¿Y qué creéis que ha pasado? ¿Que me ha contestado Axel? Pues claro que no.
Quiero llamarle la atención, y dudo entre decirle o no que Fede me ha contado muchas cosas sobre su vida mientras estaba en el hospital. Pero no sé si eso lo alejaría de mí definitivamente. Porque es increíblemente reservado, y él se siente seguro mientras siga siendo una incógnita para los demás.
Pero ya no lo es para mí. Sé que hay claroscuros en su vida que Fede no me ha querido contar. Del mismo modo, sé que no quiero perderme ni un detalle más de él, y me encantaría conocerlo de los pies a la cabeza, en profundidad, cuan largo y ancho es.
Por el amor de Dios, este hombre me tiene sorbido el seso, hasta el punto de que pienso más en él que en mi acosador. En él y en su manera de hablarme, de mirarme sin perder un solo detalle de mi rostro, de tocarme como si no hubiera un mañana, de besarme como si quisiera alimentarse de mi boca. Es tan sensual. Tan sexual. Tan… irresistiblemente sucio e intenso en la cama, que es un mundo nuevo para mí. Y deseo explorarlo.
Me muero de ganas de volverlo a ver, porque estoy absoluta e irrevocablemente loca por él. Y es una barbaridad, creedme. Porque, ¿quién se enamora hoy en día tan perdidamente de una persona que no conoce demasiado y que sabe que le puede atropellar el corazón? ¿Qué tiene Axel que me ha enamorado? Su belleza es un punto a favor, por supuesto. Pero eso no lo hace todo. Entonces, ¿qué despierta tal magnetismo en mí? Su halo misterioso, su presencia oscura y vengativa, su sonrisa de depredador, su voz rasgada… Hay una larga lista de puntos que me llaman la atención en él.
Sin embargo, creo que precisamente son los puntos que no muestra, esos detalles que guarda cerrados a cal y canto, los que me tienen más intrigada y los que provocan que quiera acercarme a él como una polilla a una bombilla, aun a riesgo de que me queme los ojos y las alas.
Necesito volverlo a ver para descubrirlo. Es preciso que hablemos. Pero para eso, él también tiene que querer verme a mí, y con los siguientes capítulos de El diván aún por rodar, y el hecho de que se supone que ha desaparecido para ir en busca de mi acosador, creo que tenemos muchas cosas que decirnos como para no volver a vernos. Él no puede lanzar una bomba de la invisibilidad y borrarse de mi vida así de fácil. Además, ¿qué fue lo que vivimos él y yo en Tenerife? ¿Solo varios polvos y ya está? Yo no lo siento así, pero como él me diga lo contrario, me hundirá en la miseria.
Mientras elimino todos los mails que han ido a parar a la bandeja de entrada de mi correo, uno nueva entra de repente.
Fijo mis ojos en el nombre del remitente. No hay nombre. Un correo totalmente en blanco.
Algo sube por mi columna vertebral y eriza el vello de mi nuca. Y reconozco esa sensación: es el miedo. Está de más decir que me considero una mujer valiente, y que las últimas experiencias vividas, a pesar de que han resquebrajado un poco esa armadura brava que creo llevar conmigo, no han menguado mi arrojo para enfrentarme a todo tipo de situaciones. Para ayudar a enfrentar las fobias a los demás, mi empatía y yo hemos tenido que conocer muchos miedos, y muy variopintos, algunos irracionales, unos más complicados que otros.
Pero este miedo que siento ahora tiene una razón de ser. Mi intuición no me engaña.
Mi dedo tembloroso hace clic para abrir el correo. No debería haberlo hecho. Debería haberlo guardado y que lo abriera Axel cuando regresase…, si es que regresa. Pero no he podido aguantar la curiosidad. Soy como ese personaje de una peli de miedo que se separa del grupo y que sabes que la va a palmar por listo.
Yo no voy a morir por abrir un mail, pero las consecuencias pueden ser nefastas para mi actual estado emocional. ¿Y eso me importa? ¡Pues claro que sí! De todos modos, lo voy a abrir.
La pantalla de mi ordenador se queda en negro. Y entonces aparece él. El desconocido con la máscara de Vendetta. Está mirando al frente; me mira a mí directamente. Inclina la cabeza hacia un lado y, de repente, se oye una risa diabólica, y tanto ese gesto como sus carcajadas se convierten en un bucle insoportable que no tengo paciencia ni estómago para sobrellevar.
Se me hiela la sangre y cierro la tapa de mi portátil de un golpe seco.
Me agarro las piernas y me hago un ovillo, sentada encima de la cama. Hundo la cara entre mis rodillas, sin poder detener mis temblores, y me echo a llorar.
Mi habitación está a oscuras, casi como mi alma.
No sé quién es esa persona que intenta hacerme daño. ¿Por qué me escribe a mi correo personal? ¿Lo conoce todo sobre mí? Nunca he tenido problemas con nadie. ¿Por qué alguien querría acabar con mi vida? ¿Qué le he hecho?
Sea como sea, estoy aterrorizada. No dejo de pensar en mi familia. ¿Y si el psicópata intenta hacerles daño? Tal vez no es buena idea quedarme en casa de mi madre. Puede que lo mejor sea irme a la mía. O volver a Madrid.
No… Lo que necesito es ponerme a trabajar inmediatamente, intentar recuperar la normalidad perdida. El trabajo mantendrá mi mente ocupada, ayudará a que me centre en los problemas de los demás en vez de en los míos. Eso no quiere decir que desaparezcan, claro está. Pero así, con tanto miedo e inseguridad, no puedo continuar. No sirvo para esconderme.
Mañana sin falta llamaré a Fede y le diré que prepare al equipo para empezar a grabar los siguientes episodios. O me pongo con El diván en breve, o la que se va a volver fóbica e hipocondríaca seré yo.
Lo que no pienso permitir es que un correo me amargue la existencia.
Al día siguiente
Fayna y yo hemos sido las últimas en levantarnos. Carla y Eli tenían que madrugar para ir a trabajar, y mi madre ha tenido que llevar al pequeño Iván a la escuela.
Fay y su viaje relámpago para venir a verme acaban hoy. Y le estaré eternamente agradecida por ello, porque verla me ha ayudado. Es un torrente de energía positiva, y de eso necesito a raudales.
Su avión sale al mediodía, así que he decidido que mi madre, ella y yo nos vayamos a desayunar juntas a Cup & Cake, un café superespecial en la calle Enric Granados, con tonos blancos y suelo de madera, lámparas de diseño y un ambiente chic y muy tranquilo. Sus muebles envejecidos le dan un aspecto vintage, y no hay esquina ni jarrón floreado que no tenga al lado un expositor escalonado o un plato lleno de cupcakes para todo tipo de paladares, ya sean dulces o salados. Es un paraíso.
Mi madre y yo, con lo golosas que somos, hemos ido varias veces. Es un sitio que nos encanta. Y como hoy se va la tinerfeña, creo que antes de subirse al avión tiene que probar esas magdalenas llenas de crema y tintadas de mil colores diferentes. Se va a volver loca.
Hemos cogido mi coche, y puedo admitir, sacando pecho, que conduzco yo. No he nombrado para nada el mail de la noche anterior, ni pienso hacerlo, por eso de que si no lo menciono, parece menos real.
Por ahora no he tenido ninguna crisis, ni me ha venido a la cabeza la imagen de un loco disfrazado sacándome de la cuneta de nuevo. Aunque eso no quita que al tocar el volante no haya revivido la secuencia y un leve sudor frío no haya perlado mi mente. Sin embargo, todo ha desaparecido cuando he pisado el acelerador. Solo tengo que centrarme en conducir, en mi carril y en todos los estímulos que despierten en mí las señales de tráfico. Con ello consigo apartar de mi mente todo lo demás; la clave está en mantenerla ocupada.
He dejado el cabestrillo en casa y me he colocado una muñequera rígida ergonómica de color azul oscuro y que consiguió mi hermana nada más salir del hospital. Al menos siento que tengo más libertad en los dos brazos, y que aunque sigo teniendo moratones, mi aspecto mejora y no parezco tan impedida.
Читать дальше