La clave iba a encontrarla, inesperadamente, en una conversación mantenida entre colegas de mi especialidad, justamente en un viaje para asistir a una reunión periódica del área de Estética y Teoría del Arte. Siempre fuimos un área reducida y bien avenida, de conocidos catedráticos, no más de media docena en total, abiertos a la colaboración, de amplia producción filosófica y excelente cobertura de resonancia social también. Justamente les estaba comentando –en estrecha confianza y camaradería, en plena sobremesa–el ofrecimiento recibido, que de ser aceptado, por mi parte, implicaría, por cierto, una temporal comisión de servicios y el correspondiente alejamiento provisional de la docencia universitaria. No obstante –les puntualicé, con total sinceridad–estaba aún en esa fase de reflexión activa y actitud preocupada, que fluctúa constantemente entre la duda y el entusiasmo, entre el rechazo y la reconsideración, entre la formulación del proyecto y el abandono. Definitivo, quizá.
En tal circunstancia, la pregunta que se me formuló en público por parte de uno de los colegas presentes se refería precisamente al nombre del MuVIM, dudando si se concretaba, de hecho, el diálogo de la modernidad ya con el contexto de la Ilustración histórica del XVIII ya con el dominio de la potente y amplia ilustración gráfica actual .
Sin duda, la clave de la cuestión estaba prendida en la respuesta, pero era la pregunta la que ponía ciertamente los puntos sobre las íes. Mi larga explanación de entonces, frente a expertos, fue determinante, tanto respecto a la formulación minuciosa del proyecto, como en relación con mi aceptación definitiva. Todos se ofrecieron a colaborar en aquel sueño con aureola de posibilidades y, de hecho, la mayoría de ellos fueron desfilando, en años sucesivos, por los espacios del museo, participando en actividades diversas.
El punctum saltans de aquella conversación, en la que asumía el sobrevenido papel de protagonista, radicó en la rica ambigüedad que comportaba la propia palabra ilustración , de cuyos matices no quería prescindir en cualquier caso. La verdad es que siempre había pensado, sobre todo cuando disfrutaba hojeando, con pasión y guantes, las páginas de los volúmenes de la Encyclopédie , que aquella aventura editorial no hubiese sido ni mucho menos la misma sin la participación efectiva y directa de los eficaces ilustradores, junto –por supuesto– con la actividad de los comprometidos ilustrados.
Pocas veces, como en aquella sobremesa, vi tan claro, a través de la argumentación de mis palabras, el fundamental papel histórico que los ilustrados y los ilustradores –es decir, los textos y las imágenes , en su conjunto y resolutivo viaje por la historia del XVIII–habían desempeñado conjuntamente. Era la historia del pensamiento la que se barajaba y recogía, de manera decidida, en aquel empeño editorial, pero era asimismo la historia de los medios de comunicación la que se trenzaba precisamente, con enérgicas puntadas y cicatrices, en aquel escenario de futuro.
Pues bien, en el viaje de retorno, mientras el paisaje iba desfilando, a velocidad controlada, por la ventanilla, ya fueron quedando garabateados los primeros bloques del proyecto del futuro MuVIM, en los folios de mi cartapacio marrón. El punto de apoyo, para mover el brazo de palanca de mi apuesta, iba a ser el cruce decisivo y el encuentro entre la historia de las ideas y la historia de los medios de comunicación. ¿Qué mejor bagaje podía ofrecer a la superposición diacrónica entre la Ilustración y la Modernidad, entre el XVIII y el recién iniciado siglo XXI, entre la historia y la cotidianidad?
De pronto, el deseo de armonizar la presencia activa de un museo de las ideas con la fuerza propia de un museo de los medios de comunicación había comenzado a funcionar, como esponja catalizadora de posibilidades múltiples. Como profesor de filosofía y como especialista en estética y teoría del arte, había dado un resolutivo paso hacia delante.
Fue así como el diálogo de las imágenes y las palabras cruzaba la historia entera del pensamiento –en un abrir y cerrar de ojos proyectual–, desde el mundo griego al humanismo renacentista y de este a la escuela clásica francesa. Desde la Ilustración al romanticismo y de este a la Revolución industrial; de la imprenta y el mundo del grabado al contexto del diseño gráfico, el cartelismo y la tipografía. De la fotografía al cine y la televisión, del diseño industrial a la tecnología de los medios de comunicación y las inagotables experiencias contemporáneas.
De pronto había comprendido la revulsiva orientación que merecía, de hecho, el Museo Valenciano de la Ilustración y de la Modernidad, manteniendo activa, además, la Exposición Permanente (del viejo MuVIM inicial y cuya continuidad peligraba), que estratégicamente apuntaba al desarrollo explicativo de la historia de las ideas, pero que además necesitaba muchas cosas más en su entorno, para cobrar pleno sentido, poder y actualidad. Así, de un solo golpe de mano / de una correlación funcional de fuerzas, a ) se había dotado de nuevo alcance a la muestra permanente, que continuaría atendida; b ) se había articulado el museo en torno a una biblioteca (transformada en primer objetivo inmediato de puesta en marcha); c ) se contaba ya con un revulsivo borrador museológico a caballo entre la historia del pensamiento y de los mass media ; d ) se redactaba el primer programa de estudios y exposiciones, en torno a la imagen (fotografía y cine), a caballo del diseño gráfico, el cartelismo y el diseño industrial, y e ) se apuntaba la necesidad de conectar los dominios del arte y de la educación en el seno de la investigación más propia y genuina del museo.
Por primera vez entendía perfectamente –yo mismo–la importancia que podría tener el hecho de asumir las claves de un museo de patrimonio inmaterial –planteado como museo de las ideas y sus transferencias a través de los medios de comunicación, desgranados por la historia–y articular en su entorno la vida de un centro como el MuVIM, dependiendo de la historia del pensamiento y abocado al estudio de la vida cotidiana, transformada por sus contactos con el arte, el diseño y una nueva cultura, aguijoneada desde la alta tecnología y sus implantaciones con las nuevas experiencias estéticas.
En realidad, ahora sí, un perfil diferente y diferenciado se iba abriendo camino hacia la definición del nuevo MuVIM. Pero, más allá de esa dualidad imprescindible e imbricada –líneas museológicas concebidas y/o posibilidades de acciones museográficas–, era consciente de que no contaba con un equipo de profesionales adecuado a nuestros fines y ambiciones, aquí apuntadas en cascada. Había, pues, que abrir y atender, además, otro frente selectivo y complejo.
La respuesta positiva provisional, por mi parte, al ofrecimiento de la dirección del museo llevó implícita un racimo de condiciones. La primera y principal era el explícito y efectivo respaldo institucional a las líneas generales del proyecto museológico aportado, así como también y en paralelo se planteó grosso modo el soporte económico adecuado y la pertinente dotación del equipo profesional necesario para llevar a cabo el programa museográfico en sus diversas vertientes.
En los años que dicho pacto político-cultural efectivamente funcionó, todo fue rodado en el museo. Pero luego, en la medida en que fueron variando –con más celeridad de la esperada o temida–los responsables políticos de la institución y se apuntaron intervencionismos salpicados, las cosas se fueron complicando a buen ritmo. En realidad, históricamente aquel sexenio liberal permitió colocar al MuVIM en la onda que le correspondía. Y esa baza fue la importante.
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