Mensaje de texto de Greta .
—Estoy en Pipos, te espero hasta las 20 h.
Miré el reloj del celular y faltaban treinta minutos para la hora, sabía que si no llegaba puntual ella se pondría de mal humor. Le regalé una última mirada con ternura a mi retoño y salí corriendo para mi habitación. No era muy grande, pero estaba bien distribuida, una cama en el centro, con un ropero en la pared, frente a la ventana que daba al balcón y una mesa de estudio en la pared que quedaba libre. Agarré lo primero que encontré, por lo menos iba a ser mejor que mi pantalón deportivo y mi camiseta a rayas. Sobre la cama se encontraba un jean que había dejado Lisa para que guardara. En el primer cajón del ropero encontré una camiseta con mangas japonesas, por último, tenía que arreglar mi pelo, tema aparte y sin solución. No era que no lo intentara cada día, pero tenía ese pelo rebelde que siempre buscaba su camino. Con el minuto que me sobraba me miré al espejo que estaba pegado en la puerta del ropero, vi a una chica a la que le faltaba maquillaje, y un poco de emoción en su vida. —Nada de lo que no se pueda arreglar —me dije optimista. Le sonreí a la chica delante de él y me fui.
A Greta siempre le gustó el color de mi pelo, nada en especial, un castaño oscuro, muy común en este pueblo, ella decía que me afinaba más el rostro y resaltaba mis ojos color almendra. El tono de mi piel ayudaba a que me pareciera a un muerto, era demasiado pálido incluso para estar en primavera, eso se lo debía a los genes de mi padre. Los rayos del sol se alejaban de mí cada vez que me quería acercar.
Mensaje de texto de Greta.
—Se te está haciendo tarde, sabes que no me gusta que me hagan esperar.
Mensaje de texto de Chloe.
—Estoy en camino.
Al bajar las escaleras, encontré a Lisa esperándome.
—¿Te vas? —preguntó, con expresión que no supe adivinar.
—Sí, Greta me está esperando en Pipos, y tengo que llegar dentro de 10 minutos, ¡deséame suerte! —le dije apresurándome hacia la puerta de entrada.
—¡Suerte! —gritó Lisa caminando hacia esta—. No regreses muy tarde —exigió.
—Es sábado. —me quejé.
Ella siempre se preocupaba mucho por mí, a veces demasiado. En cambio, Greta era un poco de aire fresco, ella era igual que yo, pertenecíamos a diferentes familias, pero las dos descendíamos de la misma bruja blanca, podríamos decir que éramos una especie de primas. Ella era un poquito más alta y tenía una complexión delgada, ojos claros como el mar y rostro anguloso, cabello rubio que casi le llegaba a la cintura, con mucho brillo, aunque diga que no, sabía que hacía algún hechizo para que se viera así. Tenía un sentido de la moda ¡dramático!, como buena geminiana que era, jamás la ibas a ver de zapatillas. Incluso, sus zapatillas tenían plataforma. El brillo era su mejor compañía. Aparte de eso era amistosa, compasiva y muy solidaria, aunque tenía una desventaja a mi ver, disfrutaba la vida al máximo y eso hacía que se metiera en algunos problemas de vez en cuando.
Estacioné mi auto modelo 2009 color arena, al lado del flamante deportivo de ella. El estacionamiento estaba detrás del bar. Pipos era el mejor lugar para alguien que buscaba distraerse, escuchar buena música y, más allá de todo, tener intimidad. El dueño casi nunca estaba y las pocas veces que lo frecuentaba se encontraba en la cocina. No era una persona muy sociable y él lo sabía, Adrián Domac tenía alrededor de cincuenta y cinco años, petiso y barrigón. Una persona un tanto solitaria, cuando se lo proponía. Él dejaba que sus camareras trabajaran a discreción, pero sin restricciones. El bar gozaba de muchos más años de los que llevaba viviendo en este lugar, no era muy grande; el dueño se las había ingeniado bien para acomodar todo en su lugar, la arquitectura en forma rara de T y toda su decoración parecía o más bien pertenecía a los años 50. La mayor parte de las paredes habían sido reemplazadas por ventanales. Dando la mejor calidad en vista, por eso era muy transitado por los turistas. La puerta principal de doble ala hecha casi en su totalidad de vidrio. Aunque el vidrio era el que pasaba la factura de los años de maltrato. En los espacios que no estaban rayados había calcomanías de productos de gaseosas y cervezas de algún tiempo atrás.
—Justo a tiempo —pensé al ver la vieja puerta de Pipos.
Entré al bar y vi muchos rostros extraños, Rosario era un pueblo no muy grande, y en cierta forma nos conocíamos todos, aunque estas personas eran extrañas para la mayoría que frecuentaba el lugar. Busqué con la mirada a Greta, lo que se me dificultó un poco, el bar estaba más oscuro de lo habitual. Debían de haberse quemado algunas lamparitas y el dueño no las había reemplazado aún. La barra que se encontraba enfrente de la puerta principal, con sus butacas forradas en cuero roja, estaba vacía. Siguiendo el recorrido de la T, había una mesa de pool con pequeños estantes para apoyar las bebidas. El sector de las mesas para comer era el más importante, este lo coronaba. Si conseguías el lugar del medio, tenías todo el panorama del pequeño bar, en cambio las puntas contaban otra historia muy diferente. El ala de la derecha daba justo a las playas de Rosario, podías ver el oleaje en todo su esplendor, subir y bajar la marea y la gente caminando en la arena. En cambio, en la otra ala estaban las luces del pueblo, el bulevar Estrada que comenzaba en el paseo marítimo. Si conocía a mi amiga, sabía que ella me estaría esperando en el ala que daba a la costa, porque le gustaba presumir que sus ojos hacían juego con el mar.
Greta no había notado mi llegada. Seguí la dirección de su mirada, aunque no era de extrañar saber en dónde descansaban sus ojos. Estaba perdidamente mirando a un grupo de chicos nuevos, mientras montaban una escena en la otra ala, había algo en ellos un tanto siniestro, un tanto bello. Igual que la maldad, bella para ser mala y siniestra para no serlo.
—¡Hola...! —dije moviendo mi mano delante de su rostro para traerla de nuevo a la realidad.
—Hola, Chloe, ¿¡Chloe!? —Hubiera jurado que se había olvidado de mí—. ¡Tengo muchas cosas planeadas para esta n-o-c-h-e! —terminó deletreando noche, se ve que algo no le gustó—. ¡Chloe! —se quejó observándome de arriba abajo, y de abajo arriba. Me miraba como si fuera obvia su reacción. Sin embargo, todavía no entendía lo que me quería decir, me senté enfrente de ella esperando la respuesta a su repentino mal humor.
—¡Y tú, amiga mía!... ¡Me temo que no estás vestida para la ocasión! —preguntó—. Hoy es sábado por si no te enteraste —dijo levantando las palmas de sus manos en forma de exclamación.
Ella sabía muy bien en qué día de la semana estábamos. Sus stilettos iban acompañados por un short de cuero negro y una camisa en parte hecha de lentejuelas. A veces me preguntaba cómo resistía salir conmigo. Solía arreglarme, pero el bar de Pipos no merecía tanta sofisticación. ¡Al parecer, para ella sí!
—¡Era eso! —Me relajé mientras revoleaba mis ojos—. ¿Qué tienes en mente? ¡Me puedo cambiar! —Sonreí ante mi afirmación, sabía que eso la iba a animar.
—¡Primero, quiero ir a bailar! —afirmó usando ese timbre de voz, al que solamente lo usaba cuando por su cabeza se le cruzaba algo no muy legal—. Con esos chicos —dijo señalándolos y riendo tontamente—. Y luego ver el amanecer en el anfiteatro —concluyó.
—¿En el anfiteatro? —En verdad me intrigaba el lugar que había elegido.
—¡Sí! —afirmó tontamente—. Es un lugar único por acá, como nosotras dos —comentó entre risas.
—¡Sí que tienes buen sentido del humor! —Reí por la dirección de sus pensamientos.
Читать дальше