1 ...6 7 8 10 11 12 ...15 La introducción presente tenía únicamente por objetivo justificar lo acertado que puede ser –para poder entender mejor esta aventura colectiva, en torno al mundo de los museos valencianos contemporáneos, que tuvo como principal protagonista la censura y el control político ejercidos sobre el MuVIM–la idea de recoger una serie de documentos históricos, todos ellos ya publicados en su momento, en diferentes medios, con el fin de mejor poder estudiar y analizar, con la debida distancia, determinados fenómenos de nuestra diacronía cultural.
De hecho, existía un compromiso explícito, por parte de la dirección de Publicacions de la Universitat de València (PUV), de editar este volumen, concebido a caballo entre una especie de ejercicio de memoria y una recopilación documental. Y se va a llevar a cabo, finalmente, esta tarea, tras casi cinco años de pausadas reconsideraciones por parte de su autor, sin prisas pues, y al margen ya de apremios y vehemencias. Se ha hecho pensando más en la historia protagonizada que en las experiencias personales vividas, aunque ambas deambulen de la mano, en esta extraña e inesperada aventura. Iucunda memoria est praeteritorum malorum (Cicerón: Fin . 2, 32, 105).
Recuerdo, con agudeza, el contexto donde se fraguó la idea y se adoptó el compromiso de la existencia futura de este libro. El marco cronológico fue lo que bien podemos denominar «la guerra de los prólogos». Efectivamente, mi dimisión como responsable directo del MuVIM hacía ya meses que se había producido, con todas sus consecuencias. Incluso me había incorporado a mi cátedra de Estética y Teoría del Arte, de retorno pródigo a mi entrañable universidad.
Justamente en el convenio que el MuVIM había firmado con los servicios de PUV se recogían las ediciones de las actas de los congresos celebrados en el museo. Es sabido que estas tareas de edición se dilatan y complican; desde que se pronuncian las conferencias y se entregan luego los textos revisados, hasta que se corrigen las galeradas, se escogen imágenes y publican las obras, pasan meses y a veces hasta algún año, como es habitual. Pues bien, el hecho es que personalmente yo tenía la sana costumbre de asistir y, en la medida de lo posible, también de participar en los congresos programados en nuestro centro. No siempre me era viable, pero sí que, al menos, tenía el hábito de redactar y dejar preparado el prólogo del correspondiente libro, firmado como director del MuVIM, una vez finalizaba el encuentro, cuando todavía mantenía, in mente , con cierta frescura el desarrollo de los contenidos de las sesiones. Les entregaba el texto del prólogo a los responsables de ediciones –Josep Cerdà y Ricard Triviño– para que lo incluyeran, a su debido momento, en el libro correspondiente y, por salud mental, me dedicaba a otros asuntos, mientras los procesos protocolarios de edición seguían su ritmo, en manos de los responsables.
La cuestión que ahora –recordando–nos afecta arranca precisamente de esta curiosa coyuntura. Había pendientes nada menos que ocho publicaciones –solo contando las ediciones comprometidas con Publicaciones de la Universitat, en la «Col·lecció Oberta», sin traer a consulta aquí otras distintas colecciones conectadas a editoriales diferentes–nacidas de determinados encuentros, congresos o jornadas ya celebrados hacía tiempo; algunas pendientes desde un par de años, puesto que estábamos ya en 2011 cuando surgieron las dificultades que vamos a recordar.
El nuevo director del MuVIM que me sustituyó, como político en ejercicio, además de entonar nuevas glorias a España –como dijo en su toma de posesión–, ordenó retirar, sumándose al efecto del castigo rebrotado, de los libros que se iban publicando, con retraso evidente, mis textos de introducción, redactados hacía muchos meses antes, en cada caso, formando unidad siempre con los diferentes libros preparados para el caso.
Cada libro/cada congreso había tenido su propio coordinador y responsable especializado, en general profesores en activo, procedentes de facultades y universidades dispares, como era lógico, según las temáticas abordadas, con los que se habían firmado los correspondientes convenios. Todos conocían mis prólogos y habían redactado, a su vez, sus introducciones.
La sorpresa vino cuando se atrevió, el estrenado director, a dar la orden a los trabajadores del MuVIM en lo que hacía referencia a las colecciones del museo: había que retirar los prólogos del profesor Román de la Calle. Así, fui avisado de inmediato de lo que sucedía y pude constatar, con una tristeza insoportable, cómo textos redactados por mí eran censurados y retirados paulatinamente de los libros correspondientes, a pesar de que las publicaciones tenían sus fechas y sus contenidos referenciales, a pesar de que yo había organizado y presidido sus desarrollos y también había impulsado y seguido sus ediciones respectivas con apasionamiento, en contacto siempre con sus individualizados coordinadores. Luego hacíamos las presentaciones oportunas, buscando sus momentos más adecuados. Pero, sin duda, esto último ya sería totalmente inviable, tras le parti pris .
Aguanté lo sucedido con las publicaciones propias del museo, pero no consideré digno ni posible que, desde el museo, se censurasen las publicaciones de las colecciones de la Universitat, como era el caso concreto de la «Col·lecció Oberta», en la que iban a ir apareciendo la serie de libros aún pendientes, con mis extensos y cuidados prólogos de hacía tiempo, en los que enmarcaba y explicaba los orígenes, objetivos y actuaciones de la investigación colectiva planteada. Era como descontextualizar las publicaciones que en sí mismas formaban una unidad de edición con referencia al marco y al momento de sus contenidos. Cualquier universitario lo hubiera entendido y habría rechazado la propuesta censora en aras de la libertad de expresión. Pero el cerril representante del MuVIM insistió en proceder según su genial idea de control retrospectivo a su propia existencia en el centro. El espejo retrovisor, que utilizaba para la censura, le rendía –de momento–acogidas benévolas y felicitaciones pertinentes entre sus inmediatos superiores políticos del lugar. Era lo que se podía esperar de los frágiles y escasos diálogos entre cultura y política.
Por mi parte, cuando supe lo que había planeado y comunicado a los distintos profesores responsables de los libros pendientes, asegurando que mis prólogos no aparecerían, di un paso más en «la guerra de los prólogos», que había sido iniciada desde el seno del Museo de la Ilustración y de la Modernidad, precisamente. Acudí a solicitar el amparo del rector, me entrevisté con el vicerrector de Cultura, de quien dependían las publicaciones, y consideré justo y sensato que si se censuraban mis escritos, los libros no deberían tampoco publicarse sin ellos. Me entrevisté con todos y cada uno de los coordinadores y editores de los libros, que entendieron, de momento, mi postura y la apoyaron.
Así, paralizado el proceso de edición, pasaron meses y meses y el vicerrector se entrevistó con el (i)responsable del museo, sin que diera su brazo a torcer. Los servicios jurídicos de la Universitat trataron el caso con los de la Diputación y el impasse seguía. Tampoco el nuevo director de Publicacions de la Universitat de València abordaba el tema directamente, en espera de que las relaciones Universitat/Diputación pudiesen normalizar el tema, que se había enquistado de manera drástica. Institucionalmente, el poder –los poderes–no acaban de ver, a menudo, la trascendencia de determinados temas. Y la importancia que conlleva el insistente mantenimiento de las cuestiones de principio, defendidas por ambas partes, hasta pueden acabar minimizándose –paradoja real–en aras del propio pragmatismo cotidiano.
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