Laurent Feller - Campesinos y señores en la Edad Media
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PALAISEAU
El ejemplo de Palaiseau, en la región parisina, es a la vez el más característico y el más cómodo de analizar. Es el primero que describe el políptico de Irminón. La reserva está constituida por 287 bunuarias de tierra divididas en 6 grandes campos donde se pueden recoger 1.300 modios de cereal, 127 arpentes de viña que igualmente deben producir 800 modios de vino. Se cuentan 4 molinos que son cedidos a censo y entregan cada año al monasterio 153 modios de cereal. La iglesia del dominio posee 17 bunuarias de tierra en reserva y un manso así como 6 huéspedes que tienen cada uno un jornal de tierra y deben un día de corvea a la semana. Completan este conjunto 117 mansos, de los cuales 108 son libres.
El dominio no es una estructura rígida, al contrario, es una organización flexible que se puede adaptar a diferentes circunstancias y coyunturas. La construcción económica que representa es racional o tiende a serlo: el dueño de la tierra intenta sacar el máximo provecho posible del conjunto de factores a su alcance. El despilfarro y el derroche existen, ciertamente, pero la propia existencia de la documentación a nuestra disposición muestra una preocupación económica, un deseo de organización del trabajo y de la producción, a través de una gran diversidad de situaciones. El esfuerzo de organización que representa la constitución de reservas con su sistema de corveas tiene sentido si los ingresos esperados de este control son importantes. La alternativa es un sistema de explotación totalmente indirecto en el que los dueños del suelo confían explotaciones a campesinos de quienes solo esperan una renta. Se privan, entonces, de la posibilidad de orientar la producción y sacar provecho de los mercados. 27
Los logros historiográficos de los últimos decenios también muestran, contra la opinión desarrollada por las generaciones precedentes, la extrema atención puesta en las cuestiones de población. Ahora se ven mejor los signos de roturaciones y desplazamientos de hombres de lugares superpoblados hacia otros menos densamente poblados y menos intensamente cultivados. Finalmente, se admite que la organización dominical obedece a una serie de cálculos racionales en los que lo económico –es decir el deseo de constituirse un patrimonio y una renta– tiene un papel estructurante junto con otras consideraciones vinculadas a la naturaleza de la sociedad aristocrática de la alta Edad Media.
LOS ESFUERZOS DE RACIONALIZACIÓN DE LA EXPLOTACIÓN SEÑORIAL
La economía señorial de época carolingia es dual. En efecto, al lado de la producción de riquezas y la búsqueda de beneficios, se debe considerar que está relacionada con una economía de la donación que también organiza los comportamientos aristocráticos. Las dos racionalidades coexisten.
Los constreñimientos de la economía señorial entre la generosidad y la necesidad
Durante la alta Edad Media, los señores están en una posición ambigua e incluso contradictoria. La reproducción del orden social que legitima o explica su existencia implica un comportamiento de generosidad extrema que puede ser empobrecedor y a veces lo es. Al mismo tiempo, se comportan como actores económicos racionales, es decir orientados hacia la gestión óptima de sus «asignaciones de recursos» y el crecimiento de la producción.
La redistribución de las riquezas es un signo del comportamiento nobiliario. El prestigio, la autoridad y el reconocimiento social que forman parte del estatus derivan en parte de la capacidad de contribuir al enriquecimiento de los amigos, parientes y ciertos lugares de oración, indisociables del poder de la familia. 28 Hay que dar para ser tenido en cuenta: dar tierras, ciertamente, pero también dar bienes muebles o caballos a los clientes militares, y bueyes o instrumentos de trabajo a los clientes productores. Por consiguiente la sociedad y la economía de la alta Edad Media experimentan una intensa circulación de las riquezas a través de la donación en el interior de los grupos de estatus, pero también de un grupo de estatus a otro. La donación toma la forma de rentas para el campesinado pero para los señores incluye obligaciones morales de protección que se extienden a la esfera económica. No es anormal que un dominante efectúe gratificaciones a los dominados o que participe en intercambios desiguales en los que su aportación toma la forma de una donación. En las compras y ventas de tierra, por ejemplo, los pagos efectuados con herramientas de trabajo o animales de tiro son frecuentes. En estos casos la transacción no ha dado lugar al pago de un precio sino a la cesión de una contrapartida que establece o consolida una relación entre el comprador y el vendedor. Una vez pagado el precio, compradores y vendedores se consideran satisfechos. Pero cuando el pago se efectúa bajo la forma de contrapartidas no monetarias, la transacción no se salda y una de las partes, normalmente la que ha recibido un bien mueble, queda en deuda con la otra.
Satisfacer las necesidades cotidianas de un grupo doméstico ampliado a los servidores y clientes es la segunda necesidad del grupo aristocrático. Es preferible no tener que comprar los alimentos y la producción también se organiza en función de ello. El ideal aristocrático sigue siendo el autoconsumo. La producción en las reservas señoriales como la de las tenencias está parcialmente orientada hacia el almacenamiento y el consumo doméstico: abastecer el mercado no se contempla hasta que no se han satisfecho estas exigencias primordiales. De hecho, una corte real o aristocrática como un gran monasterio, son grandes consumidores y tienen necesidades que se deben satisfacer imperativamente. Corbie, en los años 820, en el momento en el que el primo de Carlomagno, Adalhard, era su abad, alojaba de 350 a 400 monjes. Es posible que, en el siglo VIII, los monasterios italianos más grandes hayan superado el medio millar de monjes. Si a eso se le añade la presencia alrededor de los monasterios de un personal de servicio destinado a secundar a los monjes en el cumplimiento de las tareas físicamente más duras, y si se considera igualmente que el monasterio está obligado a practicar la caridad, se entiende lo que representa el mantenimiento cotidiano de una gran abadía. A fines del siglo IX, en Cluny, que entonces tenía 300 monjes, cada año, son precisos 2.000 sextarios de cereal solo para su alimentación en pan, es decir la carga de 2.000 asnos. 29 Todo ello supone una organización económica compleja que apunta simultáneamente a la generosidad y al consumo. Esta es la primera preocupación de los gestores: la intensificación de la producción también tiene causas domésticas. Se pueden hacer observaciones similares a propósito de las cortes reales o de los séquitos aristocráticos, desde luego eminentemente móviles, mientras que los monjes, son, estables e inmóviles. Al menos en tiempos del imperio, también se debe tener en cuenta, el aprovisionamiento del ejército en durante las campañas: los fiscos y palacios reales están obligatoriamente implantados a lo largo de los ejes que recorren los ejércitos y las cortes en sus desplazamientos. Deben estar abastecidos de tal manera que en todo momento puedan hacerse cargo de las necesidades del soberano y su séquito. De todos modos, el mercado juega un cierto papel en este sistema. Es más cómodo comprar in situ que no transportar lejos lo que se ha producido: para obtener dinero se precisa vender los excedentes de los dominios periféricos, lo cual es la práctica corriente de Cluny en el siglo XI.
Por lo tanto la economía dominical se estructura mediante tres elementos: la obligación social de la redistribución a través de la donación, las necesidades de consumo de las familias, las cortes o los monasterios, y la búsqueda del beneficio a través de la comercialización. Nos hallamos en presencia de constreñimientos contradictorios que dificultan la comprensión del sistema. Los señores de cualquier rango, durante la alta Edad Media, al tener que mostrarse generosos y dar cuanto más mejor, parecen poco preocupados por el mantenimiento del capital económico en el interior de su familia: fácilmente lo ceden a los monasterios para la salvación de su alma, incluso cuando hay herederos, a riesgo de disminuir considerablemente el patrimonio y poner en entredicho los ingresos, como si el futuro y la continuidad del linaje fuesen una preocupación menor que la salvación del alma del detentor de los derechos sobre la tierra. 30 Sin embargo, estas generosidades tienen contrapartidas: abades y obispos están obligados socialmente a devolver todas o parte de las tierras adquiridas mediante donación, bien a la familia del donante –a la que a menudo pertenecen–, o bien a otros laicos de quienes quieren obtener la amistad. Paralelamente, se toman medidas para mantener el nivel de ingresos o incluso aumentarlo. No obstante, en lo que se refiere a los patrimonios laicos, estas disposiciones son insuficientes por si solas. Una familia no puede conservar mucho tiempo su fortuna –y por lo tanto su rango– sin realizar nuevas adquisiciones territoriales, a cada generación, que puedan compensar las generosidades anteriores con el fin de, por lo menos, mantener los recursos a un nivel estable. Las estrategias matrimoniales, las compras en el mercado de la tierra y las adquisiciones de tierras a los grandes establecimientos monásticos a través de contratos precarios, permiten recomponer los patrimonios y las explotaciones. Sin embargo, la principal fuente de enriquecimiento de las grandes familias aristocráticas son las generosidades reales. Pero estas no pueden darse por descontadas: dependen de las carreras personales, la capacidad de los grupos familiares de resituarse en el entorno real a cada generación, las capacidades militares, administrativas o religiosas de los individuos, y por último al apoyo de la corte. La ausencia de un vínculo directo entre un grupo de familias y una realeza comporta, a más o menos largo plazo, su empobrecimiento. En los escalones inferiores de la sociedad aristocrática, se produce un proceso análogo; los grandes, por su parte, deben contribuir al enriquecimiento de los suyos, sean estos clientes o establecimientos religiosos. Esto funciona mientras la realeza está en condiciones de redistribuir riquezas para que los grandes las hagan circular. De este modo, Georges Duby ha podido demostrar como, a fines del siglo X, las familias de la aristocracia del Mâconnais, en la periferia de los reinos post-carolingios, y muy empobrecidas por sus donaciones a Cluny, a corto plazo, tienen su propia reproducción amenazada porque están excluidas de cualquier fuente de renovación de sus fortunas. Su toma de conciencia habría sido uno de los factores causantes del proceso de cambio social que él describió en su tesis de 1952 y luego ha seguido una buena parte de la historiografía europea.
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