Charles Batteux acapara, pues, honores, prebendas y poder. Bien es cierto que en esas dos décadas, de los sesenta y setenta, las obras publicadas por Charles Batteux se multiplican, en el marco de la filosofía, de la literatura comparada, de la retórica, de las traducciones, de la crítica y de los cursos académicos, con un sostenido esfuerzo que apabulla. Efectivamente su entrega a la investigación es ingente, su capacidad sorprendente y sus contactos y relaciones numerosos. De hecho, nunca el clan de les philosophes contó con él y sus mutuas polémicas fueron, como era de esperar, muy frecuentes, incluso figurando el propio Denis Diderot a la cabeza de sus rivales.
Dicho esto, hay que reconocer que –desde la aparición, en su juventud, de Les Beaux-Arts réduits à un même principe (1746) hasta la publicación de Principes de la Littérature (1774), ya en plena madurez– Batteux mantuvo siempre una intensa y acelerada trayectoria, ampliamente explicitada en el dominio de las humanidades, participando, de manera plena en las tendencias y tensiones de aquellas históricas coyunturas ilustradas, desde la trinchera de les dévots , a quienes siempre fue fiel. Docencia, investigación y gestión político-cultural constituyeron, sin duda, sus principales horizontes de actuación.
Efectivamente, como venimos apuntando, Charles Batteux supo articular una sólida teoría de las artes, para aplicarla al dominio de la practicidad pedagógica y crítica, sobre todo en el ámbito literario, aunque manteniendo siempre disponible el horizonte de la interdisciplinaridad de les Beaux-Arts , en el seno de su propio sistema. Hábil analista de su tiempo y de los aportes que el XVIII iba efectuando a la historia, paso a paso, supo sintetizar posturas precedentes y adelantar también propuestas futuras, en ese flanco histórico de la ilustración.
Pues bien, su obra fundamental –que hoy nos ocupa–, escrita a los 33 años, es fruto, sin duda, de una sólida capacidad de lectura e interpretación, armonizando estratégicamente la herencia clásica y los plurales aportes del momento. De ahí la pregunta específica que ahora nos motiva: ¿Qué nombres de su tiempo, qué obras concretas, podemos considerar, como determinantes, de cara a la construcción de su sistema, como respuesta directa a sus preocupaciones e intereses filosóficos y literarios ?
Comencemos recordando su sólida formación y entrega al estudio minucioso de las Poéticas , entendidas como textos normativos y programáticos, referentes al quehacer artístico, sobre todo planteadas y asumidas históricamente como «teorías de la poesía», aunque realmente sus principios y reglas pudieran extrapolarse fácilmente, además, hacia una especie de «teoría general del arte». De hecho, Poéticas y Retóricas fueron la parte del león de la herencia clásica, como materiales básicos y modelos prestigiosos de cara a una futura disciplina, que justo en el año 1750, en plena Ilustración, iba a recibir el nombre de Aesthetica , por parte del alemán Alexander Gottlieb Baumgarten (1714-1762). Pero esta es ya otra historia, sobre la que quizás haya que retornar más tarde.
En tal línea, conviene recordar que, incluso ya en el año 1771 –entre las que cabría considerar como una de las últimas aportaciones de Batteux– encontramos las traducciones y los estudios comparados, realizados por él, de cuatro poéticas, que precisamente le fueron bien próximas a lo largo de su trayectoria intelectual. Nos referimos, por supuesto, en primer lugar tanto a la Poética de Aristóteles, como a la Epístola ad Pisones / Ars poética de Quinto Horacio Flaco, pero también extensivamente se ocupó de Poeticorum libri tres (redactada en 1520-1527) por el estudioso italiano Marco Girolamo Vida (1489-1566), que tanto influiría asimismo en el contexto francés del XVI y del XVII, e igualmente profundizó Batteux en la célebre Art poétique (1674) del poderoso representante de les Anciens , Nicholas Boileau (1636-1711), asiduo beligerante ya en las batallas literarias del XVII, planteadas entre la razón y el sentimiento en el arte, algunas de cuyas herencias pivotaron, con facilidad extrema, directamente sobre el escenario del siglo XVIII.
Es, pues, bien destacado el rastro del artistotelismo imperante en sus estudios, tanto de manera directa como derivada, desde las relecturas y aportaciones de Horacio a las reinterpretaciones de los italianos del XVI, sin olvidar la intensa recepción oficial propiciada, en el mundo académico, por el propio Boileau en el marco de la Querelle . De hecho, en el clasicismo francés del XVII, hablar de «el filósofo» era apelar indudablemente a Aristóteles y, en particular, a su Poética , bien respaldada desde el resto de su filosofía.
Pero debemos reconocer que Charles Batteux también supo seguir los aportes desarrollados en el contexto galo de la primera parte del XVIII, tras las citadas polémicas, abiertas en la centuria anterior, entre Antiguos y Modernos, entre la Crítica Mundana fundada en la delicatesse et le sentiment y la Crítica Erudita, de raíz académica, basada en la ratio et l’esprit , es decir entre la preponderancia de implantación cartesiana –el logro de ideas claras y distintas– frente a los empiristas de influencia inglesa, sumamente pendientes del peso de los sentidos y de las fuerzas del sentimiento
Todo ese plexo de aportes franceses, de la primera mitad del setecientos, supuso el ofrecimiento intermitente –en el marco académico y en los salones, en la vida social y en la docencia– de destacados estudios puntuales, en torno al encuentro entre el arte y la belleza, entre el gusto y las reglas, entre el arte y la naturaleza, entre el genio y la mímesis, entre las ciencias y las artes, entre lo bueno y lo bello.
Aportaciones centradas en cuestiones concretas, enfocadas desde la práctica y la experiencia o desde la teoría y la investigación académica, que bien podrían convertirse –de un momento a otro– en materiales para un sistema, que en la Ilustración ideológicamente se necesitaba y echaba sumamente de menos. Y tal apetencia de sistematización también afectó, como sabemos, a nuestro abate Batteux, especialmente hábil en utilizar mimbres ajenos para sustentar experiencias propias y dar, así, posibles respuestas globales a su personal cosmovisión
Lector insaciable, todo cuanto podía hacer referencia a las materias propias de sus intereses pasaba indefectiblemente por su biblioteca, como era costumbre en la época, entre los ilustrados. De ahí su capacidad de síntesis, buscando siempre nuevas teselas para su ambicioso mosaico – work in progress –, compactado en un sugerente corpus teórico – Beaux-Arts –, abierto a la validación de la práctica, pero alejado quizás, en exceso, de las necesarias justificaciones filosóficas, que un sistema propiamente debía exigir. Ahí radicaba, por cierto, su talón de Aquiles, según la persistente, aguda y acerada lupa de su contemporáneo Denis Diderot, que no perdía ocasión para recordárselo, como afilado y excelente filósofo.
Pero vayamos por partes. Las publicaciones específicas centradas en cuestiones artísticas, en el marco de la cultura francesa del primer setecientos, que Charles Batteux incorporó a su repertorio, tienen efectivamente orígenes dispares. En unos casos, son fruto de la curiosidad académica, en otros, se trata de aportaciones nacidas al socaire de los salones y de la cultura mundana. A menudo, son reflexiones de les philosophes sobre el dominio artístico o construcciones pedagógicas y docentes, que sustentan aplicaciones analíticas e ideológicas universitarias, potenciadas con / desde afanes históricos o sistemáticos. La verdad es que muchos de tales tratados han quedado luego marginados, con la llegada y la implantación de la Estética como disciplina, pasando incluso al olvido en los siglos siguientes, una vez cumplida su labor epocal de conscienciación y de sugerencia, quedando relegados ante las grandes obras de los pensadores posteriores del XIX y XX. Sin embargo, cuando se entra apasionadamente en el entramado de la propia historia, nos damos cuenta de las facturas pendientes y los débitos que nos afectan como investigadores, como académicos, como personas interesadas en la memoria colectiva, que nos une al pasado y al futuro, desde el presente continuo de nuestra insaciable curiosidad
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