M. Laura Brehm - La Corte de los Ángeles

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Chloe D'Lacruz es mitad bruja blanca y mitad ángel, y está destinada a ocupar el lugar de su padre en el Concejo de los ángeles, aunque se oponga a la idea y su tío conspire a que eso no suceda, las leyes medievales no están hechas para ser cambiadas. Sus aventuras junto con su amiga Greta, la meterán en más de un problema y, enamorada de un hechicero considerado inapropiado, deberán enfrentar al destino que ya está escrito para ellos.

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Ahora había puesto todas sus esperanzas en mí. Mi responsabilidad sería cuidar de su pequeña, la persona, quien, en un futuro, formaría parte de algo mucho más grande que todos nosotros.

Encontré a Chloe muy asustada y temblando, en una habitación de la casa de huéspedes, que estaba casi en el final del patio trasero de la mansión. Pequeña para tener cinco años, sus ojitos me miraron, fueron lo primero que vieron cuando su madre la dejó ahí, pidiéndole que se escondiera, que haga el menor ruido posible. Y como una buena niña hizo todo lo que se le ordenó. Con todas mis fuerzas la tomé en mis brazos y corrí al bosque alejándome lo más que podía, viendo cómo el viento avivaba las llamas, el mismo diablo había subido a soplar el viento para terminar de destruir a esa familia a la que ya nada le quedaba.

La carretera no se encontraba muy lejos de la mansión, pero dadas las altas horas de la noche se hallaba desierta. Encontrándose a oscuras, la única iluminación que teníamos era la luz de la luna llena, tan limpia, tan pura. ¡Qué ironía de la vida!, la luna parecía pura en un día como hoy. Caminando con la pequeña Chloe de la mano. Aun asustada, pero ya sin los temblores que recorrían su cuerpo.

—Lisa, ¿mi mamá en dónde está? —El silencio se apoderó de mí. ¿Qué le diría a una niña de cinco años?—. Ella vendrá por nosotras, ¿verdad?, mi mamá nunca me va a dejar, ¿no es así? —Su manito me apretaba cada vez con más fuerza. Y las lágrimas silenciosas corrían por sus mejillas.

—Mi chiquita. —Me arrodillé para quedar a su altura, la tomé de sus manitos—. Tu mamá te ama con todo su corazón, y ella va a estar siempre contigo.

Me abrazó y rompió a llorar, su llanto desgarraba hasta el corazón más congelado y sin vida. No había palabras para consolar a una niña que había perdido a su padre hacía cuestión de meses y a su madre hacía minutos. La levanté y así caminamos juntas. En ese momento deseé con todas mis fuerzas ser una verdadera bruja blanca, así podría hacerle un hechizo que la hiciera dormir y soñar con un mundo mejor, en donde todos eran felices y la destrucción y el mal serían cosa del pasado.

Estuve a punto de perder los estribos por la oscuridad absoluta de la carretera cuando me encandilaron unos faros de luz blanca, el vehículo no bien me captó en su campo de visión frenó de golpe.

—Señora, ¿se encuentra bien? —preguntó el extraño mientras bajaba de su auto y se acercaba a nosotras a toda prisa.

—Sinceramente no... ¿Nos podría alcanzar a la terminal, por favor? —Mi pregunta terminó con lágrimas que ya no podía contener, en estos momentos no necesitaba ser fuerte, podía llorar, intentar desahogarme. Y una vez llegado al lugar, pensaría a dónde iríamos.

El hombre, sin nombre aun y expresión seria abrió la puerta del acompañante para que subiéramos. Senté a la pequeña Chloe en mi regazo y se acurrucó sin hablar.

Los ojos del extraño se encontraron con los míos, pero lo único que reflejaron era su color ambarino. Su expresión era difícil de descifrar. Su ropaje por otro lado tampoco arrojaba información extra. Vestía jean azul y una camisa a juego.

Después de unos minutos se presentó.

—Rafael —dijo cortés—. La estación más cercana está a una hora de distancia —concluyó, esperando una contestación.

—Gracias. —Fue lo único que me atreví a decirle. Ya que las lágrimas amenazaban con salir nuevamente. Con tanta angustia contenida, no había reparado en la persona que nos estaba transportando. Lo estudié una segunda vez, tomándome unos minutos más de la cuenta, pero sin descubrir nada de nuevo, no era un tipo que llamara mucho la atención, podría pasar desapercibido. Tenía tez clara, cabello oscuro y estatura promedio.

Después de andar veinte minutos me di cuenta de que intentaba preguntarme algo, lo miré para incentivarlo. Al fin y al cabo, era su vehículo.

—¿Para dónde se están dirigiendo con exactitud? Tal vez podría llevarlas —preguntó en tono de duda o con un poco de indecisión. Pero al fin el hombre se sintió más relajado. Intentaba comportarse con toda la naturalidad posible.

—¿Importa? —Mi respuesta lo tomó con la guardia baja, me observó por un momento y luego volvió la vista al camino. Estaba decidida a no revelarle nada.

—Supongo que no… —Encogió los hombros como resultado de su indignación.

Cuando estaba lo suficientemente relajada para observar el vehículo, ahora que se encontraba más iluminado por las luces de la carretera, pude notar que tenía una insignia familiar, o por lo menos familiar para mí, no era la primera vez que la veía. Eran dos alas terminadas con plumas largas, y en el medio de ellas había una especie de T. Eso me sobresaltó, sabía que la había visto en algún lado, pero en estos momentos no podía recordar dónde. Podría haber sido en un libro o en la tele. En cualquier lugar, la lista era infinita.

—¿Quién te envió por nosotras? —demandé un tanto ansiosa y resentida. Mi extraño después de todo no lo era tanto.

Mi experiencia me decía que había comprendido mi pregunta, sabía que yo sospechaba de lo que podía llegar a ser. Se tomó unos segundos para responder.

—Me preguntaba cuánto te tomaría darte cuenta —me acusó con resignación—. Y eso no es bueno Se supone que te han entrenado bien. —Su afirmación me dolió—. Y tendrás que cuidar bien de esa niña —me volvió a regañar.

—¿Darme cuenta? ¿¡Quién eres!? O ¿qué eres? —Mis preguntas se apresuraron a salir, y mi cara de horror era indescriptible. Me sentía confundida, impotente, porque, si él tenía razón, yo debería saber qué hacer en esta situación, si no lo podía reconocer, cómo podía proteger a mi pequeña en el mundo de los mundanos.

—Soy Rafael —repitió su nombre como si eso pudiera significar algo para mí, pero no a responder mi pregunta.

—Sabes a lo que me refiero —puntualicé indignada.

—Sí —dijo en un suspiro y negando con la cabeza a una pregunta no formulada—. Sé a lo que te refieres, siento no haber llegado antes, por lo que me doy cuenta Ehla D’Lacruz no te dijo nada sobre mí. Y ahora ya no se encuentra con nosotros. —Su rostro era el vivo retrato de la desolación.

Ehla D’Lacruz era mi señora, una de las más grandes brujas blancas que habían existido. Aún seguía sin comprender, lo único que se me ocurría era que podía ser el arcángel Rafael. Otro Rafael con relevancia en la historia de las brujas no había, bueno, digamos que en la historia de las brujas no, en la historia de mi señora, sí. Pero eso no tenía mucho sentido, mi señora no tenía tanto poder para pedir ayuda a un arcángel o ¿sí?...

—¡Sí! —Su respuesta a mi pensamiento fue contundente—. Tu señora, así como la llamas, me invocó para que vaya a ayudarla en su..., bueno, nuestra pelea. Cuando mis intentos de ayudarla no fueron suficientes, decidí bajar a la tierra y ayudar a su hija, mantenerla con vida es ahora mi nueva misión, aparte se lo debo a su padre.

Yo estaba escuchando lo que me decía, pero no razonaba, cómo podía saber lo que estaba pensando. Había leído sobre los ángeles y arcángeles, pero eso era todo, mi conocimiento moría ahí.

—No te preocupes, las voy a llevar a un lugar seguro, para que puedan vivir tranquilas, y esto no va a volver a pasar. —Su comentario me hizo perder el hilo de mis pensamientos.

—¿Cómo puedo confiar en usted? —De nuevo mi pregunta volvió a salir sin pensar, un poco agresiva.

—No puedes, los hechos te lo demostrarán por sí solos, pero recuerda esto: debes cuidarla, ella va a marcar un cambio en la historia, tal vez pueda lograr lo que muchos de nosotros intentamos una y otra vez, que esta batalla por el bien y el mal termine. —Tan rápido como contestó a mi pregunta volvió a su estado sereno, relajado, como había estado desde el primer momento en que lo vi.

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