Lena Valenti - El desafío de Becca

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La historia más adictiva y divertida de Lena. Publicada por Penguin Random House y rediseñada por nosotros y añadiendo dos títulos inéditos. Ahora es una pentalogía.El desafío de Becca es la segunda entrega de la trilogía «El diván de Becca», la trilogía más adictiva, divertida y de alto voltaje de Lena Valenti.Becca, una psicóloga mediática que sigue métodos poco ortodoxos, y Axel, su guapísimo pero inescrutable cámara, viven intensa y apasionadamente algo que es cualquier cosa menos una historia de amor convencional.A Becca le han pasado muchas cosas buenas con su nuevo programa, pero también algunas muy malas… pero no pierde nunca su sonrisa ni la esperanza de saber quién es en realidad Axel. Pero en esta nueva novela viviremos muchas más emociones con Becca: Eli y Carla le darán una sorpresa; aparecerá su ex novio; tomará de nuevo las riendas de su programa y conocerá a adorables y disparatados pacientes mientras intenta ignorar que su acosador sigue libre y pisándole los talones.Nuestra psicóloga favorita volverá a sufrir, a amar, a disfrutar, a quedarse sin aliento, y todo con Axel, el Dios del Olimpo, que empieza a mostrarnos su verdadera cara.«No molestar. Estoy en terapia con Becca.»Las lectoras opinan…«Vértigo no es mal de altura. Vértigo es leer hasta caminando la serie „El diván de Becca“.»«¿Creer que Becca es mi mejor amiga es tener una amiga invisible?»«El diván de Becca es definitivamente la prueba de que se pueden contar historias de amor dando un giro de tuerca al género. Refrescante, inteligente y repleta de amor y sensualidad.»¡Un fenómeno romántico con más de 100.000 risas vendidas!

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—Lo es.

—Eli y Carla piensan lo mismo.

—Lo sé. Sabía que les iba a gustar.

—Hablando de ellas… —dice como quien no quiere la cosa. Mi madre es perra vieja y no engaña a nadie—. ¿Tú sabes si les ha pasado algo?

Ese comentario me pilla desprevenida.

—¿Si les ha pasado algo? ¿Algo como qué?

—No sé… Están raras. Como si se hubieran peleado.

—¿Pelearse Eli y Carla? —Finjo sorpresa—. Menuda novedad.

La Vane y la Jessi se quieren mucho, pero por alguna razón decidieron hacerse la competencia en todo la una a la otra. Es una competitividad sana, no como la que dicen que siente CR7 hacia D10S.

—Se habrán peleado por haberse comprado los mismos zapatos, o ligado al mismo chico —murmuro pensando en ello—. Son como el perro y el gato: territoriales, aunque no pueden vivir la una sin la otra.

—No sé… Yo las veo raras. Si se han peleado, esta vez lo han hecho de verdad —sentencia.

En este momento es cuando me doy cuenta de que estoy más centrada en mi recuperación y en mis paranoias que en lo que me rodea, porque si no me he dado cuenta de lo que les pasa a mis dos chicas favoritas es porque he tenido que estar muy ensimismada con mis historias.

—¿Tú cómo estás, cariño? ¿Fue duro lo de David?

En fin, esa es mi madre. Hace que pases de un tema a otro con la misma rapidez con que le pasan los pantallazos a Mercedes Milá en las galas. Así está la pobre, que a veces tiene que hacer malabarismos para leerlo todo.

—Sí. —Creo que un «sí» contundente es mucho más locuaz que una charla íntima sobre cómo me siento.

—Una nunca se acaba de reponer de una gran decepción. Después, se intenta recuperar la normalidad, se lucha por que todo sea igual que antes…, pero nunca lo es. Una vez te rompen, es muy difícil recomponer todos los pedazos. Siempre hay algún cacho que se pierde en la refriega. Y por ahí, por esos vacíos que dejan esos pedazos —confirma pasándose el cacao por los labios—, se fugan todos los rencores y las discusiones. Todo se puede volver a agrietar. Todo se echa en cara.

—Tú nunca perdonaste a papá.

—No. No pude. Aunque lo tuyo y lo mío son casos muy diferentes. Yo sabía que si el polla loca de tu padre me engañó con una mujer tantas veces, sin mala conciencia ni remordimientos, podía hacerlo muchas veces más, como quisiera. Y aunque me doliera, y a pesar de cuánto lo quería, no podía permitirme el lujo de vivir como una cornuda, porque no daría para marcos de puertas. ¿Y sabes qué es lo peor?

—¿Qué?

—Que tu padre mantiene que yo soy la única mujer que ha amado. El problema es que aunque me ame, para él todo conejo es follable, ¿entiendes? Me quiere a mí, pero desea a muchas.

—Es triste.

—Lo es. Jorgito tiene una enfermedad fatal. —Me mira por debajo de sus gafas—. Es una fobia. Y tú sabes mucho de eso.

¿Adivinas cuál es?

—Claro. Tiene miedo a hacerse mayor y morir de un infarto por la viagra… —Mi madre se ríe pero no me quita la razón—. No quiere envejecer. Por eso siente esa necesidad de estar con tantas, y la mayoría, más jóvenes que él. Les pasa a muchos.

—En realidad, muchos hombres son infieles. Aunque sea de mente. —Mira por el retrovisor y niega con la cabeza—. He perdido la fe en ellos.

—Pues líate con una mujer, mamá. Nunca se sabe.

—No, creo que no me interesa —dice ella, muy sincera—. No me hace falta compañía. Estoy bien como estoy. Tengo a mis hijas, a mi nieto, mi casa, una familia que adoro… No me siento sola ni necesitada de alguien a mi lado para que me complemente, porque mi gente me hace sentir completa. Además, una mujer puede ser mucho más complicada que un hombre. Demasiada progesterona. Demasiada emotividad.

—Cierto.

—Pero tú… Tú eres muy joven aún para encerrarte en ti misma, Becca. —Posa una mano sobre la mía, la que agarra el cambio de marchas.

—¿Quieres que me líe con una mujer? —pregunto, asombrada, tomándole el pelo.

—No. Que si lo haces, es tu decisión, tú verás… Pero tienes tiempo para decidir lo que quieres y para dar mil oportunidades. Aunque esa idea romántica del amor y de la pareja eterna se haya esfumado de tu cabeza por culpa del desengaño, no es definitivo. Puede que esa alma gemela no fuera tu primera pareja. Solo eso. Tal vez pusiste un listón muy alto. Tenías la idea de que acertarías a la primera y que no errarías.

Yo me remuevo en el asiento, algo incómoda por la observación.

—Sea como sea, era mi listón.

—Lo era. Pasado. El listón cambia cada día en función de los acontecimientos que sorteamos. Pero tienes que estar dispuesta y accesible para que te vean y te encuentren, Becca. Tienes que darte tiempo y darles cancha a los demás para que te conozcan. Porque tú, hija mía, brillas mucho. —Se inclina un poco hacia mí y me sonríe con compasión—. Pero también tienes una fobia.

—¿En serio?

—Ya lo creo que sí. Eres especialista en ayudar a los demás a reconocerlas y a aceptarlas, y en cambio no ves tus propios miedos.

—Eso no es verdad. Sí los veo —respondo, un poco presionada.

—No los ves. Eres fuerte y ocultas tu debilidad con una capa de fortaleza y seguridad en ti misma.

—¿Eres psicóloga ahora? —replico pisando el acelerador más de la cuenta. Esta conversación me pone nerviosa.

—No. Peor. Soy tu madre. Y ya estás desacelerando, jovencita.

Vale. Levanto levemente el pie del pedal.

—¿Y qué fobia tengo, según tú?

—Ah, una muy normal. El matrimonio de tu padre y mío ha provocado daños colaterales en Carla y en ti. Y lo lamento mucho. A Carla le generó unas ansias increíbles de ser querida y de encontrar una pareja, una figura masculina que le hiciera creer en los cuentos de hadas, pero puso manos a la obra a lo loco, sin medir las consecuencias, sin pensar. Y acabó con un manta sin un gramo de amor en su cuerpo. Se dejó llevar demasiado. Es muy impulsiva, y aunque ahora está madurando, se ha estrellado muchas veces. Por eso ahora utiliza a los hombres como bastoncillos de las orejas y huye de las relaciones largas y serias.

—Vale, me parece una buena observación. ¿Y qué me provocó a mí vivir vuestra separación y tener un padre que se cree el dueño de Playboy ?

—¿A ti? Fácil. Te convirtió en una mujer que iría siempre a lo seguro. Que nunca se dejaría llevar tanto como lo hice yo, que vería el amor con pragmatismo y como una necesidad, no como un sentimiento real. Así te protegerías siempre de acabar como tu madre.

—Te equivocas —niego muy seria—. Yo quería a David.

Muchísimo. E igualmente he acabado muy mal.

—No digo que no, pero a veces nos convencemos de algo porque es lo que creemos que necesitamos, porque decidimos que eso es lo mejor para nosotros. Pero ¿sabes qué, cielo?

—¿Qué?

—Que el amor no se decide. No se planea. No se contiene. El amor de verdad arrasa —sentencia sin margen de error—, te abofetea y, cuando te das cuenta, te hace descender unos rápidos sin chaleco salvavidas. Tragas agua, te ahogas, sufres, gritas, te diviertes… Es totalmente incontrolable. Te expone a la mayor de las decepciones y a la más cruel de las agonías. Y es a eso a lo que tú más temes.

—¿A agonizar?

—No. Temes perder el control. Lamento mucho ver que sufres por David, porque sé que sentías que lo amabas, porque te convenciste de ello y ya te iba bien así. Pero hasta que alguien no te empuje lo suficiente como para soltar todas las riendas que sujetan al caballo que hay en ti, nunca, y me apena mucho decir esto, nunca conocerás el regalo más grande de esta vida: el agridulce del amor.

Que conste que he leído muchos ensayos sobre el Amor y sus dependencias. Que soy fan de El diario de Noah , Un paseo por las nubes y Ghost . ¿Y quién no? ¿Quién no ha llorado con esas películas? ¿Quién no ha fantaseado con esas historias? Cualquier mujer quiere soñar con vivir algo así. Bueno, menos en Ghost , claro está. Nadie quiere que el amor de su vida la palme, aunque luego se te presente como un fantasma.

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