Estas conclusiones cambiaban, junto a buena parte de la historiografía –que en ese momento estaba poniendo su foco en el caciquismo–, la comprensión de la España de la Restauración. Ya no se entendía el sistema liberal como una forma de poder oligárquica en la que el Estado era omnipotente y el Estado liberal se entendía como la historia de un fracaso, sino que se cambiaban las piezas hacia una interpretación inversa, de abajo arriba, en la que las bases del sistema pasaban a reposar sobre el poder de negociación de las élites locales respecto a las instituciones estatales. Andando en la misma línea, pero más allá de autores como José Varela Ortega, que hacía tiempo habían insistido en la importancia de las redes horizontales, sobre todo a través del sugerente título de su libro más importante, los amigos políticos , 12 en los años noventa se abría una nueva vía de interpretación de la España liberal. De este modo se insistía en la doble dirección de la articulación del sistema caciquil, como pusieron de relieve dos de los mejores libros sobre el periodo. 13 La aportación de Carasa a este debate fue doble. Por un lado, insistió en la importancia de los poderes locales, subrayando la relevancia del nivel ascendente en la comprensión del poder de la España liberal. Por otro lado, se aproximó a este estudio a través de la prosopografía –o biografía de grupo– proponiendo un enfoque más social que político y más biográfico que estructural. El Parlamento y sus élites servían como sujeto de investigación al conectar como ningún otro ejemplo los niveles central y local que articulaban el poder en la España decimonónica. 14 Todo ello se hacía abriendo una línea de estudio muy poco frecuentada entonces en nuestro país y que exigía la recomposición muy detallada de trayectorias de grupos concretos, solo posible mediante la creación y dirección de grupos de trabajo de los que, por cierto, saldrían muchas y excelentes tesis doctorales.
Este enfoque de biografía colectiva tenía el objetivo de perfilar los contornos de las élites castellanas a través del ejemplo de aquellos personajes que ocuparon cargos en el Parlamento durante el periodo de la Restauración. Por un lado se quería recuperar la perspectiva política como vía de explicación histórica, no obstante alejada de los paradigmas clásicos que la habían caracterizado. 15 El objetivo era aplicar un carácter más sociocultural a la comprensión del poder. El foco, por tanto, pasaba de grandes personajes a sectores de poder intermedios, de las biografías individuales a las de grupo, de las grandes efemérides a las estructuras socioeconómicas y culturales que caracterizaban el contexto en el que se insertaba un grupo dado, en este caso las élites liberales de la Castilla del siglo XIX. 16 La historia de Castilla, muy poblada de tópicos por entonces, se llenaba así de personajes, hombres y mujeres de carne y hueso, que servían para poner en cuarentena muchos de los más rancios estereotipos que tan útiles habían sido para la manipulación del pasado castellano. A su vez, el concepto de élite adquiría significado mediante el análisis prosopográfico y la definición de un grupo de poder concreto, evitándose el riesgo de usar este término como un «comodín bastante vacío» que se empleaba de forma indiscriminada sin ninguna base teórica ni reflexión crítica. 17
Por último, la importancia de los niveles locales en la articulación del poder liberal resultó fundamental para Carasa. Los ayuntamientos constituían la primera experiencia de los ciudadanos con el mundo institucional, y en la relación entre ayuntamiento y localidad se reflejaban, a una escala menor, los conflictos que caracterizaron la España del siglo XIX. La localidad, por tanto, podía servir de laboratorio de análisis para la comprensión de las estructuras de poder político y social que caracterizaron la España contemporánea. En varias de sus obras, Carasa proponía análisis microhistóricos del poder sociopolítico o «una historia social del poder concreto». 18 Como dijo en otra ocasión, de lo que se trata es de «realizar una disección microscópica del poder concretado en unos protagonistas determinados». 19
En este planteamiento, por tanto, el poder no se posee, sino que se ejerce, las relaciones de poder son inmanentes e intencionales, no presentan una oposición binaria, y los puntos de resistencia están presentes en todas partes dentro de una red de poder. 20 Carasa entendía el poder como
multiforme, basado en una serie de aspectos polifacéticos […], fragmentado, que se adapta a los ámbitos donde crece, se ejerce y se reproduce, que se abastece de múltiples fuentes de construcción, alimentación y reproducción, bastante más allá de lo estrictamente económico y lo meramente político, que incorpora elementos nuevos mucho más sutiles, propios del terreno social y sobre todo cultural, mental y simbólico. 21
A partir de esta perspectiva, el objetivo era normalizar el caso de Castilla en el contexto español, revisando ciertos tópicos despectivos que se han asociado con la región, incluso a nivel historiográfico. Mientras el caso de Castilla se interpretaba en un marco español, sus proyectos redefinían Castilla como región, de modo que sus trabajos contribuyeron a establecer los contornos de uno de los espacios regionales que ha resultado ser más problemático en el mapa español contemporáneo y actual, al menos en lo que respecta a su definición como espacio regional. Por un lado, se concluía que en el siglo XIX no había acción colectiva más allá de los espacios provinciales. A su vez, las élites castellanas no presentaban pautas de atraso respecto a los resultados que daban estudios de otras élites peninsulares para el mismo momento. Concluía así Carasa que el poder en Castilla presentaba unas pautas definitorias que se podrían resumir en un poder multiforme, fragmentado, enraizado, territorializado, relacionado, asimilado y, en ocasiones, rechazado. Una perspectiva que giraba en torno a la comprensión del poder que no solo ha abierto nuevas vías de investigación, sino sugerentes debates que aún siguen candentes tanto en la definición de las élites liberales y en la identificación de las bases de su poder, como en los contornos de Castilla como región y como caso de estudio.
UN PASO MÁS ALLÁ
Este volumen recopila una serie de ensayos que pretenden no solo servir de homenaje a la obra de Carasa, sino también discutirla, ponerla en cuestión, mostrar avances respecto a esta y señalar su influencia. Se trata, en definitiva, de seguir nuevas vías de investigación abiertas o desarrolladas por Carasa y muchos de sus colegas que se dedicaron al estudio de la España del siglo XIX. En este volumen no están todos aquellos que tuvieron contacto con el profesor. Ha sido necesario hacer una selección de historiadores que han colaborado con él, que se han visto influenciados por su obra o que han compartido con él afanes e inquietudes. De este modo, en el volumen aparecen algunos de los colegas que también lideraron la reinterpretación sobre las élites de la España liberal, y algunos de sus discípulos y miembros de grupos de investigación por él creados y dirigidos.
Las distintas contribuciones presentan una temática homogénea en torno a un hilo conductor muy claro: el poder en la España liberal. A su vez, la mayoría de las contribuciones se centran en el siglo XIX; hay, sin embargo, un texto que engancha el periodo moderno con el Ochocientos y dos contribuciones que refieren a la segunda mitad del siglo XX. El libro se abre con una aportación de Bartolomé Yun Casalilla sobre las formas de representación de la nobleza, cuya sombra se extiende hacia el siglo XIX. El juego de escalas regional, nacional y transnacional que aplica Yun Casalilla a su estudio abre un elenco de perspectivas que luego retomarán los estudios dedicados al siglo XIX. Se trata de ir contra una idea demasiado aceptada que consiste en crear una vinculación demasiado rígida entre burguesía y comunidades imaginadas, al poner el acento también en cómo la nobleza había imaginado España desde el siglo XVI, entrando así en aspectos como el de la memoria y sus raíces en los contextos sociales que han interesado a Pedro Carasa. 22
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