¿Cómo representar lo extranjero, lo extraño? ¿Cómo describir y censar las curiosidades del mundo? Por medio de una estética mimética, dedicada a la descripción animada, la hipotiposis que busca crear un efecto de realidad, un efecto de verdad en el lector y en la cual participan los cinco sentidos con el fin de compartir y transmitir una experiencia excepcional (Hamon, 1981). En efecto, están convocados en el relato no sólo la vista erigida como sentido primordial, sino también el gusto de los nuevos alimentos, como en el caso del coco que tendría sabor a almendra; el tacto con respecto a nuevas materias y nuevos objetos; y la sensibilidad a nuevos olores como la madera de sándalo, el alcanfor y, por supuesto, las especias aromáticas: canela, nuez moscada y, en especial, clavo (cuya producción era exclusiva de las distantes islas Molucas). La misma escritura se convierte en viaje ilusionista, buscando el trastorno espacial del lector después de haber descentrado al viajero. A la apertura infinita de los horizontes geográficos corresponde el dispositivo formal de la escritura descriptiva atenta al detalle, abierta de manera ilimitada a nuevos contenidos (Besse, 2003: 210).
Si la escritura del relato de viaje es transcripción de la experiencia y del saber, por definición es informativa y se funda en un desfile enumerativo perenne que antepone un objeto, un animal, una planta, una figura humana, ropa nueva, etc. Estructuralmente descriptivo, el texto se vale de las técnicas del inventario, del censo, de la clasificación. Despliega una lista, un caudal de experiences y conocimientos presentados de forma sucesiva y subordinada. Se hace enciclopédico, como hemos apuntado antes, avant la lettre. La escritura quiere ser exhaustiva, pero a todas luces no consigue plenamente dar cuenta de un mundo cuya diversidad desborda por los márgenes del manuscrito. Despliega el espectáculo del mundo, puesto que la naturaleza era paradigma de la varietas (Galand-Hallyn, 1995). Escribir, describir el mundo se convierte en principio de escritura en sí que trasciende lo narrado. Más allá de cualquier idealización, no olvidemos, sin embargo, que la enumeración de los recursos naturales y alimentícios, omnipresente en cada etapa, también se inscribe —y ante todo— en una perspectiva de supervivencia para las tripulaciones hambrientas y en un enfoque utilitario: tal isla fértil y cuyos habitantes son acogedores podrá servir de etapa para las futuras expediciones, o para determinar en el futuro un asentamiento. Tal fue el caso de las islas Filipinas, y en particular las islas de Cebú y Limasawa, conquistadas en la segunda mitad del siglo XVI por presentar estas características, además de su situación estratégica en las riberas del mar de China (Jacquelard, 2015).
La novedad geográfica irrumpe asimismo en el texto a través de la transcripción fonética de vocablos extranjeros, y ante todo la toponimia local: así, las islas de los archipiélagos de Kawio y de Sangir, al sur de Mindanao, en Filipinas, camino de las Molucas: «Son: Cheana, Caniao, Cabia, Camanuca, Cabaluzao, Cheai, Lipan y Nuza» (Pigafetta, 1985: 128). Del mismo modo, aparecen ciertos términos de la vida cotidiana que son préstamos de distintos idiomas indígenas, como el boij o bohío , término taíno que designa la cabaña antillana y empleado en Brasil; amache , que dio hamaca, o también la palabra de origen taíno, caníbal. En Asia, se puede citar el barangay en las islas centrales de las Filipinas, las Visayas. El término designa a la vez una embarcación de remos baja de bordo que podía transportar varias familias —hasta un centenar de personas— y asimismo, en tierra, la organización política del pueblo sometido a un jefe o dato (Scott, 1994). De igual modo, surge la nueva realidad náutica descubierta en Asia, con términos como el prao , o piragua con vela y balancín o contrapeso, embarcación malaya por excelencia y que Pigafetta describe detenidamente por primera vez en el espacio de las «islas de los Ladrones» (futuras Marianas); o también el kora-kora del espacio moluqueño, prao de guerra de gran tamaño.
Más allá de estos términos dispersos y «exóticos», Pigafetta propone una serie de vocablos que atestiguan su interés por otras culturas y su voluntad de entrar en comunicación para conocer, comprender y entablar una relación continuada. Así, es bien conocida en su relato la inclusión de un vocabulario brasileño y luego del patagón. Se refiere principalmente a la morfología del cuerpo humano, dado que los indios tehuelches eran bastante más altos que los europeos; los cuatro elementos, ciertos alimentos y objetos del entorno inmediato. El léxico de las islas del sureste asiático es el más desarrollado, en particular el de las Molucas, con 344 entradas, lo que no debe sorprendernos, puesto que el archipiélago constituía la meta última del viaje y la compra de especias supuso la instauración de una comunicación más compleja que la de mera supervivencia. Por eso encontramos toda una terminología relativa a las creencias, el círculo familiar, amistoso y político, la morfología humana —dominante, lo que indica un interés destacado hacia el otro en tanto que ser humano a la vez extranjero y similar—, la fauna y los productos alimenticios, las especias y condimentos, la ropa, los tejidos, las medidas, los colores, el vocabolario doméstico, las mercancías españolas, las herramientas, los principales astros, el clima, el calendario, los términos geográficos básicos, un vocabulario náutico, los metales buscados, las enfermedades, las salutaciones, los números, las actitudes y acciones humanas. En suma, todo un mosaico representativo a la vez de la alteridad y diversidad, la estructura básica —hasta una mise en abyme — del relato de viaje testimonia la dimensión relacional del encuentro con el otro, así como probablemente una apertura lingüística, favorecida por los ambientes cortesanos frecuentados por Pigafetta antes del viaje (Cachey, 2007: XXVI). Resulta evidente que estos glosarios exhiben las diferencias culturales, pero al mismo tiempo designan algo idéntico gracias al referente. Subrayan pues la universalidad de la humanidad en la diversidad de sus expresiones. Transmitir un saber nuevo también consistía en valerse de la comparación cultural y lingüística con el fin de tratar de hacer inteligible lo que a veces sólo tenía una lejana relación con una realidad familiar. Así, Pigafetta compara ciertas embarcaciones locales de las «islas de los Ladrones» con las góndolas de la región de Venecia (Pigafetta, 1985: 80).
El relato de viaje descansa, casi exclusivamente, en las diferencias geográficas y culturales, puesto que las expectativas del lector curioso del Renacimiento a quien se dirige se cifraban en éstas. Por eso Pigafetta da cuenta del talle mayor de los indios tehuelches de Patagonia. Menciona de forma repetida la desnudez, pero también la libertad de los pueblos encontrados, tanto en las costas brasileñas como en las Filipinas o en las Molucas; repara en la práctica del tatuaje o la pintura del cuerpo, en el canibalismo, en la poligamia, en el hecho de ser imberbes o de llevar tocados con plumas o turbantes. Notemos la sensibilidad del viajero ante la belleza, incluso salvando las diferencias, leyendo este retrato del rajá Calambu del norte de la isla de Mindanao (Filipinas):
Por su esmero en el vestir y cuidado, resultaba el más hermoso de los hombres que viésemos entre estos pueblos. Sus cabellos negrísimos le alcanzaban a media espalda, bajo turbante de seda: pendían de sus orejas dos aros inmensos de oro. Unos pantalones de paño, bombachos, enteramente recamados de seda, cubríanle de cintura a rodilla. Al costado, una daga con descomunal empuñadura —de oro también—, y su funda de madera tallada; en cada diente ostentaba, por fin, tres manchas de oro, que parecía que en él estuvieran engastados. Olía a los perfumes de estoraque y de benjuí; era oliváceo bajo su mucha pintura. (Pigafetta, 1985: 88)
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