AAVV - Viajeros en China y libros de viajes a Oriente (Siglos XIV-XVII)

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Viajeros en China y libros de viajes a Oriente (Siglos XIV-XVII): краткое содержание, описание и аннотация

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Entre la Edad Media y el siglo XVII, los primeros viajeros europeos que abrieron caminos hacia los horizontes ignotos de Asia y China, empezando por Marco Polo, relatan sus fascinantes periplos dentro de una tradición bien consolidada: el libro de viajes. Comerciantes, embajadores, peregrinos o misioneros -curiosos empiristas 'avant la lettre' muchos de ellos- nos hacen partícipes del tesoro de sus peripecias a través de relatos precisos, rudos y magnéticos. Los viajeros dibujan al fresco sus hallazgos y a la vez pugnan por interpretar, en clave occidental, los nuevos mundos de un Oriente -para ellos y aún para nosotros- imprevisible e inabarcable. Los trabajos de este volumen plantean aproximaciones trasversales a lo que pudo suponer la aventura de escritura de estos libros de viajes -documentos ricos e inapreciables-, abordando temas que atañen a la historia de la literatura y a la historia social y de las mentalidades.

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Pues bien, después de tomar contacto con todos esos autores, llegué a no reprocharles demasiado que engañen al público, al notar que ello es práctica habitual, incluso, entre los consagrados a la filosofía. Me sorprendió en ellos, sin embargo, que creyeran escribir relatos inverosímiles sin quedar en evidencia. Por ello mi personal vanidad me impulsó a dejar algo a la posteridad, a fin de no ser el único privado de licencia para narrar historias; y, como nada verídico podía referir, por no haber vivido hecho alguno digno de mencionarse, me orienté a la ficción, pero mucho más honradamente que mis predecesores, pues al menos diré una verdad al confesar que miento. Y así, creo librarme de la acusación del público al reconocer yo mismo que no digo ni una verdad. Escribo, por tanto, sobre cosas que jamás vi, traté o aprendí de otros, que no existen en absoluto ni por principio pueden existir. Por ello, mis lectores no deberán prestarles fe alguna. (García Gual, ed., 2002: 52-53)

No cabe duda de que Luciano dirige su diatriba contra los autores de ficción y, sobre todo, contra la novela de aventuras. Tampoco salen bien librados los filósofos (tal vez haya que leer entre líneas a Platón), ni los escritores de leyendas épicas (Homero es citado explícitamente), ni siquiera algunos historiadores como el mismo Heródoto porque, algunos más que otros, se dejaron llevar en algún momento por la introducción de ápista o elementos maravillosos.

La acusación de mentirosos, de la que no se librarán los autores de «relatos de viaje» medievales y mucho menos Marco Polo, se arrastra ya, como vemos, desde la tradición clásica. Luciano arremete contra los mitos y leyendas a los que dio carta de naturaleza incluso el propio Heródoto, a pesar del método racional, crítico y escéptico con que asimila las noticias que le proporcionaban los precursores en el género, los llamados logógrafos preherodotianos. En rigor, el de Halicarnaso no asumió como propias muchas de las fábulas que todavía en tiempos de Marco Polo formaban parte del imaginario colectivo. Gómez Espelosín enfatiza este aspecto crucial de la obra de Heródoto:

Es muy posible que Heródoto utilizara la obra del navegante cario [Escílax de Carianda, siglo VI a.C.] como fuente de información principal sobre estas regiones, pero destiló tan solo aquellas noticias que se ajustaban al marco de su propia narración y dejó de lado las historias de carácter más fantástico que podían poner en entredicho la validez general de su relato.

Heródoto siguió este mismo procedimiento aparentemente también con el poema de Aristeas de Proconeso a la hora de extractar sus noticias sobre las regiones del norte. Heródoto no admitía la veracidad de las historias que hablaban de seres con un solo ojo (los arimaspos, que daban nombre al poema de Aristeas) y con el resto del cuerpo igual al de los demás hombres. Tampoco parece que concediera demasiado crédito, aunque no lo declara de forma explícita, a la historia de la lucha entre estos seres y los grifos que custodiaban el oro. (2000: 184-185)

Sorprende, insisto, ver que muchos de estos elementos de carácter fabuloso que circularon durante toda la Edad Media tuvieran su origen en estos textos clásicos griegos. Estos mirabilia podían incluso aparecer en obras de carácter «aparentemente» histórico o biográfico, como en la Vida de Apolonio de Tiana de Filóstrato (siglo III), según señala Gómez Espelosín:

En una alusión aparentemente crítica a los escritos de Escílax (xungraphai) se dice que en ellos hacían su aparición pueblos de unas características fabulosas como los pigmeos que habitan bajo tierra más allá del Ganges, los hombres que se hacen sombra con sus propios pies (esciápodos), o aquellos otros que poseen una cabeza alargada (macrocéfalos). Da la impresión de que se trata tan solo de una muestra más o menos significativa extraída a modo de ejemplo de un catálogo que quizá era mucho más amplio en la obra original. Dicha impresión podría verse confirmada con otro pasaje, procedente esta vez del historiador bizantino Tzetzés. A los ya citados esciápodos se suman en esta ocasión los de grandes orejas (otolicnos) , los de un solo ojo (monophthalmoi) , los que engendran una sola vez (ektrapéloi). Toda una galería de seres fabulosos que poblaban en la imaginación mítica los confines del mundo. (2000: 92-93)

Historiadores y teóricos a lo largo del tiempo han hecho hincapié en el contenido falaz y mentiroso de los libros de viaje sin atender a la distinción señalada. Curiosamente, los «relatos de viaje» como el de Marco Polo quedaron a salvo de la tacha de mentirosos (a juicio sobre todo de filósofos empiristas como Locke o Hume), que solía atribuirse a los libros de viaje que yo denomino «novelas de viaje» y que incluye tanto la «épica de viaje» como la «novela de aventuras». Como hemos podido ver, la historia tampoco fue inmune a la incorporación de lo fantástico y tanto las «historias noveladas» (ficción histórica) como las «biografías noveladas» (ficción biográfica) lastraron el componente histórico en favor de la ficción.

En suma, la ascendencia literaria del libro de Marco Polo hay que buscarla en el género historiográfico clásico instaurado por Heródoto, al que pertenecen también Tucídides y Jenofonte. En la Historia de Heródoto, la primera obra historiográfica del mundo occidental, encontramos in nuce algunos de los prin-cipios de larga tradición que sustentarán la base de los «relatos de viaje»:

1) la constatación testimonial de los acontecimientos que, aun no siendo testimonios de primera mano, se procuran a través de testigos directos o indirectos. En el caso de Jenofonte, los acontecimientos de la Anábasis responden a un testimonio directo de los hechos relatados. Hay claramente un afán investigador. Marco Polo dirá, por boca de Rusticello, que «hay algunas cosas que él no vio, pero que sí que oyó de boca de personas dignas de toda fe» (p. 9).

2) La transmisión de conocimientos geográficos, sobre todo de carácter corográfico, 3de saberes etnográficos (naturaleza y carácter de los pueblos indígenas) y de informaciones relativas a la flora, la fauna y los recursos materiales de los lugares descritos, forman parte de la tradición que hereda, recoge y sistematiza magistralmente Heródoto. Aunque gran parte de esta tradición literaria preherodotea se ha perdido nos queda constancia de aportaciones como la de Anaximandro (siglo VI a.C.), que elaboró el primer mapamundi, o la de Hecateo, de cuyas dos obras Periégesis y Contorno de la Tierra , apenas nos han llegado documentos y, además, los que hay son de carácter fragmentario y disperso.

En cualquier caso, ambas características condensan el afán investigador y el afán explorador que ha motivado la permanencia de los viajes y sus relatos a lo largo de la historia y que quedan fijados en la obra herodotiana. Como dice Schrader:

Este es precisamente el peldaño que separaba a la logografía de la historia y que fue ascendido por Heródoto, quien, en realidad, no es sino el último escalón de una larga tradición, pues en su obra aparecen relatos genealógicos, narraciones fundacionales, noticias de periplos, especulaciones geográficas y relatos etnográficos. Pero, por otra parte, Heródoto es el principio de algo nuevo con respecto a sus precursores: con él la época mítica dejará de considerarse historia y pasará a ser la prehistoria del pueblo griego. (2000: XV-XVI)

Se puede considerar el Libro de las maravillas del mundo de Marco Polo, al igual que otros «relatos de viaje» medievales y posteriores, como perteneciente a esta rama de la historiografía. El «relato de viaje» parte de una experiencia personal (el viaje) que se ofrece como testimonio de las cosas trasmitidas. El carácter testimonial apunta hacia lo objetivo de lo relatado a través de la descripción y, a la vez, procura la carga subjetiva propia de lo vivido en primera persona. El testimonio implica una cierta tensión entre lo objetivo (la descripción despunta sobre la narración) y, a la vez, ofrece una visión propia por ser testimonial, que dota de singularidad al relato y en este punto lo aleja de lo estrictamente historiográfico. Rusticello de Pisa remite al punto de vista del autor no tanto como instancia garante de la verdad, sino como autoridad testimonial: «Es lo que os referirá este libro tal como micer Marco Polo, sabio y noble ciudadano de Venecia, lo relata aquí según él mismo lo vio» (p. 91).

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