2. Habilidades “relacionadas con una gestión proactiva de los proyectos (entrañan capacidades como la planificación, la organización, la gestión, el liderazgo y la delegación, la búsqueda y análisis de información para detectar oportunidades, la comunicación, la celebración de sesiones informativas, la evaluación y el registro), así como con una representación y negociación efectivas y con la habilidad para trabajar tanto individualmente como de manera colaborativa dentro de un equipo. En esencial, la capacidad de determinar los puntos fuertes y débiles de uno mismo y de evaluar y asumir riesgos cuando esté justificado” ( Recomendación 2006/962/CE ).
Las habilidades emprendedoras incluyen procesos cognitivos complementarios a los conocimientos puramente empresariales, como son los de buscar, comparar, contrastar, extrapolar, evaluar y aplicar información dentro de cierto contexto. Siguiendo la propuesta elaborada por la OCDE (2012: 13-14) para el concepto de alfabetización financiera, estas habilidades incluyen competencias matemáticas como las que permiten calcular un porcentaje o convertir el valor de una moneda en otra; competencias lingüísticas tales como la de leer e interpretar textos publicitarios y contractuales; y competencias para gestionar los factores emocionales y psicológicos que influyen en la toma de decisiones.
3. Actitudes definidas por las preferencias respecto al riesgo, la rentabilidad y el ahorro. “La actitud empresarial se caracteriza por la iniciativa, la proactividad, la independencia y la innovación tanto en la vida privada y social como en la profesional. También está relacionada con la motivación y la determinación a la hora de cumplir los objetivos, ya sean objetivos personales o metas fijadas en común con otros, incluido en el ámbito laboral” ( Recomendación 2006/962/CE ).
Aun cuando los proyectos puestos en marcha para desarrollar la competencia emprendedora suelen limitarse a la dimensión cognitiva (conocimientos y habilidades), un individuo competencialmente alfabetizado para emprender es aquel que aúna a los conocimientos y habilidades antes descritos, otros atributos no cognitivos como son la motivación y la confianza para asumir riesgos informados y calculados para lo que busca con antelación información y asesoramiento. De hecho, los modelos cognitivos del proceso emprendedor conjugan todas estas variables como antecedentes explicativos del comportamiento emprendedor.
4. Comportamientos regidos por los criterios de responsabilidad (que significa participación activa e informada en el mercado) y creatividad productiva (que significa producción de ideas innovadoras que ayuden a resolver problemas económicos y sociales).
El concepto de “espíritu emprendedor” tan querido por la Comisión Europea encaja mal con esta multidimensionalidad del constructo “competencia emprendedora” pues se limita al campo de las actitudes. En cambio, la definición de competencia emprendedora facilita la distinción entre antecedentes cognitivos, actitudes y comportamientos, que resulta vital para comprender mejor el proceso de emprendimiento. El tema ha sido estudiado desde múltiples disciplinas. Economía, Sociología, Psicología, Antropología y Gestión Empresarial se han interesado por explicar la actitud, la propensión, el comportamiento y los resultados emprendedores, y los vínculos entre estos elementos.
Una vez puesta en cuarentena la capacidad predictiva directa de los antecedentes del acto creacional de un nuevo negocio, la investigación se ha orientado durante las décadas de 1990 y 2000 hacia el diseño de modelos globales que tengan en cuenta otros posibles antecedentes del espíritu emprendedor, además de las variables individuales cognitivas y situacionales, así como el resto del mecanismo que permite explicar por qué, cómo y cuándo algunas personas pero no otras descubren y explotan oportunidades (Shaver & Scott, 1991, Shane & Venkataraman, 2000, Schlaegel & Koenig, 2014).
La pieza clave que encaja estos elementos, y que estaba ausente de los estudios previos centrados en el perfil personal, es la intención. Las actitudes y los comportamientos emprendedores vienen antecedidos por la intención o propensión ante el emprendimiento. La literatura psicológica considera la intención como el factor más potente para predecir un comportamiento planificado (Ajzen, 1991), especialmente cuando su producción de resultados puede ocurrir en un periodo de tiempo dilatado, como ocurre en el caso de la creación de una empresa (Manne, 2011).
La intención emprendedora , entendida como la conciencia y voluntad de crear un nuevo negocio (Krueger & Carsrud, 1993), es un concepto directamente entresacado de la perspectiva económica del fenómeno. En ellos, la intención emprendedora es definida como un estado mental que dirige la atención, el interés y la acción hacia la explotación deliberada de oportunidades de negocio (Bird, 1998). Luego la intención de emprender se concibe como el desencadenante principal del consiguiente comportamiento emprendedor, mientras que dicha intención puede ser pronosticada a partir de variables de naturaleza actitudinal y cognitiva, así como por otros factores exógenos.
Los modelos teóricos más fecundos han sido pues los denominados modelos de intención emprendedora (Krueger et al., 2000). Los modelos intencionales son pues una respuesta teórica novedosa a la baja capacidad predictiva de los estudios de rasgos psicológicos y demográficos aplicados al emprendimiento empresarial. Luego estos modelos predicen que las variables exógenas no estarán relacionadas directamente con el comportamiento concreto que se adopte, necesitándose de que impacten sobre alguno de los factores determinantes de dicha conducta.
Los marcos teóricos más influyentes en la literatura explicativa de la intencionalidad empresarial han sido el Modelo del Suceso Empresarial (Shapero, 1982) y la aplicación al problema de la Teoría del Comportamiento Planificado (Ajzen, 1985). Ambos enfoques han sido los más analizados empíricamente, según concluyeron Schalaegel & Koenig (2014) en su exhaustiva revisión de la literatura sobre antecedentes de la intención emprendedora. Fayolle & Liñán (2014) son de la opinión que la TCP ofrece la especificación teórica predominante en la literatura. Posteriormente han ido apareciendo otros modelos que combinan variables de ambos modelos. Es el caso del Modelo del Potencial Emprendedor (Krueger & Carsrud, 1993, Krueger & Brazeal, 1994), y el marco más reciente de Schalaegel & Koenig (2014). Otra línea de modelización teórica se ha apartado de los dos modelos principales. Es el caso de las propuestas de Bird (1998), Boyd & Vozikis (1994), Davidsson (1995) y Autio et al. (1997).
El Modelo del Suceso Empresarialde Shapero (1982) propone que la propensión para iniciar una actividad emprendedora arranca de un suceso precipitador, en forma de cambio externo al sujeto, que puede ser positivo (recibir una herencia) o negativo (ser despedido), de la suficiente magnitud para quebrar la inercia del comportamiento pasado. El cambio también requiere una creencia previa de que dicha actividad es realizable y deseable, así como una propensión personal a actuar sobre las oportunidades. Por tanto, este modelo sólo propone dos antecedentes actitudinales de la intención de emprender, si bien el efecto de la deseabilidad y la factibilidad percibida de la conducta sobre la intención está mediado por la credibilidad. Los factores personales y contextuales (como la experiencia laboral o el ejemplo de modelos familiares) sólo actúan como determinantes de la deseabilidad y la factibilidad percibidas. El problema de esta teoría es que pretende explicar una intención como respuesta simplemente a estímulos, cuando en la realidad una conducta emprendedora parte siempre de una cierta planificación (Bird, 1998). La creación de una nueva empresa no es un acto automático, sino que requiere un cierto periodo de maduración y planificación. Los individuos no reaccionan de modo automático ante los estímulos del contexto, sino que procesan la información ofrecida por su entorno realizando un trabajo cognitivo de transformación de las oportunidades percibidas en modelos de negocio viables (Katz & Gartner, 1988, Krueger, 1993).
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