AAVV - Viajeros en China y libros de viajes a Oriente (Siglos XIV-XVII)

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Viajeros en China y libros de viajes a Oriente (Siglos XIV-XVII): краткое содержание, описание и аннотация

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Entre la Edad Media y el siglo XVII, los primeros viajeros europeos que abrieron caminos hacia los horizontes ignotos de Asia y China, empezando por Marco Polo, relatan sus fascinantes periplos dentro de una tradición bien consolidada: el libro de viajes. Comerciantes, embajadores, peregrinos o misioneros -curiosos empiristas 'avant la lettre' muchos de ellos- nos hacen partícipes del tesoro de sus peripecias a través de relatos precisos, rudos y magnéticos. Los viajeros dibujan al fresco sus hallazgos y a la vez pugnan por interpretar, en clave occidental, los nuevos mundos de un Oriente -para ellos y aún para nosotros- imprevisible e inabarcable. Los trabajos de este volumen plantean aproximaciones trasversales a lo que pudo suponer la aventura de escritura de estos libros de viajes -documentos ricos e inapreciables-, abordando temas que atañen a la historia de la literatura y a la historia social y de las mentalidades.

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Fig 1 La nao Victoria en uno de los mapas del Theatrum Orbis Terrarum de - фото 7

Fig. 1: La nao Victoria, en uno de los mapas del Theatrum Orbis Terrarum de Abraham Ortelius (1570)

Si dejamos de lado estos cinco capítulos, los cuarenta y cinco restantes tienen como objetivo de captación y transcripción estos nuevos mundos descubiertos desde la proa de las naos, o en tierra, después de fondear. 8En efecto, las tripulaciones magallánicas entraban por primera vez en un mundo ignoto, a partir del estuario del Río de la Plata y hasta el vasto archipiélago de Asia del Sureste, tocado por los portugueses una década antes. En adelante, nuevos paisajes poblados de especies vegetales y animales desconocidas por los europeos hasta la fecha, nuevos pueblos distintos, vinieron a encarnar la alteridad, la diferencia con respecto a la norma cristiana y mediterránea familiar.

El relato de viaje de Pigafetta tiene entonces como objetivo primordial informar, dar a «ver» el mundo a los europeos, hacerles sensibles y comunicables realidades extranjeras mediante la función mimética e ilusionista del lenguaje (Galand-Hallyn, 1995). Conlleva en ese sentido una dimensión visual, hasta pictórica esencial, explotada en el futuro por lo pintoresco o el «color local». La atención del viajero se centra en el mundo real, tal cual es, tal como le sorprende, le maravilla o suscita su rechazo. El viaje de descubrimiento toma la forma de una búsqueda profana de objetos y seres nuevos que saturan el relato descriptivo. El espacio está considerado en sí, por su singularidad, y es objeto de una observación fascinada. En estos términos califica Pigafetta el estrecho austral, llamado más tarde estrecho de Magallanes: «No creo hay en el mundo estrecho más hermoso ni mejor» (Pigafetta, 1985: 74), una apreciación estética raramente repetida con tal lirismo en la obra y sorprendente para calificar una zona tan inhóspita. Podemos percibir en ella el orgullo de la autoridad, puesto que el descubrimiento del «paso» interoceánico era la obsesión de los españoles al comienzo del siglo XVI, el modo de alcanzar Asia por el oeste y salvar el continental obstáculo americano. Tal fiebre, desde los tiempos de Colón, había motivado la constitución de varias expediciones, como la de Juan Díaz de Solís, que descubrió el Río de la Plata en 1515, la de Esteban Gómez por el Noroeste del continente, en 1523, o también la de Cristóbal de Olid, enviada por Hernán Cortés en 1524 al sur de Yucatán. Uno de los objetivos del viaje acababa de cumplirse aunque el «paso» se situaba a ¡52° de latitud sur!

Mostrar al lector lo que uno ha visto supone tratar de ocultarse tras su objeto de observación, lo que hace el etnógrafo contemporáneo. Pigafetta inicia justamente esta vía, puesto que en ningún momento nos da parte de una reflexión autobiográfica, ni del impacto que provoca en él este proceso de descubrimiento, quizá presente en su diario original. Al contrario del viaje interior, íntimo, exhibido por los viajeros del siglo XIX o XX, se trata de un relato extrovertido, que registra nuevas realidades y cuyo objetivo es fundamentalmente informativo. Se define ante todo como un texto geográfico, pero ya también protoetnográfico, en el sentido de que el autor busca describir los diversos grupos humanos con los cuales se cruza, sus características antropológicas y sociales. Refleja y encarna una época en la cual los europeos indagaban para conocer e inventariar el mundo. Este tipo de relato es un instrumento complementario de la cartografía y de la lámina. Así, por ejemplo, la «nuez de coco» está descrita sistemáticamente, por estratos, desde la superficie exterior hasta lo más interior:

Es éste más o menos grande como una cabeza humana. Su corteza más exterior es verde, dos dedos gruesa y la constituyen en parte unos filamentos con los que los nativos tejen las cuerdas para sus barcas. Bajo esa costra hay una segunda, dura y considerablemente mayor que la de la mayor nuez. Esta suelen quemarla y aprovechan sus cenizas para su pintura. Debajo, por fin, viene una pulpa endurecida blanca, de un dedo de espesor, que comen fresca con la carne del pescado, como el pan nosotros y que al paladar recuerda la almendra. Secándola se amasaría pan. Dentro de esa pulpa encuéntrase una agua clara, dulce y refrescantísima; agua que cuando se deja posar, se congela y termina como una manzana (Pigafetta, 1985: 82).

No se nos escapará, adicionalmente, el sistema analógico de Pigafetta, así como la mención de los usos y transformaciones del producto citado en función de la cultura de los pueblos asiáticos. Esa información «exótica» para el lector europeo, podía resultar estratégica para los expedicionarios facilitando su supervivencia.

Aspirar a transmitir un viaje total según Pigafetta consiste en respetar la trama cronológica de los acontecimientos. Es proporcionar asimismo un itinerario marítimo y realizar un cuadro de costumbres de los pueblos encontrados. La lengua busca ser precisa e incluso técnica. El viajero desgrana las etapas, la localización de los lugares y de las costas en grados de latitud. Estima las distancias recorridas con una honda preocupación por el rigor y la precisión científica. Descubrir, conocer era por tanto medir el mundo (Besse, 2003). El texto aspira a demostrar el dominio del espacio físico por el hombre. En efecto, la mayoría de los topónimos siguen siendo identificables hoy y las distancias mencionadas en su gran mayoría se acercan a la realidad, pese a las conocidas dificultades del cálculo de la longitud en la época. Pigafetta se detiene incluso en referir las técnicas de navegación a vela, los instrumentos náuticos de Magallanes, la misma realidad marítima con sus vientos, períodos de calma chicha, tempestades, aves marinas y peces. La travesía inaugural de la inmensidad desértica y angustiosa del océano Pacífico, entre el estrecho austral y Asia del Sureste a lo largo de casi cuatro meses, es otra secuencia bien conocida, mientras las tripulaciones sólo disponían de las exiguas vituallas obtenidas en la zona del estrecho, después de más de un año de viaje desde Sevilla y habiendo desertado en el estrecho la nao San Antonio, la de mayor tonelaje y por tanto con más víveres… Diezmadas por distintas enfermedades y la falta de alimentos, las tripulaciones experimentaron por primera vez en las navegaciones españolas los estragos del escorbuto.

Antes de ser plenamente y conscientemente exótico, el viaje renacentista es ante todo un descubrimiento intelectual y científico: Fernando de Magallanes y sus compañeros descubrieron la extensión austral del continente americano, esta inmensa barrera meridiana que cierra la relación directa por el oeste entre Europa y Asia. Por primera vez se experimentó y se tomó conciencia del tamaño gigantesco del océano bautizado «Pacífico», nunca atravesado sin escalas en el sentido ya mencionado. Magallanes y sus hombres pusieron los pies por primera vez, en nombre de España, en el archipiélago filipino. Pese a la linealidad del itinerario, la expedición revela a Europa nada menos que un nuevo hemisferio, marítimo ante todo, la cara oculta del planeta truncada por los márgenes de los mapamundis tradicionalmente eurocentrados. Esta realidad cuestionaba la idea preconcebida, heredada de Ptolomeo, de un globo sobre el cual la masa terrestre hubiera dominado sobre los mares. Pigafetta dudaba ya de la existencia de un inmenso continente austral.

Esta primera vuelta al mundo revelaba asimismo el tamaño real de un planeta que se pensaba hasta entonces más pequeño, como el proyecto de Colón lo definía. También revelaba el nuevo cielo astronómico del hemisferio austral. Pigafetta da cuenta de la influencia de la inclinación de la tierra en torno al eje polar sobre la duración de los días y las noches en función de las estaciones, fenómeno claramente percibido por los expedicionarios durante la estancia de varios meses en la Patagonia; se revela también el desajuste de un día al dar fin a la vuelta al mundo para los que habían escrito cotidianamente. La experiencia produce un saber que infirma o confirma la teoría a priori y se convierte en autoridad (González Sánchez, 2007). Pigafetta escribe pues una página virgen de la geografía mundial y participa en esta vasta empresa de inventariar el mundo que arranca en el Renacimiento y proseguirá hasta el fin del siglo XVIII. Constatar, registrar, asimilar la diversidad del mundo trastornará la esfera intelectual europea durante tres siglos hasta llegar a la revolución científica, el relativismo y el cuestionamiento del sistema monárquico y religioso al final del período moderno.

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