De hecho, en cada circunstancia, un profesor actuaría como director del congreso, correlacionando estrechamente la universidad elegida con el MuVIM. El proyecto estaría preparándose dos años antes de su celebración, estudiando el listado de ponentes, los profesores invitados y las inscripciones disponibles. Siempre se arbitrarían becas y ayudas para la asistencia de cara a quienes las necesitasen, y las universidades facilitarían créditos a nuestros proyectos de cara a los respectivos alumnos asistentes. Todo aconteció, en realidad, tal como se había planificado.
En el Centro de Estudios encontré mi brazo derecho en el profesor de Sociología de la Universitat de València, que compartió destino con su importante puesto en el MuVIM, Vicent Flor. Entendió pronto y a fondo mi propósito interdisciplinar de dar un intenso tono investigador a las actividades del museo. Y asumió a fondo su tarea de responsable del Centro de Estudios, con una eficacia que me fue reiterada, con insistentes mostraciones de agradecimiento, una vez tras otra, al finalizar cada actividad desarrollada, durante aquellos años, por parte del profesorado implicado. Y yo mismo, una vez retornado a mi cátedra, dejado el MuVIM, le eché claramente de menos en estos menesteres organizativos y de gestión, en otros medios y contextos.
Otra vertiente del Centro de Estudios la constituirían los Encuentros sobre Cine, de carácter trimestral, que adquirieron efectivamente un éxito inesperado, imbricando conferencias, ciclos de cine, debates y publicaciones que recogían las ponencias correspondientes en los cuidados volúmenes de la colección «CinemalMuVIM», que siempre fue una de las más solicitadas entre las nuestras. La responsabilidad de esta sección la deposité en el profesor Manuel Ventimilla, que siendo además funcionario de la Diputación supo unir a sus clases universitarias sus complementarios afanes de cinéfilo con aquel encargo organizativo, que para mí era vital. De hecho, mis afinidades con el mundo de la imagen, desde la óptica de la filosofía, habían comenzado hacía décadas, con la realización de mi tesis doctoral sobre cine, en la década de los sesenta, y explicando interdisciplinarmente la asignatura «Teoría de la Comunicación Artística», que permaneció en el programa de la licenciatura en Filosofía, abierto también optativamente a otras especialidades, hasta entrados los ochenta, en la Universitat de València.
Las primeras tesis doctorales que luego dirigí también fueron sobre cine, aunque posteriormente la filosofía, la música, las artes plásticas, la historia, la comunicación o la gestión cultural fueron completando –en los 43 años de docencia vividos–los dominios temáticos abordados en la amplia lista de las más de 80 tesis doctorales dirigidas. Toda una vida, pues, que ni siquiera disminuyó, sino que tomó nuevos vuelos, en mi etapa de director del museo.
En efecto, las conexiones entre cine y educación nunca fueron ajenas a mis preferencias docentes y profesionales. Por eso tampoco podría el cine estar ausente de mi forma de entender el desarrollo de un museo –como el MuVIM – que yo deseaba.
El Centro de Estudios era, por tanto, un dominio de cohesión, investigación y consolidación histórica y teórica que afectaba a la marcha global de nuestro proyecto museográfico. Junto a las dos personas responsables, en sus respectivas secciones, había otros colaboradores que completaban el equipo sectorial. Me gustaría citar, con afecto y recuerdo, a Ana Martínez, Ada Moya y Helena Mansanet.
En la concepción unitaria que deseaba consolidar, junto al Centro de Estudios, no podían faltar la Biblioteca Especializada que el MuVIM añoraba y el imprescindible Servicio de Publicaciones. Sin minimizar sus conexiones, tampoco restringí nunca sus autonomías respectivas y sus correspondientes responsabilidades.
El proyecto de la biblioteca ocupó mis primeras entregas, ya que, en el calendario funcional que provisionalmente marqué, su inauguración oficial –en otoño del 2004–acabó suponiendo el inicio efectivo de las actividades del museo. Además, aquella fecha de finales de octubre encarnaría para siempre –pensaba yo–la fiesta de Puertas Abiertas de la institución, con edición de carteles, regalos de libros, conciertos y una intensa semana de actividades especiales, en rememoración de nuestra historia compartida, que al menos aquellos años recordados se llevaron a cabo con asistencia a tope de público fidelizado.
Sin el fichaje e incorporación de una serie de nombres, para mí entrañables, nada de este sueño en torno a la biblioteca vacía hubiera sido posible. Comenzando por Ana Reig –que disfrutó de pleno, me dijo, de que un filósofo dirigiera inesperadamente el museo–y siguiendo por el resto de un equipo entregado y generoso: Benedicta Chilet, Sergio Vilata o Josep Cerdà. Quisiera activar aquí –justamente–su memoria como excelentes profesionales. Ellos lo fueron todo. Res gestae . Ahí están los hechos.
No quería –lo he repetido hasta la saciedad–un museo que dispusiera de una biblioteca bien dotada, sino de una biblioteca en cuyo entorno, activo y reflexivo, se gestara paralelamente un museo. Y así fue. Los responsables de la biblioteca, que también lo fueron del Centro de Documentación y del Archivo, que propiciamos de forma entusiasta, asistían asimismo a las reuniones cíclicas de programación del museo. Eran un eslabón más y no un aditamento frente al todo. Cualquier iniciativa debería contar, pari passu , con las opiniones, sugerencias y participación de los diferentes sectores del gran equipo. Y esto siempre fue así, mientras duró la aplicación efectiva de la «Fórmula MuVIM», que conseguimos poner en marcha, con la edición del Farem anual, donde se recogía toda la programación, por adelantado, en sus distintas facetas y capítulos. Nuestro público fidelizado conocía el calendario puntual del museo, un año antes, y podía decidir sus inscripciones y asistencias. También en esto fuimos diferentes y sostuvimos nuestra originalidad hasta el final, como lo atestiguan las seis publicaciones del Farem 2005/2010 , con sus introducciones explicativas y las justificaciones sociopolíticas que la cultura artística y museográfica, en cada caso, merecía, de manos de su director.
La utilidad del Farem era amplia y diversa: como recordatorio programado para las actividades, como vademécum para el equipo de trabajo y como guía para la visión global del proyecto museográfico. Ahora, históricamente, sirve como memoria fundamental de aquel sorprendente esfuerzo colectivo.
Otro gozne especial, entre el Centro de Estudios e Investigación y la Biblioteca, era el Servicio de Publicaciones y Comunicación, cuyas cabezas responsables y activas, en todos los sentidos, fueron el periodista Ricard Triviño y el filósofo Pep Monter, junto con el historiador Pep Cerdà. He de confesar que siempre fui sensible –en mis más de cuatro décadas de dedicación universitaria y, en este sentido, aún sigo en actividad continua–a la edición de libros, a la puesta en marcha de revistas y a la dirección de colecciones diversas. Incluso en esa época era todavía director del Aula de las Artes (1998-2010) de la Institució Alfons el Magnànim (IAM). Y hoy sigo siéndolo en Publicacions de la Universitat de València de la colección «Estética & Crítica» y en la Real Academia de Bellas Artes de la colección «Investigació & Documents». Cómo no volcarme, pues, en estas tareas editoras plenamente, como director del MuVIM.
Varias fueron las colecciones puestas en marcha durante esos años. Unas lo eran de gestación propia (colección «Biblioteca», colección «Quaderns del MuVIM» o colección «Serie Minor», especializada en cine) y otras eran gestionadas en colaboración con la Universitat de València (por ejemplo la «Col·lecció Oberta») o con otras editoriales especializadas, que colaboraron sumamente en la publicación de nuestros catálogos, por ejemplo Pentagraf o Campgràfic Editors. Justamente en esos papeles, vinculados a la edición (Pep Monter) y a la publicación (Ricard Triviño y Josep Cerdà), la actividad de estas personas responsables fue puntera en alto grado. Para mí, aquella etapa no fue sino una constante reiteración de satisfacciones, redactando numerosos prólogos o puntualizando epílogos, sin dejar nunca de colaborar con sus propuestas y mostrando mi decidido respaldo y seguimiento, en todos los sentidos, a la vida del museo.
Читать дальше