Se trata de estudiar la corporeidad femenina en los textos literarios medievales como expresión de una mentalidad, como construcción de un discurso donde la mirada se ha polarizado en un solo sentido, en el que la mujer se ha convertido en objeto de una escritura exclusivamente masculina. Desde esta perspectiva, la descripción del cuerpo de la mujer es el exponente de un discurso que manifiesta claramente el valor de la naturaleza femenina.
Las artes poéticas medievales prestan una atención relevante a la descripción. A ella se dedica la mayor parte de un tratado tan significativo como el Ars versificatoria de Mateo de Vendôme, para quien la descripción es el objeto supremo de la poesía (Faral 1971: 76). Y es que, como señala de Bruyne, la Edad Media va a presentar a la mujer a través de la mirada del arte, de una estética que nos va a permitir verla a través de una técnica artística. La descripción de la corporeidad femenina no es objetiva, su finalidad non es el realismo. De acuerdo con las normas de la retórica, la descripción va a deformar la realidad para centrar la atención en aquellos valores que el sujeto (la mujer) debe tener para inspirar los sentimientos que el discurso quiere intencionadamente suscitar (Faral 1971: 76). Es una estilización afectiva. El amor, según la fórmula aceptada de Andrea Capellanus, se define en función de la descripción de la forma, de la belleza. 2 Y si ésta es el objetivo primordial de aquélla, no cabe duda de que es a la mujer a quien hay que describir, de acuerdo con las normas y características impuestas por la retórica. Y son Cicerón (De inventione ) y Horacio ( Art poetica ) los que constituyen los pilares de la doctrina medieval en este terreno. Así se van a determinar los elementos constitutivos y el orden y plan de la descripción, de acuerdo con una división tripartita que, desde la cabeza a los pies, comenzando por la región superior: cabellos, frente cejas; región media: nariz, ojos, mejillas; y región inferior: labios y mentón, y siguiendo después por el cuerpo: cuello, nuca, espaldas, brazos, manos, pecho, vientre, piernas, pie, obedece a leyes estrictas conforme los preceptos de la retórica.
El poeta canta a su amada, digna de su alabanza como encarnación del ideal. No es el mundo real el que describe, sino el de la imaginación, que es el que le permite acercarse al ideal de belleza que ilumina las imágenes concretas, de acuerdo con las normas establecidas de la descripción.
Así se nos aparece Enide en la descripción ideal, según los preceptos de la retórica:
De vrai vous dis qu’Iseut la blonde
n’eut cheveux si blonds ni luisant :
auprès d’eux ils seraient néant.
Elle avait plus que fleur de lis,
Clair et blanc, le front et le vis.
Sur la blancheur, par grand’ merveille,
d’une couleur fraîche et merveille,
que Nature lui eut donnée
était la face enluminée.
Les yeux si grand’ clarté rendaient
qu’à deux étoiles ressemblaient […]
Ainsi Enide était plus belle
que nulle dame ni pucelle
qui fut trouvée en tout le monde (vv. 49-62). 3
También Bertran de Born comparará los cabellos de su dama con los de Isolda, a los que superará en belleza:
qu’Iseutz, la domna Tristan,
qu’en fo per totz mentauguda,
no.ls ac tan bels a saubuda. 4
Y así se acerca Guillem de Cabestany al recuerdo de su amada, en la que ha depositado toda su fe:
En sovinensa
tenc la car’e.l dous ris,
vostra valensa
e.l belh cors blanc e lis;
s’ieu per crezensa
estes vas Dieu tan fis
vius ses falhensa
intrer’em paradis; 5
Aquí a la descripción física, del rostro y del cuerpo, se une la descripción moral ( valensa ); y es la imagen ideal del recuerdo la que conduce al poeta al anhelo de un paraíso, soñado precisamente a través de la comparación con la fidelidad a la amada.
Y es que la amada, en su perfección ideal, es creación de Dios:
Ai, bon’amors encobida
cors be faihz, delgatz e plas,
frescha chara colorida,
cui Deus formet ab sas mas! 6
Así lo declara también Amanieu de Sescars quien, después de alabar la perfección y gentileza de la hermosa figura de la amada, se va a centrar en el color y la descripción del rostro, como creación directa de la divinidad:
E no.s muda ni no.s cambia
vostra colors; ans es pus fina
mil tans que de flor aiglentina,
cant es un pauc entremesclada
blanca, vermelh’e colorada;
so pot dir totz homs que vos veya:
las mas e la gola.us blanqueya
plus que no fa neus de montanha.
E dic vos que re no.i guavanha
boca, mentos, nas, huells ni silha
ni frons, car Dieu, per maravilha
par que.us a de sas mas formada. 7
También Bertran de Born pintará los rasgos físicos de su dama en correlación con su descripción moral:
Rassa, domn’ai qu’es frescha e fina,
coinda e gaia e mesquina:
pel saur, ab color de robina,
blanca pel cors com flors d’espina,
coude mol ab dura tetina,
e sembla conil de l’esquina.
A la fina frescha color,
al bo pretz et a la lauzor
lieu podon triar la melhor
cilh que si fan conoissedor
de me ves qual part ieu azor. 8
De ahí la sutileza de algunas situaciones en las que el acercamiento amoroso, sin rehuir los detalles físicos, aparece más insinuado que efectivo y siempre dentro de los márgenes de contención debidos a la persona amada.
Es, por ejemplo, Guilhem de Peitieu quien ruega a Dios que le permita vivir hasta que pueda poner sus manos bajo el manto de su amada: «qu’aia mas mans soz son mantel». Aunque más explícito en su petición se muestra Arnaut Daniel, que quiere yacer con su señora y contemplar su hermoso cuerpo a la luz de la lámpara:
Dieus lo chautitz,
per cui foron assoutas
las faillidas que fetz Longis lo cecs,
voilla, si.l platz, q’ieu e midonz jassam
en la chambra on amdui nos mandem
un rics convens do tan gran joi atendi,
q.el seu bel cors baisan rizen descobra
e q.el remir contra.l lum de la lampa. 9
Y de ahí también la alabanza de la dama, que no necesita afeites para destacar su natural belleza:
Aqesta don m’auzetz chantar
es plus bella q.ieu no sai dir;
fresc’a color e bel esgar
et es blanca ses brunezir;
oc, e non es vernisada,
ni om de leis non pot mal dir,
tant es fin’et esmerada. 10
Texto que nada tiene que ver con el de el Monje de Montaudon, Autra vetz fui parlament (La Vaud 1910: II, 268), tensón ficticia con Dios que constituye una sátira contra las damas que se maquillan demasiado (Bec 1984: 70-76).
Y es que, aunque mucho menos frecuentes, también encontramos descripciones de la fealdad en los textos de la Edad Media.
Adam de la Halle nos ha dejado uno de los textos más significativos en este sentido, en el que hace una descripción de la belleza ideal de su mujer, perfectamente acorde con el canon estableció en la fin’amors , en contraste con la realidad: «El amor adorna a la mujer, la hace brillar con todas sus gracias y la hace aparecer tan superior, que de una cualquiera se llega a pensar que es una reina. Sus cabellos me parecían del más deslumbrante oro, abundosos, ondulados y tornasolados; hélos aquí escasos, negros y alicaídos: ahora todo en ella me parece cambiado. Tenía una frente bien proporcionada, blanca, lisa, amplia y despejada; y ahora la veo arrugada y estrecha. Tenía —a lo que parecía— las cejas arqueadas, finas y marcadas de un solo trazo negro como a pincel, para volver más bella la mirada: las veo ahora rectas y espeluznantes, como si quisieran echar a volar» (Adam de la Halle 1911),
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