Lena Valenti - El desafío de Becca

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La historia más adictiva y divertida de Lena. Publicada por Penguin Random House y rediseñada por nosotros y añadiendo dos títulos inéditos. Ahora es una pentalogía.El desafío de Becca es la segunda entrega de la trilogía «El diván de Becca», la trilogía más adictiva, divertida y de alto voltaje de Lena Valenti.Becca, una psicóloga mediática que sigue métodos poco ortodoxos, y Axel, su guapísimo pero inescrutable cámara, viven intensa y apasionadamente algo que es cualquier cosa menos una historia de amor convencional.A Becca le han pasado muchas cosas buenas con su nuevo programa, pero también algunas muy malas… pero no pierde nunca su sonrisa ni la esperanza de saber quién es en realidad Axel. Pero en esta nueva novela viviremos muchas más emociones con Becca: Eli y Carla le darán una sorpresa; aparecerá su ex novio; tomará de nuevo las riendas de su programa y conocerá a adorables y disparatados pacientes mientras intenta ignorar que su acosador sigue libre y pisándole los talones.Nuestra psicóloga favorita volverá a sufrir, a amar, a disfrutar, a quedarse sin aliento, y todo con Axel, el Dios del Olimpo, que empieza a mostrarnos su verdadera cara.«No molestar. Estoy en terapia con Becca.»Las lectoras opinan…«Vértigo no es mal de altura. Vértigo es leer hasta caminando la serie „El diván de Becca“.»«¿Creer que Becca es mi mejor amiga es tener una amiga invisible?»«El diván de Becca es definitivamente la prueba de que se pueden contar historias de amor dando un giro de tuerca al género. Refrescante, inteligente y repleta de amor y sensualidad.»¡Un fenómeno romántico con más de 100.000 risas vendidas!

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El hombre tornado ha pasado por él y lo ha dejado colgando de un hilo.

Y necesito aclarar con Axel si soy yo la única que está así.

4

@Beccarias #eldivandeBecca Cuqui, soy tu picha.

¿Te casas conmigo?

Mi madre adora preparar cenorrios. Y mi hermana es una trolera.

Por eso me ha sorprendido verla sentada a la mesa para cenar, escuchando atentamente a Iván, mi sobrino adorable, cuando ella misma me había dicho que tenía mucho trabajo en el bufete y que iba a pasar toda la noche ahí, que por eso no venía conmigo hasta el loft para encontrarme con mi ex, motivo por el cual mi madre tampoco podía hacerlo, pues debía encargarse de Iván.

Así que yo, para vengarme, no les he contado nada de mi escena con David, y he obligado a Fayna a que guarde silencio sobre lo ocurrido, o de lo contrario le subiría por la noche la potencia del collar y la dejaría chamuscadita.

Mi madre es muy exagerada para las comidas y las cenas. Eli, al principio de venir a casa a comer o a cenar, decía que creía que mi madre lo que quería era cebarla para luego cocinarla. Tardó en acostumbrarse a sus menús, pero cuando lo hizo, ya nunca más quiso comer otra cosa. Sus platos tienen ese efecto: luego siempre quieres más.

Fayna está ayudando a mi madre a servir los platos, que va trayendo uno a uno al salón, comiéndose la mitad por el camino. Contemplo la mesa con agrado, porque luce mucho. Ha puesto la panera, las copas grandes de vino, mucho pica pica, unas servilletas de colores que compró en IKEA, sus sangrías marca registrada, y ha horneado un pan italiano que solo ella sabe hacer y que más de un vecino ha venido a preguntar por la receta. Y la muy perra no se la da a nadie.

Y eso me encanta.

Me distraigo con el móvil y vuelvo a abrir los mensajes, a ver si por casualidad Axel se ha equivocado y me ha escrito. Pero no. No caerá esa breva. Así que abro el MomentCam y con mi rostro monto un emoticono de mí misma, taladrando un culo con una Black and Decker.

Algo parecido a esto:

De Becca:

Seguro que si te hiciera esto sí contestarías. Cuando te vea no habrá ni saludo.

Voy a taladrarte el esfínter.

No sé ni por qué me esfuerzo en hablar con Axel. No le interesa hablar conmigo. Soy como un ente invisible para él.

Y lo único que yo quiero es que me conteste y me diga que está bien. Me da igual si ha encontrado o no al tipo que me hizo esto; solo me interesa saber que a él no le ha pasado nada. Parezco paranoica y desesperada. Lo sé.

El timbre de mi casa hace que dé un respingo. Mi cuerpo y mi mente siguen alerta, vigilando mi entorno, sin acabar de encontrar la paz que me robaron en Tenerife. Son los síntomas de haber sufrido una agresión como la de hace unos días.

Y lo comprendo. Comprendo mis mecanismos de defensa. Solo tengo que dejar que pase el tiempo para que el miedo desaparezca. Aunque me costará.

Carla se da cuenta y me mira de reojo.

—Es Eli. Le he dicho que venga a cenar —me explica con cara de disculpa.

Cuando pasa por detrás de mí, me coloca la mano en la espalda y me besa la cabeza.

—No seas tonta, tata —me susurra—. Aquí nadie te hará daño.

Su ternura hace que me emocione. Carla tiene esos puntos: puede ser una borde y una egocéntrica, pero sabe ser cariñosa y protectora; al menos, conmigo.

Eli entra en el comedor como una bala, mientras Carla le grita desde la puerta: «¡Hola a ti también, eh!», con ese tonito insufrible que gasta.

Eli me abraza por detrás con todo su cariño. Ella es cálida, tierna y afectuosa, y es un caudal de buena energía, calma y mansa. Me besa en la mejilla y me dice:

—¿Cómo estás, Debo?

—Pues aquí, Vane —contesto—, aguantando a la Jessi y al Joshua.

Ella sonríe, pero me suelta de golpe y se da la vuelta cuando escucha la voz de Fayna.

—Chacha… Aquí todas son altas y delgadas. Dan asco —murmura dejando los últimos platos sobre la mesa.

Eli nos mira a la una y a la otra como si siguiera la pelota durante un partido de tenis.

—¿Hola? ¿Quién eres? —pregunta, sorprendida.

—Soy la Fay. —Le da dos besos y coge una hogaza de pan italiano mientras la mira de arriba abajo—. ¿Tú eres la psicóloga del sexo?

—No… Bueno, soy terapeuta de parejas.

—Lo que digo: más follar y menos dialogar. —Mastica con los ojos semicerrados por el placer—. Ese es el problema de las relaciones actuales, que se olvidan de darle al tema y anteponen sus propias satisfacciones a las de la pareja.

Carla se sienta sonriente a la mesa y añade:

—Qué lista es esta chica.

—Tita Eli, ¿qué es follar? —pregunta Iván mientras da un sorbo a su zumo de frutas.

Carla mira al crío con preocupación, pero es Eli quien sale al paso. Iván la adora y ella a él.

—Nada, cariño. Poner en orden el follaje de los árboles… Las hojas que se caen al suelo y eso…

—Entonces, ¿los basureros de las calles están todo el día follando?

—Pasapalabra —murmura, divertida, Carla, que ahora mira fijamente a Eli.

Yo no lo puedo aguantar y me echo a reír. Eli pone los ojos en blanco y niega con la cabeza, y Fayna nos mira como si estuviéramos grilladas, que más o menos es justo como estamos.

Mi madre acerca las sangrías al paso de:

—Creo que me he pasado con la ginebra.

Fay se sienta a su lado, frunce el ceño y sé que está pensando: «Pero ¿qué clase de sangrías hace esta mujer?».

En cambio, se sirve el primer vaso y susurra, feliz:

—Me encanta esta familia. Bueno, es que mi familia es así.

Disfuncional, adorable, simpatiquísima y está fatal de la cabeza.

Durante la cena me han preguntado directamente si me he encontrado con David. Por supuesto, ese y Axel han sido los temas estrella de la velada.

Yo he toreado la cuestión como mejor he podido.

Los han comparado a los dos. Axel ha ganado por goleada, aunque Fayna ha puesto la nota de humor cuando ha dicho:

—Axel es Dios, pero cuando yo vi a David salir de la casa de Becca, pensé que también estaba para hacerle un favor detrás de otro.

Y ahí se revolucionó todo. Fayna lo había soltado. Tuve que aguantar el chaparrón de mi hermana y de Eli: que por qué había ido a verlo, que qué hacía David en mi casa, que si me había devuelto las llaves, que eso no podía ser, que quién se había creído que era… Y que yo era una mema.

Mi madre me miró en todo momento con gesto comprensivo. Sabe que no es fácil romper una relación de tanto tiempo y creo que se siente orgullosa de mí, de que al menos haya ido a hablar con él.

Gracias a Dios, la suposición de mi madre sobre la ginebra era acertada; en efecto, se le fue la mano, y eso provocó que pronto estuvieran todas fuera de juego.

Fayna se fue a dormir a la habitación de invitados, la que mejor insonorización tiene de toda la casa. Y menos mal, porque ronca como una condenada. Antes de acostarse, me aseguré de quitarle el collar para dormir, porque con lo que le ha subido el alcohol, ella no iba a ser capaz, y no quería que muriese de una sobrecarga eléctrica.

Mi madre se retiró a su dormitorio, y Carla y Eli se fueron a dormir a la habitación de mi hermana, porque tiene una cama de matrimonio más grande y porque a Eli le daba miedo dormir conmigo, no fuera a ser que me hiciera daño sin querer, porque se mueve mucho cuando está en los brazos de Morfeo y yo aún tengo cardenales.

—No te preocupes, tata —me había dicho mi hermana antes de cerrar la puerta de mi habitación—. Si Eli me da un golpe, yo se lo devuelvo. —Me guiñó un ojo y me dejó a oscuras.

A lo que Eli contestó:

—Cállate ya.

Y aquí estoy, en plena noche, a solas en mi cuarto, actualizando mi teléfono por fin, y conectándome con el mundo. La pantalla del móvil alumbra con su luz mi rostro fantasmagórico, mientras repaso todos mis contactos y leo y releo todos los mensajes de Whatsapp que he recibido.

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