Eso no se lo iba a cuestionar. En el pueblo estaban nuestras dos familias, y hacía mucho que no veíamos a otra bruja blanca por acá, y menos a una bruja oscura. Se dice que Rosario es un lugar protegido, por eso el nombre, y está custodiado por las salvaguardas, en donde lo malo se queda afuera y lo bueno adentro, por ese motivo no hay brujas oscuras en este lugar. Y el anfiteatro se encuentra terminando el paseo marítimo. Con la parte del escenario dando al mar.
—¡A cambiarse entonces! —respiré apesadumbrada—. Viendo que tus planes no van con mi “atuendo” —dije señalándome.
—¡Sííí! —Movió la cabeza hacia arriba y abajo dándole más peso a su afirmación—. ¡Por supuesto que sí! —se apresuró a decir—. Esos chicos nos invitaron al club del lago —dijo mirándolos embobada otra vez—. Aunque algunos son un poco extraños. —Por lo menos ella también lo había notado.
Ese grupo, compuesto por tres chicos en particular, era de lo más extraño que había visto cuando entré. Algunos estaban vestidos como si fueran roqueros o motoqueros, con esta escasa luz no sabía diferenciarlos. Y otro grupito que estaba en la mesa continua parecían más normal o por lo menos sus atuendos lo eran, ninguno tenía pinta de haber dormido mucho, y sus posturas eran rígidas para estar divirtiéndose en un bar. Mi llegada los alertó y no me habían sacado los ojos de encima, desde que había abierto la puerta del bar. Y lo más raro, ninguno daba la talla de ser socios de ese club, al cual lo frecuentaban los ricos del pueblo y algunos modelos de temporada.
—¡Genial! —Era la expresión más sarcástica que había encontrado—. Pero mañana temprano Lisa nos va a estar esperado para entrenar, no puedes faltar, dijo que tenía algo nuevo para enseñarnos.
—Que yo recuerde... —Hizo una pausa teatral como si estuviera pensando—. ¡Lo último que nos enseñó es teoría, teoría y creo que sí, más teoría! —se burló.
La camarera llegó y dejó una carta para las dos, cortando nuestra conversación. Angélica Roswell llevaba varios años trabajando en Pipos. No tenía más de catorce años cuando su padre las abandonó a ella y a su madre. Por ese motivo Adrián la había empleado a los quince años y tenía un trato especial con ella. Angélica era de esas personas que no se involucraba en la vida de nadie, se ocupaba de hacer bien su trabajo y de llevar una vida tranquila, todos por acá la conocían como “la rubia”.
El lugar estaba un poco más concurrido de lo habitual, pero eso era bueno, significaba que la época de turismo había comenzado. Aparte de ser un pueblo o ciudad pequeña como le gustaba llamarlo a Greta, Rosario cuenta con unas playas increíbles, en donde los fines de semanas tocan bandas locales y muy rara vez venían bandas de algún lugar cercano. La temporada de turismo dura los tres meses, que dura el verano, antes de que empiece el año escolar.
—Creo que voy a pedir lo mismo de siempre —dije sin mirar la carta que Gre tenía en sus manos—. Una hamburguesa con un batido. —Pipos era reconocido por sus famosos batidos. Muchos quisieron comprar la receta, pero el dueño se resistía a compartirla.
—Igual, la noche está ideal, se puede sentir esa vibra en el aire —dijo mirando al cielo a través del ventanal que teníamos a nuestro costado.
—¿Esa vibra? —pregunté entre risas incrédulas.
—Sí, ya sabes —contempló pensativa el mar—. Es como si cualquier cosa pudiera pasar esta noche.
La camarera llegó, tomó nuestra orden y se fue en busca de los batidos, ella jamás se entretenía charlando con los clientes. A los escasos minutos vino con dos tragos, por el color del líquido azulado podía adivinar que era algún licor, pero el olor era muy fuerte y distinto. Sin decir nada y con una postura incómoda, los dejó sobre la mesa.
—¡Discúlpame! —me apresuré en llamar su atención—. Nosotras no pedimos esto —dije señalando los vasos.
—Sí..., lo sé. —Se podía sentir el nerviosismo y preocupación en su voz—. Esos chicos me los dieron para ustedes —los señaló, aunque no hacía falta que indicara el lugar—. Me dieron una muy buena propina y dijeron que eran inofensivos, así que los acepté —dijo encogiéndose de hombros en forma de disculpa—. Pero si me preguntan, no es algo que preparemos nosotros —habló en susurros, evitando que la oyeran. Aunque la música estaba demasiado fuerte, hasta para oírla nosotras.
Se fue sin decir una palabra más. Nos quedamos mirándonos con mi amiga, pero era evidente que algo no andaba bien.
—¿Chloe...? —me llamó por mi nombre, había algo que no la dejaba seguir con su pregunta, tomó una bocanada de aire y relajó los hombros—. ¿Tú crees que sean hechiceros? El olor del trago me hace recordar a las pociones que prepara Lisandra. —Esta última parte la dijo en medio de un pensamiento muy distante.
—¡Creo que sí!, en el jardín hay una planta que tiene un olor similar, aunque este trago esta mezclado con alcohol, no creo estar muy segura. —La expresión de Greta mientras hablaba fue cambiando, sabía que se le había ocurrido una idea.
—En mi cartera tengo un frasquito —comentó en voz muy baja—. Voy a sacar una muestra para que Lisa lo analice. —Su rostro se iluminó y apareció esa sonrisa maliciosa—. Pon tu cartera delante de los tragos y distráelos. —Como siempre mi amiga pensaba en todo.
Seguí sus instrucciones al pie de la letra. Algo en mí llamó la atención del que debía ser el líder del grupito de los tres chicos malos, tomó la iniciativa de venir a investigar. Saqué el celular de la cartera y dije en voz más alta de lo normal.
—¡Creí que lo había perdido! —Greta se dio cuenta de que algo no andaba bien, guardó rápidamente la muestra en su bolso. Coloqué mi cartera en la silla continua a la mía, Gre intentó hacer lo mismo, pero ya era demasiado tarde, el individuo se había sentado a su lado. Nuestras miradas se encontraron e hizo que me corriera un escalofrío por todo mi cuerpo. Este chico no era pacífico en lo más mínimo, por sus poros exudaba maldad.
—¡Buenas noches, señoritas! —Su voz salió clara y limpia, pero al verlo pensé que tendría una voz más ruda, áspera, más acorde a su físico, era muy alto y musculoso, en sus ojos había hostilidad. Su campera de cuero estaba desgarrada en una de las mangas y su jean manchado, era como si hubiera estado en una pelea.
Greta tomó una postura de defensa, tenía los brazos tensos y listos para actuar. Lo miró sin vacilación y preguntó:
—¿Estos tragos —los señaló con su dedo índice—… los mandaron ustedes?
—¡Sí! —afirmó con mucha confianza, poniendo una sonrisa en su rostro que lo hacía lucir como asesino serial—. ¡Veo que todavía no los probaron! —contestó esperando que alguna hablara primero. Aunque se dirigió a mí, en cuestión de segundos logró acortar nuestra distancia. Estaba tan cerca que conseguía ver mi reflejo en sus ojos negros. Eran tan oscuros que juraría que no tenían vida.
—No aceptamos tragos de personas extrañas. — Mi respuesta salió firme y cortante.
—¡Oh, vamos!, ¿qué tan malo puedo ser? —Puso expresión de ángel, pero más bien, ángel de la muerte, diría yo.
En eso mi teléfono sonó, miré la pantalla y figuraba: Lisandra. Nuestras miradas se encontraron, sabía lo que quería decir la expresión en el rostro de mi amiga. Atendí y Lisa habló atropellándose las palabras. No podía entender lo que me decía, sin embargo, desafortunadamente ya no había oportunidad de volver a preguntar, la comunicación se había cortado.
—¡Tenemos que irnos! —dije mientras agarraba mi bolso.
Greta entendió la situación, se puso en pie casi al mismo tiempo que yo. El hombre que estaba a su lado empezó a insistir que nos quedáramos, y mi amiga no resistió en contestarle:
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