1 ...7 8 9 11 12 13 ...18 Y duele mucho cortar con eso. Pero es lo justo para los dos. Abro la puerta que conecta el recibidor con el salón, y le huelo antes de verlo. David sigue usando un perfume de Miyake que siempre me ha gustado mucho.
Cierro los ojos y me puede la congoja. Creo que puedo con esto, pero la verdad es que no lo hago muy bien. Porque nadie manda en la mente y en el corazón. Y hay apegos demasiado fuertes y dependientes.
Ni siquiera le odio cuando lo veo, de pie, frente al sofá.
Su rostro angelical está ahora lleno de inseguridad y tormento. Tiene el cabello rubio un poco alborotado. Él nunca lo lleva así, excepto cuando se levanta. David tiene una buena mata de pelo, pero siempre lo lleva engominado.
Yo sé que no llevo mis mejores galas; solo unos leggings ajustados, unas Air Max azules, mi jersey blanco de punto y una chaqueta Biker de piel color azul claro, con hombros estructurados y detalles guateados.
Me retiro el pelo de la cara y lo dejo hecho una maraña loca sobre mi cabeza. Tengo la boca seca y una bola de pena en mi garganta que no me deja tragar ni respirar.
David abre los brazos y los deja caer. Sus ojos almendrados me miran con intensidad y sonríen, algo acharados y retraídos, como si le diera vergüenza estar ante mí.
Y me duele verle y contemplar el rostro que tanto quise, y que tanto daño me hizo. Me dejó de lado. Me abandonó. Cortó con todo. Se fue.
¿Cómo espera que reaccione ahora?
—Ha sido un atrevimiento venir aquí, ¿verdad? —me dice con voz pesada.
Yo me relamo los labios y miro alrededor. David está ahí, como un mueble más, pero no ha tocado nada, no ha dejado huella en mis cosas.
Sí en mi vida.
—Sí, un poco sí —contesto, afligida. Si supiera cómo me entristece no poder sonreírle y abrazarle ni preguntarle cómo está.
—¿Cómo estás, cabecita loca?
Hago un puchero e intento ser fuerte. Él siempre me cuidó, a su manera, pero me cuidó. Y yo siento que ahora no cuento con ese apoyo. Es tan contradictorio. Una parte de mí quisiera ser dura como Carla o Eli. La otra parte es muy como mi madre. Tiene compasión y valora más lo bueno que lo malo. Esas son las desventajas de haber querido tanto a una persona.
Me encojo de hombros.
—Voy tirando. —Carraspeo y esta vez sí, clavo mis ojos claros en los suyos acaramelados.
—¿Cómo sabías que estaba aquí?
—Tengo cámaras. —Las señalo con mi índice. Tengo cámaras en las estanterías, ocultas, y en todas partes. Están activadas. Y cuando algo se mueve dentro de mi casa, me manda una alerta con un vídeo, para que vea lo que pasa. Pero sin mi teléfono no he podido recibir ninguna alerta. Menos mal que tenía el iPad.
David sonríe y asiente con la cabeza.
—Me hiciste caso. Al final las pusiste.
—Sí.
Debo admitir que él me dijo que las pusiera, que iba a vivir sola y que una mujer como yo no podía estar sin vigilancia. Estaba obsesionado. Al principio de irse a Estados Unidos tenía fobia a que yo me quedara sola. Se pensaba que alguien me iba a violar o a hacerme cualquier cosa. Según él, yo era demasiado guapa, debía tomar precauciones por mi propio bien. Según yo, él sabía que era un caos y un despiste con piernas, y se imaginaba que un día de estos podía dejarme la casa abierta con las llaves dentro.
David no deja de mirarme la cara. Sé que estudia mis rasguños y mis moratones, el cabestrillo y mis dedos casi azules por el hematoma. Tengo la apariencia de alguien a quien han apalizado.
Y entonces David dice algo en voz baja, exhala con rabia, acorta la distancia conmigo y me aplasta contra él, abrazándome con una fuerza y una necesidad que jamás sentí antes en su compañía.
Me quedo muy quieta.
Intento asociar esa demanda con lo que él era antes, y no lo consigo. Huelo en su ropa la colonia y su aroma personal, siempre a limpio.
No me doy cuenta de que exhalo por la boca y de que acabo abrazándolo también, como si acabara de hacer un home run.
—Becca… Por poco me muero del susto cuando tu madre me dijo lo que te había pasado —murmura sobre mi cabeza, abrazándome como si no quisiera soltarme nunca.
Yo no sé por qué, pero arranco a llorar. Bueno, sí sé por qué. David era para mí una especie de refugio, y supongo que el hecho de verle de nuevo, y de que esté ahí, ha liberado todas mis reservas y mis defensas se han ido a pique.
Hundo la cara en su pecho y mancho toda su camisa blanca con el rímel. A él no parece importarle, y a mí menos. Necesito desahogarme.
Necesito…
David me acuna el rostro entre sus manos. Conozco esas manos; siempre fueron suaves conmigo. Entonces me besa en la boca. Y mi cabeza reconoce ese beso. Lo recuerda. Y todo se engrana para que vuelva a sentir lo mismo que hace un tiempo. Para que acepte ese beso y para que vuelva a unos meses atrás, cuando sabía lo que quería y estaba conforme con mi vida, con mi pareja, con mi tranquilidad.
Sin embargo, en la transición de esos recuerdos, algo choca con mi yo actual. No es eso lo que quiero sentir, porque ya no va conmigo, no encaja con quien soy ahora. Ese beso no hace que casi deje de respirar y que mi cabeza dé vueltas. No es así como quiero sentirme cuando me besan. Me bastaba antes, antes de mi impasse , antes de El diván y de mi viaje a Tenerife… Me bastaba antes de Axel.
Ahora no. Ahora, esa adoración que me profesa David, esa pasión calmada y amable, no despierta nada en mí. Solo viejos recuerdos que no hace falta reavivar. Porque esos recuerdos, esa Becca, esa relación, a él no le parecieron suficientes una vez, y por eso me dejó.
Cuando me doy cuenta de lo que pienso, advierto que estoy apoyada en la barra americana de la cocina office y que él no deja de besarme, que tengo su lengua en mi boca y que me extraño al sentirla contra la mía.
Decido cortar el beso colocando mi mano sana en su camisa y apartándolo. Retiro la cara y lo miro consternada, pero manteniendo la calma.
—¿A qué ha venido eso? —le pregunto, incómoda.
—A que te echo de menos, y a que estoy arrepentido por lo que te hice —responde pegando su frente a la mía—. No quiero volver a perderte. Quiero que vuelvas conmigo. Eres lo más importante para mí… Quiero recuperarte.
—Vale, para. —Levanto un dedo y lo hago callar, alejándome de él y saliendo del improvisado ring, donde me había arrinconado contra las cuerdas—. No necesito escuchar esto ahora…
—Pero yo necesitaba decírtelo —me asegura, angustiado.
Nunca le había visto así. En los cinco años que estuvimos juntos, nunca lo vi tan perdido y desesperado por demostrar su verdad.
Doy media vuelta, cojo un vaso de cristal del armario y lo lleno de agua, a falta de whisky…, que es lo que de verdad me apetecería tomar. Un ardiente lingotazo que arrasara con mis remordimientos y mi estupefacción.
¿Qué se han creído los hombres? ¿Que pueden apartar y recogerla a una como si se tratara de basura? No. Serdo.
Una vez, cuando mi sobrino Iván era pequeño y aún no controlaba el castellano y dominaba mejor el catalán, Carla se propuso enseñarle inglés. Un día le preguntó: «Cariñi, ¿cómo se dice “cerdo” en inglés?». Iván, con todo el popurrí de idiomas que tenía en el coco, le soltó: « Ssserdo » . No dejamos de reír en toda la noche.
Los hombres, muchos, son unos serdos.
David no puede hacer esto conmigo. Conmigo no. Lo peor es que me da pena verlo así. Me gustaría que estuviera bien y que no pasara tragos amargos como los que yo he pasado. Porque se pasa realmente mal. Y no quiero lo mismo para él.
Sin embargo, se han girado las tornas. Es él quien viene a buscarme hoy. Y yo la que decide que no quiere estar con él.
Читать дальше