Recuerdo perfectamente, incluso ahora, en la distancia, dos bloques de situaciones –para mí efectivamente inolvidables–de aquel intenso y aciago día de la masiva y efervescente reinauguración de la muestra fotográfica. Por una parte, al pasar por el museo, a recoger una documentación que me urgía, estaban allí esperándome los diputados Salvador Enguix y María Jesús Puchalt, llegados desde Presidencia con el fin de convencerme para que no acudiese, ya como exdirector del MuVIM, a la reinauguración de la muestra, organizada en la citada galería Tomás March, sabedores por la prensa del acto multitudinario anunciado. De hecho, encontrarles allí fue para mí una sorpresa inesperada. Desde mi pública dimisión –tensa y dolorosa–de hacía unos días no les había vuelto a ver. No se olvide que justamente todo lo sucedido había tenido lugar cuando las cotas de satisfacción por el funcionamiento del museo eran mayores entre el público, los medios especializados y entre nosotros mismos. En realidad, pasamos –pasé yo mismo, casi en un abrir y cerrar de ojos, aquel día (jueves noche) de la inauguración de cuatro muestras paralelas sobre el tema de la historia de las imágenes, que fue el de la censura histérica y prepotente–de la cumbre al abismo. Por ello me sentí física y psicológicamente tan mal. Hasta tuve que ser tratado médicamente, tras despedirme (el viernes) de mis colaboradores del MuVIM. El fin de semana redacté mi larga carta de dimisión y el lunes a primera hora la leía públicamente, tras entregarla en mano, una hora antes, al diputado de Cultura, en la presentación del Congreso Internacional «Estética de la Memoria. Imágenes de la Historia», que tuvo lugar, como estaba programado, desde hacía tiempo, en el salón de actos del museo, abarrotado de gente. La voz se había corrido.
El eco fue inmediato y las reacciones inmediatas. Los asistentes de diversos países no acababan de entender lo sucedido. Ni hecho a propósito la escenografía podía ser más adecuada a la tragedia resultante, nacida paradójicamente de una comedia estúpida sobrevenida como fruto tanto de la ignorancia como del exceso ególatra del poder acumulado. Fuera del museo se agolpaban ya los representantes de la prensa por centenares. La explanada del MuVIM, en toda su extensión, estaba bloqueada totalmente por personas y cámaras. Cuando finalizó la lectura del documento de mi dimisión, en el salón de actos, aquel lunes memorable, me vi obligado por las circunstancias a salir al exterior, rodeado por innumerables micrófonos y cámaras. Ahí ha quedado todo registrado, documentalmente, en la dura espontaneidad del momento, como parte de la pequeña historia cotidiana de nuestros museos.
Pues bien, habían transcurrido tres días más y no había recibido, a pesar de mis esfuerzos, cita alguna con las autoridades políticas pertinentes, supervisoras y responsables del museo. «No están, no contestan». Tengo testimonios de varias mediaciones, iniciadas por mí, para negociar/evitar la retirada de una parte de la exposición por la censura, durante el viernes y el sábado. Iluso de mí, albergaba esperanzas de poder arreglar el tema. Pero el vacío y el silencio fueron totales. Solo una nota de prensa oficial de la Diputación, sin ni siquiera hablar conmigo –injusta y estúpidamente, fruto de aquel contexto irracional que acostumbra a dictar sus verdades desde el poder–, se osó publicar el viernes e insistir el sábado, desinformando por completo a los lectores de que la retirada de la muestra había sido consensuada previamente con la dirección del museo y punto. Aquello sí que fue la gota que colmaba el vaso.
Sobre todo tuve claro lo que yo debía hacer, sin vuelta de hoja, cuando el mismo viernes reuní a todo mi equipo en el MuVIM y les hablé. Sus caras desencajadas y sus silencios indignados eran el mejor mensaje de lo que ellos temían y adivinaban, sin querer explicitarlo, ni resignarse a asumirlo. Por mi parte no había marcha atrás. Incluso aconsejé a los responsables de la Unió de Periodistes Valencians que dispusieran de la muestra en su totalidad, de «su muestra», y se la llevaran –salvándola–a otro lugar. La suerte estaba echada – Quid ad rem?–. Hay veces que uno entiende la necesidad personal y moral de cruzar, con decisión, su Rubicón particular. Y así se hizo.
De ahí que, presentada la dimisión, preparada de nuevo la muestra y convocada su reinauguración en el nuevo espacio, en paralelo a las distintas manifestaciones masivas, habidas ante el MuVIM o en la plaza de Manises, ante la Diputación, a las que yo, por decisión propia, comprometido con los hechos, había necesitado personalmente asistir, se entenderá plenamente que no pudiera explicarme, en absoluto, qué sentido tenía la tentativa de los diputados para que no participase en la reinauguración de la muestra de las fotografías. Por supuesto que la entrevista fue tensa y absurda. La diputada era la que más insistía, quizá porque era vecina de casa y se habría comprometido a lograr tal (iluso) objetivo, pero aquella petición que me hacían iba totalmente en contra de mi voluntad. Y tras negarme salí del museo en dirección a la galería Tomás March, donde ya me esperaba mi esposa para acompañarme en el acto.
Al llegar a las inmediaciones de la calle de la Paz, caminando con externa tranquilidad hacia la plaza de Nápoles y Sicilia, me iba topando constantemente con numerosos grupos de personas que coincidían con nosotros en la orientación de su marcha. ¿Para qué seguir más la narración?
El otro momento intensamente fijado en mi recuerdo fue mi intervención, larga y visceral, por necesidad, en aquella reinauguración tan especial. Como les dije a los periodistas y al público que ocupaban a tope el amplio espacio de la sala: «Estamos, ahora mismo, creando las imágenes para la muestra de “Fragments d’un any” que serán expuestas, dentro de un año, en 2011». Y era cierto. Efectivamente me sentía tan adivino en mis previsiones como elocuente y decidido en mis palabras.
Rememorados ahora todos aquellos sucesos, en el marco de la política cultural valenciana de tal coyuntura, en torno a la historia del MuVIM, tienen –para mí–un doble alcance:
a ) sin duda, uno más concreto, referido directamente a las experiencias que me tocó vivir, en un aprendizaje continuo. Aceptar la dirección del museo era –lo supe desde un principio–jugar con fuego. ¿Fuegos fatuos? Quizá. Pero, sobre todo, era lógico que debía caminar, de continuo, sobre una plancha ardiente. Aquella donde conviven, en directo, política y cultura, cuando la primera quiere jugar a ser centrista sin serlo y cuando la segunda se ve sometida a constante vigilancia y supeditación, incluso sin aparentarlo efectivamente. El dirigismo se da por supuesto y se ejercita, de facto , desde el poder, aunque hayan prometido pleno respaldo y respeto a las propuestas culturales planteadas.
Se entenderá ahora mi auténtica obsesión por tener cerrada la programación del museo, siempre dos años antes de la fecha de ejecución. Y pugnar por publicar sus contenidos, con total minuciosidad, previamente, desde el curso anterior, en el Farem respectivo, tras ser aprobadas sus líneas generales en el Pleno de la Comisión de Cultura de la Diputación.
En el MuVIM no había patronato, aunque propuse reiteradamente su constitución. Yo lo veía como un respaldo importante. Asumida la dirección, se me dijo que la comisión desempeñaba institucionalmente funciones análogas a un patronato de museo, pero, de hecho, como pude pronto comprobar, era mucho más restrictiva la citada Comisión de Cultura, donde estaban representados proporcionalmente todos los partidos políticos existentes legalmente en la institución.
Los equilibrios explicativos, a la hora de presentar minuciosamente el programa conjunto del museo durante largas sesiones de trabajo, fueron siempre un buen ejercicio experimental para el director, que implicaba la recurrencia al cruce argumentativo de los diversos hilos políticos disponibles, sobre la marcha, en el pleno. Siempre planteé mis intervenciones como auténticas clases, incluso con algunas recurrencias teatrales. Retórica de esforzada programación cultural, al fin y al cabo, entre la tarea de comunicar, persuadir, convencer y lograr…
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