Romà de la Calle de la Calle - Memoria y desmemoria del MuVIM

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Memoria y desmemoria del MuVIM: краткое содержание, описание и аннотация

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Selección de escritos publicados en la última década por el profesor Román de la Calle, centrados en el estudio y la práctica de la museografía. Textos con una perspectiva plural sobre el Museo Valenciano de la Ilustración y de la Modernidad (MuVIM), que dan a conocer tres perspectivas complementarias que confluyeron en una etapa crítica y polémica de la política y de la cultura valencianas. Por una parte, se aborda el proyecto colectivo de revitalizar un museo y, por otra, se rememora la tensa experiencia de la censura ejercida sobre el MuVIM como práctica política prepotente. En tercer lugar, se relacionan tales situaciones con el afloramiento intenso de un debate asociativo, ciudadano y político, que marcó el punto de arranque de una reflexión compartida y comprometida sobre la necesidad de revisar los parámetros en los que se mueve nuestra realidad cultural valenciana y española.

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Por mi parte, tenía claro que solo una estrategia de auténtico equipo, fuerte, flexible, resistente y capaz, podría llevar a cabo tal iniciativa. De ahí que la cesión y el reparto efectivos de responsabilidades, delegadas en los distintos colaboradores, eran, desde mi óptica, el único camino hábil y eficaz para articular una entrega personal y colectiva de manera sistemática.

Al tratarse de una institución cerrada sobre sí misma y con una fuerte carga histórica, como era la Diputación, de la que dependía el museo, y proviniendo yo mismo de la Universitat de València, una entidad muy diferente a la anterior, tuve claro que imprescindiblemente debía contar con una persona conectada de forma estrecha al contexto de la Diputación, alguien que conociera sus claves funcionales y estuviera familiarizado con sus estructuras, medios y habituales estrategias. El puesto de subdirector sería el idóneo para cubrir tales objetivos. Asimismo debería estar perfectamente entregado y sin condiciones al proyecto común, sintiéndole, yo mismo, siempre próximo y a mi lado.

Era claro que la nueva deriva del MuVIM, como museo de las ideas, tal como acabó denominándose, directamente vinculado al patrimonio inmaterial, pasaba precisamente por una fuerte carga reflexiva, tanto en el estudio de la historia como de la actualidad. Se trataba de articular –como hemos indicado y sustenta su nombre–la herencia del Siglo de las Luces y abriéndose a las diversas formas de modernidad, que deseábamos abordar, desde la diacronía de los medios de comunicación. Y en ese sentido, el perfil de filósofo en su formación, la especialidad de gestor cultural en su profesión y la condición de ser funcionario de la institución fueron notas que vinieron a sumarse a las exigencias de rigor, experiencia, entrega y abierto compromiso ciudadano, que había pensado para la persona que fuera a ocupar, a mi lado, la subdirección del MuVIM. En mi lista anoté, con lápiz, Francisco Molina, y quedé para hablar primero con él. Todo fueron, por suerte, entusiasmos compartidos y descubrimientos de afinidades, desde un principio. Debería ser competente en la supervisión de todas las secciones y encomiendas internas al museo, así como estar dispuesto a responder a cualesquiera requerimientos externos. El día a día pasaba, minuciosamente, por sus manos y nunca hizo dejación de sus compromisos, colaborando además con cualesquiera secciones y encargos. Ni siquiera en el último momento de mi estancia en el centro. Allí le tuve a mi lado, incluso con el riesgo de verse salpicado efectivamente por el entorno polémico del final de nuestro viaje común. Amicis denique hora .

El asegurar igualmente un responsable del programa de actividades expositivas, que comulgase enteramente con la idea diferencial, frente a otros museos del entorno, que deseaba vivamente para el nuevo MuVIM, era otra de mis hondas preocupaciones. Por mi parte, conocía el IVAM, en su funcionamiento desde dentro, del que había sido durante décadas miembro del Consejo Rector, y otro tanto podría afirmar del Museo de Bellas Artes, como numerario de la Real Academia de San Carlos y vicepresidente de esta, que entonces era. Y anhelaba, de acuerdo con los planes museológicos ya expuestos, trazar un programa museográfico diferenciado al máximo, moviéndonos en las fronteras transversales de las relaciones artísticas entre artes plásticas y artes visuales, entre arte y diseño –en sus distintas modalidades, gráficas e industriales–, es decir, entre artes aplicadas y bellas artes. Y sobre todo fiaba en la posibilidad de investigar en el extraordinario ámbito de los trabajos sobre papel. Ahí radicaban –en ese dominio de intersecciones abiertas–nuestros ambiciosos espacios de intervención, aún no descubiertos, de hecho, en sus posibilidades de conjunto, de cara a un museo como el que soñábamos.

Realmente sabía lo que deseaba y era sumamente consciente de las dificultades añadidas que todo ello podría conllevar. Pero los hados me fueron sumamente favorables. Justamente quedaba liberado de su contrato anterior el pedagogo Carlos Pérez, experto curtido en sus destinos anteriores, en otros destacados museos –en el IVAM y en el Reina Sofía–, y que como anillo al dedo, para mis necesidades de futuro, poseía el perfil adecuado, el empuje suficiente, una formación sin fronteras y además disfrutábamos mutuamente de nuestra amistad desde hacía años. La cultura francesa, que compartíamos, iba a ser un decisivo aglutinante en nuestro nuevo destino. Sagaz, socarrón, leal, incansable, locuaz, proclive a explorar ámbitos de culturas no centrales pero decisivas en la realidad cotidiana, con su móvil siempre al oído y el ánimo bien dispuesto, comenzó a lanzarme ideas y sugerencias apenas nos sentamos, para hablar de proyectos, ante el primer café obligatorio de aquella temporada.

Como era lógico, Carlos Pérez estaría a la cabeza del Equipo de Exposiciones, que como núcleo duro debería contar además con un grupo selecto de conservadores y de expertos fijos y otros móviles, según proyectos y propuestas. Estuvimos de acuerdo enseguida en la necesidad de disponer de gente joven, ilusionada y con cierta experiencia y, sobre todo, con deseos de desarrollar sus conocimientos y habilidades en tal especialización. Fue así como contamos escalonadamente con María José Hueso, María José Navarro, Carolina Ruiz, Eva Feraz, María García o Elisa Pascual. Pero también incorporamos a expertos y experimentados a esta sección como Félix Bella o Pep Monter y a colaboradores puntuales como Rafael Ramírez Blanco o Paco Bascuñán, que en el equipo de exposiciones atendieron particularmente a la edición, diseño y montaje de sorprendentes proyectos, con solvencia y capacidad excepcionales. Las lecciones que se ejercitaron, en la práctica, fueron extraordinarias. De hecho, muchas de las propuestas desarrolladas podrían ser estudiadas como modélicas. Doy fe.

Las fichas de ajedrez iban ocupando el tablero. Pero tenía bien claro, sobre todo, que los programas expositivos, siendo claves e imprescindibles, no agotaban, ni mucho menos, los dominios decisivos que satisfacer en esa ejemplar globalidad interrelacionada a la que aspiraba como máximo objetivo.

La piedra fundamental era la conversión y el reconocimiento del museo como centro de investigación, lo cual implicaba, a su vez, la existencia de un Centro de Estudios, una Sección de Publicaciones, un Centro de Documentación, un Archivo y sobre todo una Biblioteca especializada. Alguien me comentó, desde la vertiente política, durante los encuentros y las negociaciones previas: «Eres incansable, cada día llegas con un listado mayor».

Posiblemente fuera así, pero era a fortiori esa cadena de enlaces lo que aseguraba mi creciente entusiasmo, al margen, claro estaba, de las inquietudes y dudas que motivaba también, en nuestro proyecto, el hecho de constatar las inestabilidades y los riesgos que los entrecortados diálogos entre política y cultura motivaban, a menudo, en el seno de la Comunidad Valenciana desde los nuevos poderes establecidos. El texto programático, que estaba escribiendo en torno al museo, día a día, no podía independizarse, en absoluto, del contexto político-social que nos circundaba. ¿Sería realmente posible establecer una sólida colaboración entre tantas diferencias efectivas? Consideré, no obstante, que debería intentarlo por mi parte. Quizá los posibles logros, por los que apostaba, incidirían socialmente, si había suerte, en beneficio de nuestra propia cultura y de la consistencia y desarrollo ciudadanos.

La apuesta, pues, por el Centro de Estudios debería contar asimismo con un grupo de expertos, conectados al marco de la universidad, capaz de poner en marcha, organizar y supervisar el desarrollo de encuentros, congresos y seminarios en el MuVIM, pero siempre en estrecha relación con otros centros universitarios valencianos, nacionales e internacionales, que aportaran participantes, ponentes y financiación. De hecho, a la vez que se preparara una muestra concreta, por parte del Equipo de Exposiciones, se articularía también un encuentro específico que, en paralelo, arropase el estudio de la propuesta global sobre el tema establecido.

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