La naturaleza de estos documentos y de sus funciones exactas siempre han sido objeto de debate. Mencionemos en primer lugar el que animó la comunidad de medievalistas en los decenios 1980-2000. En los años 1980, dos eruditos, Jean Durliat y Élisabeth Magnou-Nortier, prolongando las hipótesis de W. Goffart propusieron una nueva lectura de los polípticos. 9 No se trataría de documentos destinados a facilitar la administración del dominio sino de instrumentos de gestión de las finanzas públicas. En el marco de esta hipótesis sería preciso imaginarse a los abades de los grandes monasterios comanditarios de los polípticos como delegados del poder público encargados de cobrar los impuestos públicos en nombre del Estado. Las villae y los mansos no serían explotaciones agrícolas sino circunscripciones fiscales y las rentas, especialmente los censos, constituirían un impuesto territorial entregado al soberano por medio de los beneficiarios de estas atribuciones o delegaciones. Detrás de esta tesis, llamada fiscalista, respaldada con argumentos sólidos y una gran erudición, se encuentra la idea de que las instituciones financieras y fiscales del Imperio romano, tal como se habían constituido en el siglo IV, sobrevivieron a la dislocación del Imperio y que los soberanos «bárbaros» consiguieron mantenerlas en funcionamiento hasta el siglo IX. Esta teoría, si se verificase, haría vanos todos los esfuerzos por utilizar los polípticos como fuentes directas de la historia económica y social. Serían, entonces, los testimonios de una historia de las instituciones del Estado, conteniendo de manera subsidiaria indicaciones de orden económico.
Las refutaciones de la tesis fiscalista han sido numerosas y también están bien argumentadas. Discuten la validez del método utilizado por Jean Durliat para demostrar la continuidad de las instituciones fiscales en un periodo tan largo. Sin embargo, la cuestión esencial reside en el examen de dichas instituciones. Si son bien conocidas hasta el siglo V, a continuación, ya no disponemos de informaciones directas. El sistema fiscal antiguo se basaba en gran parte en la colaboración entre las élites sociales y el Estado. Esto ya no existe a partir del siglo VI y se ha generalizado la hostilidad a la idea de gravar las riquezas con un impuesto territorial. La Iglesia, protegida por sus inmunidades, evidentemente, se opone, pero sobretodo los grandes son refractarios y conducen, allí donde pueden, operaciones de resistencia a la percepción del impuesto, convertida en algo imposible a principios del siglo VII. 10
De esta teoría, al menos subsiste un punto que debe retenerse: los grandes señores, efectivamente, cobran un cierto número de tributos de naturaleza pública, porque ocupan un lugar en la organización de los poderes públicos. La manera como estas sumas revierten al soberano solo puede indicarse de manera hipotética. Cada año, todos los grandes deben llevar al soberano munera , regalos que le son entregados en el curso de ceremonias anuales a las que participan condes, obispos y abades. No está descartado que los impuestos de origen público en relación al ejército, por ejemplo, se presenten como dones ofrecidos, mientras que en realidad se trata de una punción operada en su fortuna. Las prestaciones de servicio, y especialmente el servicio militar, completan este tipo de tributación.
La función militar en parte se deriva, en sus aspectos de logística y de reclutamiento, a los monasterios del tipo de Saint-Germain-des-Prés, en Francia, o San Colombano di Bobbio, en Italia. Por lo que se refiere a este último, la documentación muestra que alberga un arsenal. Sin embargo, muchos hombres libres no quieren o no pueden acudir al ejército y efectuar un servicio de varios meses al año. Por lo tanto pagan una compensación entregada a los monasterios reales o imperiales porque estos se ocupan por si mismos del reclutamiento y la dirección de las tropas. Finalmente, durante todo el siglo IX una parte de las tierras de los establecimientos monásticos sirve para instalar a vasallos militares susceptibles de ser llamados por los abades para efectuar el servicio debido al rey. Así pues, el organismo económico que constituye el dominio no tiene como única finalidad el mantenimiento de los posesores y sus clientes. También está íntimamente ligado al funcionamiento de las instituciones públicas que son sostenidas y financiadas con los excedentes de producción de las tierras monásticas.
La gestión de las tierras
Sin embargo, al fin hay que considerar los polípticos como lo que son, es decir instrumentos muy sofisticados de gestión de las tierras y los hombres que las ponen en cultivo. 11 Efectivamente, ¿para qué sirven? En primer lugar tienen como función asegurar la estabilidad de los bienes descritos. Es por esta razón que su descripción es tan minuciosa y comprende todos sus elementos. Los grandes procuran saber de qué cantidad de tierra disponen y con qué título: se esfuerzan también por localizarlas y dar cuenta de todos los elementos constitutivos del valor económico de los bienes que poseen.
Segundo aspecto: se contabilizan los ingresos lo que supone operaciones complejas de evaluación e inventariado bien conducidas por un personal competente. En efecto, los administradores intentan conocer la producción real de la reserva en el año en curso, su potencial productivo en un año medio, así como el producto de las diversas cargas que pesan sobre las tenencias (corveas, prestaciones en especie, rentas en dinero). La contabilización de los ingresos supone que existe efectivamente una gestión conjunta de las explotaciones constitutivas del patrimonio.
La administración económica de estos últimos es compleja. Saint-Germain-des-Prés, a principios del siglo IX, posee al menos 54.000 ha repartidas en 25 villae . A principios del siglo X, Santa Giulia di Brescia tiene 85 conjuntos territoriales: aunque la superficie total nos es desconocida, su patrimonio es evidentemente muy importante. La gestión de estos patrimonios intenta asegurar la continuidad del sistema y mejorar su eficacia. Los autores de los polípticos también quieren gobernar a los hombres que los pueblan, crear o formalizar unas relaciones de derecho. Inventariando los hombres, estos textos enumeran las cargas que pesan sobre ellos y establecen de manera definitiva la costumbre señorial que en adelante regirá las relaciones entre habitantes/cultivadores del dominio y señores, elementos constitutivos de lo que anteriormente se ha llamado la ley del dominio.
Las numerosas funciones de los polípticos son uno de los signos del esfuerzo general de racionalización de la vida que anima a los grupos dirigentes de la época carolingia y que afecta también al sector económico. La producción y el intercambio ocupan su lugar en las mentalidades señoriales al lado de la competición en la búsqueda del lujo, el consumo ostentatorio, así como la generosidad en relación a las instituciones piadosas o incluso en relación a los pobres. Estos últimos datos estructuran el comportamiento aristocrático y determinan despilfarros y destrucción de riquezas. No es menos cierto que de manera aparentemente contradictoria la actitud señorial en relación a la producción y la circulación de riquezas también tiene una vertiente perfectamente racional en el sentido en que lo entienden los economistas: se movilizan recursos con el objetivo de alcanzar un fin concreto.
EL RÉGIMEN DE LAS TIERRAS
De los comentarios de estos conjuntos documentales nació a principios del siglo XX, la teoría del gran dominio bipartido que hemos recordado anteriormente. Sin embargo, dicha teoría por muy satisfactoria que sea para explicar las situaciones en algunas zonas del imperio, particularmente en la región parisina, o de manera más general entre el Sena y el Rin no sirve para dar cuenta de todas las situaciones. Ciertamente permite comprender bien, y a veces detalladamente, el dinamismo económico real del gran dominio así como su plasticidad. Pero no da cuenta de la verdadera diversidad de los territorios que forman parte del imperio carolingio. Ciertamente, la forma inicial puede experimentar variaciones considerables en función de distintos parámetros. Algunos son de orden natural, otros de orden económico y otros, por último, socio-políticos.
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