Eugenio Císcar Pallarés - En el nombre del rey

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Vida cotidiana, mentalidades sociales o aspectos económicos se conjugan con normas penales, procedimientos judiciales y la política de orden público para presentar un cuadro general de la delincuencia y de la justicia penal en el Reino de Valencia durante los siglos XVI y XVII. Los delitos y las infracciones que atentan contra la vida de las personas (homicidios, lesiones, «escopetades».) son los que tendrán un mayor protagonismo. Se analizan, también, los rasgos legislativos y procesales, la estructura de los tribunales, las dificultades en la averiguación del delito y la detención de los culpables, los métodos de actuación («composición», proceso penal) para aplicarles un castigo y la imposición de penas, en las que se aúnan las prescripciones legales, el arbitrio judicial y las necesidades o circunstancias de la sociedad. Subyace la tendencia a controlar los hábitos tradicionales de violencia, un hipertrofiado sentido del honor, la inclinación a la venganza en un ambiente con gran difusión de armas, un espíritu anárquico e impulsivo, unido con frecuencia a fuertes lazos clientelares («bandositats»), junto a viejos y conocidos males sociales (robos, prostitución, juegos, etc.). En el nombre del rey, las instituciones de gobierno, y singularmente las judiciales, intentarán domeñar tales comportamientos y disciplinar a una población levantisca y rebelde.

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En general, se asocia delincuencia a «marginalidad». Es este ambiente social el que por «naturaleza» provoca la comisión de delitos. Se relaciona básicamente con la pobreza en general y además suele vincularse habitualmente a la «mala vida», es decir, a unas prácticas vitales de desorden, desarraigo, fuera de los cánones ordinarios, etc., que irremisiblemente conducen al delito. En este mundo encontramos gran variedad de personas, cuya descripción tipológica sería interminable. Así, podemos citar, desde luego, a los pobres, ya fuesen reales o fingidos, cuya diferenciación ya resultó casi imposible en la época. A los vagabundos, que cual ejército descontrolado recorren los caminos y ciudades principales del Antiguo Régimen, sin oficio ni beneficio seguro y fiable (B. Geremek). Siguen los pícaros, limosneros o mendigos; los ejercientes de oficios ambulantes; los que no tienen trabajo estable y seguro (criados, jornaleros, etc.), siempre codiciosos de los bienes ajenos; los soldados licenciados, o desertores; los inmigrantes de todo tipo y origen (franceses, castellanos, etc.), que se desplazan de unos lugares a otros en busca de trabajo o de algún modo de vida. Están los ociosos, poco amantes del trabajo productivo cuando lo hay, que ocupan su tiempo en toda gama de distracciones, etc. Desde luego, las mujeres desnortadas, desarraigadas de sus familias, cuya salida natural es la prostitución. Incluso hay colectivos «raciales» y culturales como los gitanos, asociados a determinados delitos como el robo, y que no dejan de dar ejemplos de ello. 28Incluso podemos añadir una marginalidad «sobrevenida», la de los prófugos de la justicia, que perseguidos por esta huyen por miedo o por mecanismo de defensa. Si resulta imposible la reconducción de su situación procesal (defensa, transacción, «composició», etc.), rotas o dificultadas las relaciones con sus familiares, se ven obligados a llevar una vida errante, condenados ya en sentencia firme en «ausencia», y alimentando probablemente otras formas de delincuencia más grave (robos, sicarios, bandolerismo, etc.). Se ha escrito, quizá con alguna exageración, que estos personajes viven o se mueven entre la taberna, el burdel o la cárcel. Habría que incluir además los caminos por los que vagan errantes, las plazas de los pueblos o ciudades a donde llegan, los «hospitales» o albergues donde pernoctan al no poder pagar los «hostales», etc. Sospechosos y temidos, se les atribuye la condición de gentes peligrosas, y, de hecho, con frecuencia están relacionados con la comisión de diversos delitos. En fin, podemos completar la serie con los delincuentes consumados, reiterados, condenados y perseguidos, cuya biografía es un largo rosario de fechorías sin número («bandolers, assasins, lladres, saltejadors de camins y altres malfatans y delinquents»).

Obviamente, estas gentes salen en los procesos como autores de determinados hechos perseguidos por la justicia, pero no solo ellos . El delito no es solo un fenómeno vinculado a la gente marginal. No es, ni en exclusiva, ni siquiera fundamentalmente, una cuestión de marginalidad. Entre los sujetos que desfilan ante la justicia aparece toda la escala social, todo tipo de individuos; todas las profesiones y oficios se encuentran representados; todas las condiciones sociales. Buenos padres de familia; campesinos esforzados; mujeres honestas y trabajadoras, excelentes madres; artesanos laboriosos y organizados en los gremios; jurados y otros oficios públicos; mercaderes y hombres de poderío económico; pobres pero honrados jornaleros; «fadrins» de buena familia, todos aparecen en un momento u otro en la práctica procesal de la justicia. Incluso no faltan miembros de las clases privilegiadas (caballeros, nobles, clérigos, etc.), aunque en menor cuantía por su escaso número en la escala social y por gozar muchas veces de jurisdicciones especiales. De esta manera, los expedientes procesales de estos delincuentes «no marginales» tienden a presentar dos rasgos bastante significativos. Por un lado, el carácter excepcional, o bastante raro, del delito o de los hechos acontecidos. Frente a una cierta habitualidad o carácter crónico de los comportamientos marginales, o de ciertos individuos marcados por antecedentes o hábitos criminales anteriores, muchos procesos se abren por delitos que acontecen de forma insólita, extraña, no habitual, que vinculan a personas de forma inesperada o no previsible. Sin duda, determinados hábitos de vida y mentalidades hacían relativamente fácil que una u otra vez, a lo largo de su vida, muchos individuos tuvieran una mala experiencia con la justicia (una pelea, una «questio», gamberradas juveniles, injurias o insultos, discusiones por dinero, discrepancia con algún oficial, etc.), pero ello no generaba necesariamente un sistema repetido de actuaciones ilícitas ulteriores. Cuando tenemos abundante información documental como en Valldigna, es difícil reconstruir las biografías «delictivas» de los vecinos de los pueblos del valle, porque sus delitos son excepcionales. Por otro lado, el análisis de los hechos en la información procesal demuestra que el delito atribuido ha sido resultado de una reacción impulsiva, ocasional, en función de determinadas circunstancias provocadoras; o que ha sido consecuencia de una relación de enemistad reiterada y repetida durante mucho tiempo, que desemboca en una reacción puntual, por ejemplo, una agresión física. Es decir, que no se corresponde normalmente con una «mala vida» habitual y unas condiciones generales de propensión al delito, sino con circunstancias insólitas o aisladas.

Toda la escala social comete delitos en mayor o menor medida, alterando el orden público, inquietando la «paz entre las personas», lo que obliga a los poderes públicos, es decir, a la justicia, a intervenir de una manera u otra. Con carácter general M. Weisser dirá que los delincuentes no son gente marginal; 29en la misma idea insiste J. A. Sharpe para Inglaterra; 30J. L Betrán hablará de personas integradas mayoritariamente en la sociedad catalana; R. Muchembled afirma que los homicidas no son en general individuos marginales en el Artois rural; para la Florencia del siglo XVI J. K. Brackett insiste en que no son personalidades «aberrantes», sino gente común bien integrada en la sociedad, que actúa según las pautas de su tiempo. 31Son los nobles, con título o sin él, enzarzados entre sí por principios de honor, de preeminencia, enfrentados en bandos, jefes de clientelas que tienen que cuidar, etc. Son los clérigos, hijos de su tiempo, no ajenos a envidias y rencillas, que tensionan la vida de los cabildos y la paz de los claustros de los conventos y monasterios, necesitados a veces de conflictivas visitas extraordinarias para reconducir la situación. En fin, la gran masa de la sociedad, que revela toda la conflictividad latente de la vida cotidiana, acentuada por una mentalidad hipersensibilizada por el concepto del honor, de la fama pública, con propensión natural a la venganza; gentes armadas hasta los dientes, organizadas en «bandositats», dispuestas a resolver directamente sus diferencias. Ahí encontramos a ricos mercaderes y acomodados propietarios agrícolas, a oligarcas locales junto a campesinos modestos y de cortos vuelos, a maestros pudientes y a artesanos proletarizados, a jornaleros de vida incierta pero honesta, junto a fieles criados, etc. Toda la sociedad, de un modo u otro, es esclava de una mentalidad, de unas prácticas y de un modo de vida que la llevan a situaciones de alteración de la paz social y obligan a la justicia a intervenir. Injurias, peleas y todo tipo de delitos violentos, el uso y abuso de las armas, los fraudes, la resistencia a la autoridad judicial, etc., son todo un inventario de problemas en que la gente «normal» incurre una u otra vez a lo largo de su existencia. De ahí que en esta época (y no solo en ella) los procesos penales no estudian fundamental o exclusivamente el mundo de la marginalidad, sino que son también un reflejo de la sociedad en su conjunto.

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