Son dos modelos de ficción que se construyen primero en verso, como es obvio, para alcanzar, prácticamente pasado un siglo de cada una de esas propuestas, un desarrollo en prosa, ajustado a las dos materias fundamentales, la caballeresca y la sentimental, con las que se entraman, mediante plural integración de fuentes, el Libro de Alexandre y el Libro de buen amor , las dos obras en las que se fijan en lengua castellana los esquemas de recitación y de recepción que precisa cada uno de esos órdenes narrativos, distintos aunque complementarios, como puede verse a nada que se comparen las declaraciones proemiales de estos dos textos que abren y que cierran, de algún modo, el dominio de la poesía clerical; así, en el Libro de Alexandre , una vez definidas las nuevas técnicas de recitación en la c.2ª, 18 se explicita, en la siguiente, el orden exegético al que habrán de adecuarse los oyentes del poema:
Qui oírlo quisier’, a todo mio creer,
avrá de mí solaz, en cabo grant plazer (3ab). 19
Cada uno de los hemistiquios de 3b se refiere a uno de los dos niveles de sentido básicos: la historia literal producirá ese primer grado de entretenimiento —el «solaz», etimológicamente ‘consuelo, alivio de los trabajos’— que, al final, habrá de resolverse en el «plazer» derivado de la enseñanza procurada. Así funcionan los textos en el marco de la clerecía cortesana; son obras propiciadas por el sistema de la letradura y generadoras de un proceso de ocio activo, en el que tienen cabida estas dos actividades de recitar y de interpretar moralmente los poemas; se trata de un orden apuntado en la definición de «alegría cortesana» que se formula en el Título V de Partida II , con asiento en uno de los dísticos de la colectánea asignada a Catón 20 y que se va a convertir, desde la mitad del siglo XIII en adelante, en una de las principales justificaciones para el desarrollo de las obras narrativas que se adentran en el orden de la ficción, tal y como se indica en la ley xxi:
Alegrías ý á otras sin las que deximos en las leyes ante d’ésta, que fueron falladas para tomar omne conorte en los cuidados e en los pesares cuando los oviesen: e éstas son oír cantares e sones de estrumentos, jugar axedrezes o tablas, o otros juegos semejantes d’éstos: eso mesmo dezimos de las estorias e de los romançes, e de los otros libros que fablan de aquellas cosas que los omnes reçiben alegría e plazer (íd.).
No son simples tópicos del exordio: el «solaz» deriva de las nuevas técnicas de recitación que en esa primera pieza clerical se ensayan —«fablar…/ a sílavas contadas…», (2cd)— y el «plazer» se liga a los resortes intelectivos que se van a aplicar para que pueda fraguar el proceso de enseñanza anunciado —«aprendrá buenas gestas que sepa retraer» (3c)— y para que se concrete en un saber que ha de repercutir en el mismo marco cortesano que lo ha propiciado, en conformidad con la noción de la largitas —«deve, de lo que sabe, omne largo seer» (1c)—, proyectada en los efectos que la audición de estos textos ha de causar: «El Crïador nos dexe bien apresos seer» (4c).
El concepto de ficción, articulado por la «letradura» clerical y definido en el Libro de Alexandre , se mantiene hasta la mitad del siglo XIV y al mismo se adscribe el Libro del caballero Zifar , en cuyo prólogo vuelven a recordarse los principios básicos de esta teoría exegética, no sólo porque se apliquen por vez primera a una obra en prosa, sino porque se está sustentando el nuevo marco de referencias letradas del molinismo; baste recordar con que una de las valoraciones más importantes de «letradura» la formula el rey de Mentón cuando adoctrina a sus hijos:
Onde bienaventurado es aquel a quien Dios quiere dar buen seso natural, ca más val’ que letradura muy grande para saber[se] ome mantener en este mundo e ganar el otro. E porende dizen que más val’ una onça de letradura con buen seso natural, que un quintal de letradura sin buen seso; ca la letradura faze al ome orgulloso e sobervio, e el buen seso fázelo omildoso e paçiente. E todos los omes de buen seso pueden llegar a grant estado, mayormente seyendo letrados, e aprendiendo buenas costunbres; ca en la letradura puede ome saber cuáles son las cosas que deve usar e cuáles son de las que se deve guardar. E por ende, mios fijos, punad en aprender, ca en aprendiendo veredes e entenderedes mejor las cosas para guarda e endresçamiento de las vuestras faziendas [e] de aquellos que quesierdes. Ca estas dos cosas, seso e letradura, mantienen el mundo en justiçia e en verdat e en caridat (297-298). 21
Sin embargo, en el interior del Zifar se van a comenzar a plantear preocupaciones morales que, en buena medida, habían sido ya apuntadas en los Castigos del rey don Sancho IV : los abusos de la nobleza hacia el pueblo, la necesidad de controlar el poder de los reyes, la afirmación de la autoridad eclesiástica, la sujeción de las «dueñas gallardas» y, sobre todo, la denuncia de la vida licenciosa que se practicaba en algunos monasterios y la peligrosidad de las vetulae ; es este diferente contexto, articulado en torno a esta serie de inquietudes el que va a requerir un nuevo orden de ficción que dé respuesta a esos problemas y quien va a acertar a definirlo será Juan Ruiz, sirviéndose del patrón clerical del Libro de Alexandre , pero poniendo en juego toda una nueva trama de esquemas de pensamiento poético: esas «trobas» a las que alude en el prólogo en prosa y que remiten a una «çiençia» que sólo puede ser la de la poesía; Juan Ruiz, ya en el proemio en verso, recupera los principios básicos —recitación y recepción— del Libro de Alexandre , pero para marcar las diferencias con el sistema de exégesis de que se va a servir; sólo por ello, en su Libro se construye un nuevo orden de ficción, porque se generan distintos mecanismos de adentramiento en ese mundo narrativo —otras técnicas de recitación—, así como diferentes pautas de interpretación, con las que se fomenta un entendimiento receptivo mucho más complejo.
En principio, parece que no hay variaciones entre el Libro de Alexandre y el Libro de buen amor porque también Juan Ruiz avisa a sus oyentes para que se dispongan a «oír un buen solaz» (14a) 22 ligado a las formas del ocio activo de la alegría cortesana, precisando el cauce de recitación de que se va a servir: el «fablar más apostado», es decir el «fermoso fablar» en que se resuelve el ars rhetorica según la definición que fijara Alejandro ante Aristóteles (42a) y que en el Libro del Arcipreste se reproduce casi en los mismos términos: «es un dezir fermoso» (15c), capaz de asegurar un proceso de aprendizaje que se concreta en «razón más plazentera» (15d) —en donde actúan ya los esquemas argumentativos previstos por el ars logica —, con el fin de alcanzar un «saber sin pecado» (15c) que, de modo evidente, remite al «mester sin pecado» (2b) que se enunciaba en el Libro de Alexandre . La diferencia entre estas dos expresiones sirve para reconocer los dos sistemas de producción letrada a que responden una y otra obra: el «mester sin pecado» —marco de la «letradura»— se refiere a las artes clericales que se ponen en juego para garantizar un nuevo orden de difusión o de transmisión de la obra, mientras que la declaración de Juan Ruiz apunta a la definición de un «saber» —sin tachas o defectos— que sólo puede conseguirse por la aplicación de esa «çiençia» de la poesía, perfilada en esta misma cuaderna en la que los esquemas de la «letradura» —recitativo, intelectivo— se están viendo superados y puestos al servicio de un nuevo orden de ideas: «fablarvos he por trobas e por cuento rimado» (15b). Ya no basta el molde de la cuaderna vía para alcanzar ese grado de conocimiento que la poesía puede proporcionar, en cuanto verdadero cauce de saberes, de donde la oportunidad de desplegar toda esa serie de «trobas» abiertas a tres órdenes: el religioso, el moral o satírico y el amoroso —perdidas todas—; por ello, no es lo mismo el cauce de las «sílavas contadas», garantizado por el ars grammatica , que el «fablar…por cuento rimado», ya que ese cómputo rítmico está basado ahora en un sistema de distribución de acentos —o de «puntos» (69cd)— del que dependerá la correcta asimilación del contenido y, a la par, su conversión en enseñanza.
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