Un caso particular es el de los monjes cistercienses del monasterio de la Valldigna. Habituados a una vida bastante «relajada», a incumplir en varios extremos la regla de San Benito, a vulnerar la estricta clausura monacal, etc., administraban directamente sus señoríos, salían con mucha frecuencia del convento y departían con los vasallos de sus pueblos inmediatos, sobre todo del contiguo Simat, y muy especialmente en horas de media mañana, cuando los hombres estaban en el campo y sus mujeres solas en casa. Ello creó un mal ambiente y una pésima imagen, que pesaba como una maldición sobre los suspicaces varones de la zona. Sin duda, hubo a lo largo del tiempo relaciones sexuales de monjes con campesinas, pero a nuestro parecer aisladas y excepcionales, pues de lo contrario se hubieran producido reacciones violentas y desbordadas. Pero importaba quizá más la «apariencia» que la realidad. Así, un insulto frecuente en el señorío fue el de «bort, fill de frare», y los simatenses tuvieron que soportar especialmente ser el hazmerreír y el objeto del chiste fácil de los alrededores: eran «la fábula de la comarca», como dijo un fraile visitador en 1666. 23
Todos estos ejemplos son el contrapunto de una serie de valores fuertemente arraigados en la sociedad y que se consideraban básicos para la imagen pública y honra: la virginidad de la mujer antes de llegar al matrimonio, el recato y la modestia de las doncellas, la fidelidad de la esposa al marido, cuidando además de «parecerlo», la virilidad y respetabilidad sexual del hombre/marido. Valores que eran fundamento del honor y fama pública de las personas y de sus familias, y que si eran ofendidos o destruidos había que repararlos, ya sea mediante el matrimonio con la doncella, o con la muerte del ofensor en su caso.
Después de la honestidad sexual (de esposas, hombres, hijas, monjes), destacan numéricamente los ataques a la honestidad económica. Muchas veces se insulta, sobre todo a los varones, como «lladres», en público y en privado, y esa voz producía a la sazón profundo malestar y zozobra en quien la recibía. La honradez y seriedad en las relaciones económicas (decir verdad, cumplir la palabra dada, responder de las obligaciones, etc.) eran esenciales para dar seguridad y fiabilidad en el trato comercial. En una sociedad con porcentajes elevadísimos de analfabetismo, los tratos de todo tipo (compraventas, salarios, pequeños préstamos, etc.) se hacían «de paraula», sin constancia escrita, con frecuencia sin testigos (que en su caso podían ser dudosos), y además el pago se pactaba a plazos y condicionado (a la cosecha, a otra venta, etc.), sin duda por la escasez de liquidez y numerario; recurrir al notario era caro y solo se reservaba para algunas operaciones más relevantes. En estas circunstancias, la seriedad y el rigor en las relaciones comerciales eran fundamentales, pues de lo contrario se habría extendido la desconfianza y se habrían bloqueado y reducido las transacciones económicas. 24Por tanto, era grave socialmente que le llamasen a uno «lladre», lo que se producía no pocas veces. A la Real Audiencia llega una denuncia por un «clam criminal» interpuesto en Morella, porque en un conflicto económico uno «els hauria tractat de lladres y hauria tractat molt mal dient los molts opropis» (sic) (1619). 25Una discusión económica (reclamación de «redelme») acaba con «maltractes» de palabra, en los que se destaca «lladre» y casi agresión con una «aixadeta» (Vallada, 1669). 26La voz «lladre» sonó en la Valldigna muchas veces en las discusiones entre los agricultores (1565, 1588, 1593, 1607, 1611, 1670, etc.), a veces adornada y enriquecida («lladre vellaco», «lladre borracho lluterá» en 1596), pronunciada en algarabía y en valenciano, y a veces dirigida también a una mujer («lladria», 1593). A las palabras podrían acompañar determinados «gestos» con las manos o dedos, que normalmente no registran los procesos: Xuxa, mujer de Signell, trató mal de palabras a Miquel Moquebir, diciéndole «lladre y altres coses y li feu dos o tres signes» (Tavernes, 1596). 27
«Vellaco», «gos» o «perro gos» (1589), «jueu» (1589), desde luego «borracho», etc., son otras expresiones que encontramos. También mentiroso, pero aquí se suele circunscribir casi siempre a mentir en juicio, al falso testimonio como testigo. En los procesos (civiles o penales) la prueba suele ser casi siempre exclusivamente testifical y de ahí la importancia de la presencia y veracidad de los testigos; entre los trámites procesales, la «tacha de testigos» se convierte en una fase decisiva (tratándoles de enemigos, gente con demérito, clientela de la contraparte, etc.), de igual manera que la crítica de las afirmaciones de contrario en los escritos de conclusiones de los pleitos. Una de las razones para explicar o justificar una sentencia desfavorable será la falsedad de los testigos que intervinieron, y de ahí van a surgir nuevos motivos de enfrentamiento. Así, los Badahuy de Tavernes presentaron en 1589 una querella contra varios vecinos (a los que tildaron de borrachos, viciosos, amancebados, huidos a Berbería, etc.), porque les acusaban de sobornar a los testigos e incitarlos a falsos testimonios; o por ejemplo en un tenso pleito sobre partición de herencia entre cuñada y hermano del causante, la dudosa traducción de una expresión en algarabía («xehet adzar») dio pie a una posible acusación de mentir en juicio o falso testimonio (1591). 28
Cabe también «perdre lo respecte a un saserdot» (Alcoi, 1674; Tavernes, 1693), o decir que un notario hace «actes falsos» (Valldigna, 1587). En una sociedad no acostumbrada a la crítica política, poner en entredicho la gestión pública de una magistratura (jurados, justicia, consejeros, etc.) en un ámbito local (gastos, pleitos, etc.) acaba en enfrentamiento personal, ofensa al honor y denuncia ante los tribunales. Por ejemplo, en Albalat de la Ribera en 1666, en Alcalá de Xivert en 1630, en Simat en 1588, donde el morisco Martí Caparro «era vengut contra lo poble y en favor del señor» y que era un «home mascarat y de dos cares»; o cuando en Tavernes en 1589 el jurado Gaspar Tintorer detuvo y encerró en el «cep» ilegalmente a Geroni Ayet por las críticas a su gestión, cuando ambos formaban parte de dos «parcialitats» locales distintas y enfrentadas. 29Cualquier conversación baladí podía acabar en discusión agria, en insultos luego, e incluso en agresión. En una tarde de principios de agosto de 1662 hablaban en un banco de la plaza de Bexix, Domingo Delles, herrero de origen aragonés, y el notario Domingo Sorio; la conversación se centró en la «riquea» comparada entre los reinos de Aragón y Valencia; Sorio «en colera li digue a ell relant y testimoni que los aragonesos baixaven al pnt. regne com a porchs a que asi els matasen la fam»; Delles, molesto, le replicó y se insultaron mutua y gravemente. Como consecuencia de ello tuvieron un primer enfrentamiento puñal en mano y lanzándose piedras; Delles se fue y un cuarto de hora más tarde se volvieron a encontrar e insultar los dos y Sorio, que llevaba ahora un arma de fuego, le tiró una «escopetada». 30
En fin, un conjunto de palabras y expresiones que humillaban a las personas y que probablemente no tenían nada de original, pues aludían a algunos valores esenciales de los individuos y comunes en distintas zonas, tan dispares y distantes como las cercanías de París o Navarra. 31
La injuria ofende al honor y debe ser castigada. Pero tanto por sí mismo como por las posibles consecuencias que podría tener. Como ya dice un fuero de Jaime I, de esta nace el odio y la mala voluntad, y de ahí se llega a la agresión, lo que hay que prevenir: «Fem fur nou car per iniuries de paraules se seguexen e naxen odis e males voluntats e d’aquen nafres e morts e car perill qui pervenir son deia hom occorer…». 32Como leemos también en textos coetáneos, la gente pasaba demasiado rápidamente «de les paraules a les mans». Más en concreto, unas «crides» de principios del siglo XVIIdirán que «ninguna persona que vinga a paraules ab altra puixa llansar ma a la espasa ni tirar gavinet ni punyal…». 33De las injurias se pasaba demasiado frecuentemente a la violencia.
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