Y es que sé que Axel me tiene el seso sorbido por todo lo que me oculta; pero es ese rostro que me muestra, el que puedo ver con facilidad, lo que me encoge por dentro y me convierte en puré, en una pasta blanda y trémula que languidece al hervir demasiado. Yo hiervo con él, de furia y de deseo. Y, al mismo tiempo, me irrita y me fastidia de todas las maneras habidas y por haber.
Axel me agarra por la parte superior de los brazos y me sacude, juntando su cara a la mía, hablándome entre sus blancos dientes apretados. Huelo su aliento mentolado y fijo mis ojos azules en los de él, tan verdes y tan anhelados que me hiere verlos de nuevo.
Soy estúpida de verdad. No sé qué me pasa. Él aquí, echándome una bronca de padre y muy señor mío, y yo pensando en sus ojos… Necesito terapia. Pero ya.
No consigo sintetizar lo que ocurre, excepto su contacto con mi piel. Sus dedos marcan mi carne igual que hierros candentes. Es como si me tocara por todas partes.
—¿Me llamas idiota a mí, que tuve que sacarte del fondo de un río porque te fuiste sin mi permiso? —Me agita con fuerza y mi cola alta da bandazos adelante y atrás—. ¿Y me insultas cuando no creías que alguien pretendía hacerte daño y te reías de mis suposiciones? ¡Estúpida niñata ególatra! ¡Por poco la diñas, cabeza de chorlito, y todo por tus ansias de salirte siempre con la tuya!
No alza la voz, pero escupe las palabras con tanta furia y tiene las venas del cuello tan hinchadas que no hace falta que me dé a entender que me está gritando con todo su corazón. Como las mayúsculas en los foros y los blogs. Pues Axel hace lo mismo, pero entre dientes.
Ahora ya me está haciendo daño, seguro que me salen moretones… Pero me importa un pimiento. Él está aquí. Me ha seguido, no sé cómo ni cuándo… Ni entiendo cómo demonios sabía dónde estaba. Joder, ¿cómo lo ha sabido?
—¿Te lo has pasado bien estos días? Apuesto a que has hecho todo lo que no te dejé hacer, rizos.
Me ofendo porque esta es su manera de interesarse por mí: tratándome mal.
—No seas cromañón. ¡Solo he estado con mi familia! ¡Mi madre y mi hermana han hecho de guardianas! ¡Te he hecho caso en todo, para mi deshonra!
Lo empujo con fuerza por el pecho, y nada. Soy como Sansón cuando le cortaron el pelo y quiso tirar las columnas del templo de Salomón, que dijo: «Si eso, ya os caéis vosotras». Pues, si eso, ya se moverá Axel.
—¿Que me has hecho caso, dices? ¡¿Como ahora?! ¡¿Pasándote mis recomendaciones por el arco del triunfo?! ¡¿Y por qué te han dejado salir sola?!
—No rices el rizo, Axel. Ellas no sabían que había decidido ir a entrenar un poco… ¿Y tú cómo sabías dónde estaba? —pregunto intentando mantener la calma—. Me estás haciendo daño. Suéltame. —No rehúyo su mirada.
Entonces me suelta, como si el contacto conmigo le repugnara.
—Tengo mis propios métodos.
—Me imagino, estás llenito de misterios… ¿Cómo lo sabías? Me merezco una explicación —le exijo mientras me froto los brazos.
Lo miro de arriba abajo. Viste con su estilo característico: entre sport y casual. Da igual, tampoco sabría definir cómo viste. La cuestión es que con esa sudadera polo negra, sus tejanos y sus zapatillas Converse de piel está demasiado bueno.
Y yo sigo demasiado cabreada con él. Y, también, feliz por verle.
Qué mierda ser bipolar. Me encanta.
—¿Te mereces una explicación? ¿Tú? ¿Por qué?
Sonríe con desdén. Y no me gusta, porque vuelve a tratarme tan despectivamente como al principio, como si no hubiéramos compartido nada en Tenerife.
Me desinflo rápidamente, y lo que siento me da miedo. Está muy disgustado y creo que me odia mucho.
—Axel… No me hables así. Pensé que vendrías a verme al hospital, al menos una vez. —Intento suavizarlo—. Yo… quería hablar contigo. Pregunté por ti nada más despertarme… Quería verte. Y Fede me dijo que te habías ido a buscar al tipo que me hizo eso. Y no me lo podía creer.
—Sí. Créetelo.
—Hay gente que se puede encargar de eso —le regaño.
—No si lo que quieres es discreción.
—Podría haberte hecho daño, Axel —digo señalándole el pecho, preocupada—. No eres mi guardaespaldas, ¿no lo entiendes?
Él se envara.
—O podría haberle hecho daño yo a él. ¿Tan poca fe tienes en mis posibilidades, rizos?
Suelto un bufido de frustración.
—Solo me preocupo por ti. Odiaría que te hicieran daño por mi culpa.
—Demasiado tarde —dice en voz baja.
—Ah… ¿Y… bien? —Mi voz sale como un pitido frágil—.
¿Has encontrado a Vendetta?
—No. Es escurridizo.
No me cuenta nada más, aunque sabe que me muero de ganas de recibir información. Es muy difícil hablar con alguien que te estudia como si cada palabra que sale de tu boca fuese mentira. Me incomoda ser el centro de atención de tanta hostilidad.
—¿Por qué lo pensaste, Becca? —pregunta abruptamente.
—¿Eh? ¿El qué?
—Que iría a verte al hospital.
—¿Có…? ¿Cómo que por qué, zopenco? Porque… —No puedo fingir que me duele que borre lo nuestro y que le dé tan poca importancia, pero por mi honor que lo voy a hacer—. Porque… me salvaste, y… somos amigos, ¿no? Los amigos se preocupan por los suyos.
—¿Eres mi amiga, Becca?
—¿Es una pregunta? Yo creía que sí —contesto de puntillas—. ¿No?
—No sé. Tenemos conceptos diferentes de la amistad. Los amigos se respetan —camina a mi alrededor como un felino dispuesto a devorarme— y no hacen nada que vaya en contra del otro, ¿me equivoco?
—Sé dónde quieres ir a parar —protesto—. No soy tonta, soy psicoterapeuta. —Voy a ponerle los puntos sobre las íes. No me gusta que jueguen conmigo—. No me vas a poner nerviosa. Estás enfadado porque crees que me reí de ti cuando decidí marcharme para ver a la amiga de Fayna. Pensé que sería un momento, que…
—Te dije que si me desobedecías, o si hacías algo que no debías, me enfadaría y las cosas cambiarían.
—¡Sí, lo sé! —Abro los brazos y hago aspavientos—. Pero no podía fallar a Fayna. Me iba al día siguiente, creía que podía hacer un viaje rápido, visitarla y ya está…
—¿Y ya está? ¿Y qué fue lo que no te quedó claro de «tienes un acosador pisándote los talones»?
Vale. No tengo disculpa. Él me avisó y yo le fallé. Agacho la cabeza y acepto mi veredicto, señalada con total evidencia. Es mi culpa.
—Tienes razón. Fue culpa mía —le concedo—. Debí reunirme contigo en el hotel y no ir a Santa Cruz sola… Debí hacerte caso. ¿Contento?
—No.
—¿No? ¿No aceptas mis disculpas? Perdóname, Axel. Lo siento mucho.
Axel deja caer la cabeza hacia atrás y se presiona la frente con fuerza.
—¿Me estás tomando el pelo? ¡¿Y qué coño haces sola otra vez?! ¿Te gusta coquetear con el peligro, Becca? ¿O quieres matarme de un disgusto? ¿Y por qué estás jugando a pádel? ¿No estás lesionada?
—¡No me agobies! Yo… ¡no sé lidiar con esto! ¡¿Vale?! Odio estar encerrada, odio no tener liberad… ¡No quiero vivir así! —me defiendo como puedo.
—Y no tendrás que hacerlo cuando hayamos cogido al tipo que te acosa, Becca. Pero, mientras tanto, no puedes hacer lo que te venga en gana, ¡joder! —Se desespera—. Tienes que hacerme caso, ¿entendido? No queremos que los medios sepan lo que pasa, lo hemos encubierto todo para que El diván esté protegido y siga con su éxito, por eso me encargo yo de todo…
—¿Y quién eres tú? ¿Eh? ¿Me vas a contestar a eso? ¿Por qué un jefe de cámara quiere hacer de superhéroe? Deja a los profesionales que se encarguen.
—Si yo te contara, rizos…
Читать дальше