La cuaderna 15 del Libro de buen amor es uno de los goznes sobre el que gira la ficción medieval, anclada en el desarrollo de la poética de recepción, por la preocupación que manifiesta Juan Ruiz por asegurar un grado de entendimiento más sutil, atenido al principio de la ambigüedad; el quiasmo que se produce en esta cuaderna a la hora de entrecruzar los nuevos cauces de recitación con los esquemas intelectivos que se propician no es gratuito:
es un dezir fermosoe saber sin pecado,
razón más plazentera,fablar más apostado (15cd).
De un modo perceptible, se da cuenta de lo que va a pasar en este Libro a nada que comiencen a aprovecharse las distintas «trobas», o moldes de pensamiento poético, por las diferentes conexiones de términos y de conceptos —esta cuaderna da muestra de ello— con que se asegura ese complejo proceso de asimilación o de aprendizaje de las nociones —la peligrosidad del amor, la degradación de los estamentos sociales— que se van a someter a análisis o, lo que es lo mismo, a la exégesis textual propuesta en el Libro .
Hay, en resumen, dos modelos de ficción medieval: el de la «letradura», asentado en las artes clericales y que se inaugura en el Libro de Alexandre , y el de la «poesía», que se esboza por primera vez en el Libro de buen amor . Por una parte, el Libro de Alexandre es la primera obra en la que se formula el sistema de ficción en lengua castellana, el basado en la exégesis textual; por otra, Juan Ruiz es el primer poeta vernáculo que se va a servir de la ciencia de la poesía para articular un grado de ficción más complejo, en el que el entendimiento del receptor —para alcanzar ese «saber sin pecado»— tendrá que esforzarse para no quedar atrapado en las redes engañosas con que el autor continuamente lo provoca y lo burla, aunque siempre que ello ocurra se le estén dando las claves con que debe interpretar esos episodios para extraer de los mismos la «razón» que, de verdad, merece ser llamada «plazentera». De ahí que sea preciso analizar estas dos obras para conocer los fundamentos de la ficción medieval castellana.
3. El Libro de Alexandre : la ficción clerical
Todo nace en el Libro de Alexandre , una obra clerical que, además del compendio de materias que ofrece, contiene en cifra buena parte de las direcciones que la creación letrada seguirá a lo largo de los siglos medios; como se ha indicado, se trata de un poema inaugural en el que se construye la versificación vernácula regular, ajustada a una estricta prosodia rítmica; en el molde de la cuaderna vía se verifica el primer acercamiento a la materia de la Antigüedad y, por consecuencia, se definen los esquemas intelectivos para interpretar correctamente ese contenido y convertirlo en trama de enseñanzas; por ello, se ha insistido en que la poética recitativa que se pone en juego en la c. 2ª (el «fablar curso rimado» frente al cantus gestualis de los juglares) lo que pretende básicamente es alumbrar una poética receptiva, es decir generar las operaciones intelectivas que han de aplicarse para alcanzar un entendimiento provechoso de la obra, a fin de que el «solaz» —percepción formal del verso— se torne en «plazer» (3b) —desciframiento del contenido— y esa trama de hechos sea asumida con el objeto de aplicarla a situaciones reales: «aprendrá buenas gestas que sepa retraer» (3c), en lo que presupone una invitación al oyente para convertirse en recitador de ese desarrollo narrativo.
Es cierto que, en ningún momento, en el proemio del Libro de Alexandre se define la noción de ficción como luego se hará en el Libro del caballero Zifar , pero en el exordio del poema clerical se mencionan los dos términos fundamentales para que se articule el proceso de la ficción: «materia» y discurso —o «curso rimado»—, es decir, el contenido argumental, que en este caso se ancla en el orden de la Antigüedad, y los mecanismos propios del lenguaje literario que permiten cifrarlo, transmitirlo y entenderlo; al autor le van a corresponder las funciones propias de la creación letrada —inscritas en el ars grammatica —, el recitador dispondrá de cauces específicos para llevar a cabo su recitación —la actio del ars rhetorica —, pero el destinatario será apremiado para aplicar los resortes intelectivos que le habrán de servir para interpretar con acierto esa trama de acciones que se le va a presentar —el ars logica —; sólo cuando las tres artes elocutivas se imbrican en la producción y difusión de los textos vernáculos podrán fijarse los principios teóricos que ayuden a configurar los esquemas de la ficción y a servirse de ellos. Tal es el desarrollo que ocurre, por primera vez, en el Libro de Alexandre , una obra que no pretende ser ficticia —«Quiero leer un livro de un reÿ pagano» (5a)— pero que propone una metódica aproximación al dominio temático y moral de una materia, la de la Antigüedad que sólo puede asumirse arropada por una metódica exégesis; puede plantear ese acercamiento porque dispone de los principios formales —el «curso rimado», la «cuaderna vía», las «sílavas contadas» (2cd)— que permiten ensamblar esa trama de hechos y de acciones para conformar el contenido argumental, tal y como anuncia el recitador: «luego a la materia me vos quiero coger» (4b), mediante una advertencia que implica que esos oyentes tendrán que ajustarse a unas pautas precisas de intelección que se irán desplegando a lo largo de la obra.
Para el contexto letrado de principios del siglo XIII, este adentramiento en la materia de la Antigüedad quedará justificado por el mosaico de saberes que en el Libro se ordena; es un «rey pagano» que pertenece al orden de la gentilidad pero que por sus dichos y hechos va a merecer acercarse a los esquemas de la hagiografía: «¡si non fuesse pagano de vida tan seglar, / devielo ir el mundo todo a adorar!» (2667cd), es decir va a haber un proceso de cristianización del héroe antiguo para acercarlo a los patrones morales que posibiliten convertir su figura en paradigma de comportamiento, ya que el Libro se construye, básicamente, para articular un doble regimiento político y militar que tuvo que utilizarse en verdad, ya con Fernando III, ya con Alfonso X.
En esta primera recreación del mundo antiguo, es obvio que se formulen prevenciones contra un contenido que podía resultar peligroso si no se interpretaba de modo correcto; las historias literales que constituyen el Libro deben ser reducidas a una trama de sentidos alegóricos; si lo que se pretende es articular un entendimiento receptivo, esos mecanismos tienen que definirse y aplicarse para que los receptores se apropien de ellos y acierten, después, a ponerlos en juego; en una obra que versa sobre la materia de la Antigüedad resulta fundamental la exégesis que, en su interior, se va a realizar de dos metamorfosis de Ovidio, en la digresión dedicada a los pecados capitales; el recitador despliega ante su público el vocabulario escolar preciso para contrastar la Biblia y dos mitos de las Metamorfosis —la historia de Niobé— y las Heroidas —la de Filis—, recuperándolas de su memoria —«Miémbrame que solemos leer en un actor» (2390a)—, para refutarlas por falsas:
Mas asmo otra cosa,que cueido ý pecar:
otra guisa se deveesto enterpretar,
que yo creer non puedoque pudiesse estar
que pudiessen los omnesen tal cosa tornar (c. 2391).
Era preciso rechazar el sentido literal, para que el alegórico fuera evaluable:
Non quiso el actordezir que son dañados,
que los que a Infiernoson una vez levados
dixo por encubiertaque son en ál tornados (2392abc)
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