la Chancillería de Granada sobre la nobleza feudal en general y sobre los Mendoza en particular, para que, al menos desde 1540, dejen de ofrecer asilo en sus dominios a los forajidos moriscos. Cuando la malthusiana desconexión entre población y recursos económicos haga sentir sus inexorables efectos dos décadas más tarde y los bandidos –los monfíes – ya no puedan refugiarse en las tierras de los señores y se echen al monte, un nuevo elemento de alteración vendrá a agravar las tensiones: la connivencia de las cuadrillas de salteadores con los gandules (miembros de milicias urbanas que, más que velar por la seguridad, parecen coadyuvar al desorden), y con los corsarios berberiscos o turcos que castigan la costa. Braudel, que ahora sigue el ensayo de Julio Caro Baroja sobre los moriscos de Granada, editado en 1957, une así, desde sus primeros pasos, las «incursiones por las llanuras y la caza al hombre» con la guerra colonial, insertando el bandolerismo morisco en la dialéctica, cruel e intransigente, del choque entre civilizaciones. 15
REGLÀ, EL BANDOLERISMO CATALÁN Y EL PELIGRO MORISCO EN LA CORONA DE ARAGÓN
Los leitmotivs braudelianos son asuntos recurrentes en la obra de Joan Reglà. El bandolerismo catalán, tema al que dedicó varios de sus trabajos más célebres, es, a su entender, como en toda la cuenca mediterránea, hijo de la pobreza, y, aunque sus orígenes puedan rastrearse hasta la Baja Edad Media, alcanza su máxima dimensión en la segunda mitad del siglo XVI y el primer tercio del XVII, a causa primero de la escasez de recursos productivos para sostener a una población en alza constante y luego del desbarajuste monetario. Estímulo añadido son –y a ello se ha referido también Braudel– las remesas de metales preciosos de América en tránsito hacia Génova a través de Cataluña a partir de 1578, que incitan a los salteadores a tentar a la suerte en los caminos: «Quan els “carros de moneda” sortien de Lleida, les quadrilles de bandolers es preparaven a donar una forta envestida contra l’or i la plata que les “flotas de Indias” havien portat a Espanya». 16
La montaña es, por supuesto, el gran telón de fondo de las peripecias de los forajidos: «El Pirineu és […] un aiguabarreig de contrabandistes –especialment de cavalls–, bandolers i hugonots francesos, que ben sovint actuen conjuntament». La inmigración francesa, alimentada por las guerras de religión en el país vecino y por los mejores salarios en Cataluña, aviva el fuego del bandolerismo. La facilidad con que los delincuentes, entre ellos numerosos gascones «inadaptados», pueden cruzar la frontera pirenaica y la falta de colaboración entre las autoridades de ambas vertientes para mancomunar la acción represiva contribuyen a que la criminalidad se derrame por las llanuras: «El bandolerisme és la plenitud demogràfica de la muntanya, que es va desbordant amb violència cap al pla i que avança i retrocedeix com uns rigodons tràgics, segons l’energia de les autoritats en la persecució». 17Las frecuentes correrías de hugonotes en el Principado, auxiliados por los bandidos locales, dotan además al problema de una nueva y alarmante dimensión para la monarquía de Felipe II, que Reglà no duda en comparar con la que en el litoral representa el entendimiento entre los moriscos y los piratas turcos y norteafricanos. 18
Al germen social o socioeconómico del bandidaje suma Reglà un componente político que lo acrecienta y que hace imposible su extinción: la jurisdicción señorial. No es solo –dice– que resulte utópico acabar con los crímenes inspirados por los barones o los «cavallers de la muntanya», sobre todo aquellos más duramente golpeados por la crisis, sino que la corona ha de resignarse a soportar que los malhechores atraviesen impunes las lindes entre las tierras de realengo y las de señorío cada vez que se ven arrinconados, al igual que traspasan las de Aragón y Valencia, no solo las de Francia, cuando las circunstancias lo requieren. Desde este punto de vista, y habida cuenta de la importancia del mosaico jurisdiccional y de la querencia señorial por dirimir sus discordias mediante las armas en el desarrollo del problema, Reglà plantea la hipótesis (enlazando las ideas de Braudel con las de Trevor-Roper sobre el papel de la gentry en la revolución inglesa de 1640 y de Elliott sobre la revuelta catalana) de que la «crianza» de bandoleros por la nobleza catalana fuese expresión de su revancha contra un Estado incapaz de satisfacer sus anhelos de promoción social y política, de ofrecerle, en suma, una salida viable mediante el servicio al rey. 19
Читать дальше