AAVV - Viajeros en China y libros de viajes a Oriente (Siglos XIV-XVII)

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Viajeros en China y libros de viajes a Oriente (Siglos XIV-XVII): краткое содержание, описание и аннотация

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Entre la Edad Media y el siglo XVII, los primeros viajeros europeos que abrieron caminos hacia los horizontes ignotos de Asia y China, empezando por Marco Polo, relatan sus fascinantes periplos dentro de una tradición bien consolidada: el libro de viajes. Comerciantes, embajadores, peregrinos o misioneros -curiosos empiristas 'avant la lettre' muchos de ellos- nos hacen partícipes del tesoro de sus peripecias a través de relatos precisos, rudos y magnéticos. Los viajeros dibujan al fresco sus hallazgos y a la vez pugnan por interpretar, en clave occidental, los nuevos mundos de un Oriente -para ellos y aún para nosotros- imprevisible e inabarcable. Los trabajos de este volumen plantean aproximaciones trasversales a lo que pudo suponer la aventura de escritura de estos libros de viajes -documentos ricos e inapreciables-, abordando temas que atañen a la historia de la literatura y a la historia social y de las mentalidades.

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La distinción mencionada sugiere que debemos atender a las observaciones de tipo lingüístico que aparecen con cierta frecuencia en este relato (y en otros, como veremos luego). El conocimiento de las lenguas abría las puertas a otros saberes. En un pasaje se menciona a unos clérigos rusos que vivían bajo la dominación mongola, pero que sabían latín y francés, de manera que podían explicar a Plan Carpino los secretos de la corte imperial:

Encontramos también en la corte a las siguientes personas que habían venido en el séquito de otros capitanes: varios rusos, húngaros que sabían latín y francés, clérigos rusos y otros individuos que los habían acompañado en sus campañas y demás acciones, algunos durante treinta años, y conocían toda su vida y andanzas, porque hablaban su lengua. (Gil, 1993: 242-243)

Conocer la lengua de un pueblo suponía conocer uno de los rasgos distintivos de una etnia y era un elemento que caracterizaba de la misma manera que los rasgos raciales. La relación entre la lengua, las costumbres y el credo religioso es una constante en muchos libros de viajeros. Cito solamente un ejemplo: «Todos estos pueblos tenían el mismo aspecto físico y la misma lengua. Aunque fueran separados en provincias y principados» (Gil, 1993: 251).

Cuando Plan Carpino atravesaba tierras en las que se hablaban lenguas conocidas (como el griego, el árabe y algunas lenguas eslavas), no percibía la necesidad de interrogar a través de la lengua las costumbres de las poblaciones. Los parentescos religiosos y las afinidades culturales no abrían las puertas a una percepción clara de la diversidad y dificultaban en cierto modo la intuición de que la lengua era uno de los rasgos de la identidad ajena. En cambio, cuando encuentra a los mongoles, «su percepción lingüística se agudiza» (Carreras y Pinto 1996: 144) y los distintos pueblos se describen según su lengua y tipo de escritura, la religión que practicaban, sus costumbres. Plan Carpino destaca en algunos pasajes, no sin asombro, la presencia de intérpretes en tierras tan lejanas y destaca la importancia de la traducción:

Kadac nos preguntó entonces si en la corte del Papa había personas que entendiesen la lengua rusa, arábiga o tártara. Le replicamos que no teníamos intérpretes ni de ruso, ni de arábigo, ni de tártaro, y que, aunque había sarracenos en Occidente, vivían lejos del señor Papa; añadimos, sin embargo, que nos parecía conveniente que su respuesta la escribiesen en tártaro y nos hiciesen una traducción, pues nosotros la pondríamos fielmente en nuestra lengua y así llevaríamos tanto la carta como su versión al señor Papa. (Gil, 1993: 243)

El franciscano Guillermo de Rubruc viajó a Mongolia entre 1252 y 1255 y debió de preparar su viaje detenidamente. Leyó cuanta información llegó a sus manos sobre aquellos pueblos y conversó con algunos viajeros que habían llegado hasta Tartaria y, según Juan Gil, hubo de tener largas pláticas con Andrés de Longjumeau para conocer su itinerario, así como con mercaderes genoveses. El resultado de su viaje por las estepas mongolas, de su estancia en la corte de Mangu y de la cantidad de personajes que conoció en su extenso periplo se refleja en su relato de viajes. Me interesa destacar el fino oído y la inteligencia del franciscano, que señaló y diferenció algunas lenguas de aquel gigantesco imperio que tuvo ocasión de escuchar, y esta era una información de interés para la misión evangélica, pero también para futuros contactos políticos y, desde luego, para el conocimiento del mundo.

Rubruc se fijó en las diversas religiones y distinguió las diferentes razas y costumbres que llegó a conocer. Me detengo solamente en su interés por las lenguas. El descubrimiento de una manera de escribir tan diferente a la occidental debió de dejarle perplejo:

Los tártaros han tomado de ellos el alfabeto. Empiezan a escribir por arriba y continúan la línea hacia abajo, y leen de la misma manera; las líneas las prosiguen de izquierda a derecha. Hacen mucho uso de papeles y letras como conjuros, así que sus templos están llenos de letreritos colgados. Mangu Kan os envía una carta en lengua y alfabeto moal. (Gil, 1993: 348)

La moneda común de Cataya, dice en otro pasaje, es una hoja de algodón de un palmo de largo y de ancho, sobre la que se imprimen unas líneas, y destaca que:

escriben con el pincel con el que pintan los pintores y comprenden en una figura las diversas letras que componen una palabra. Los tebet escriben como nosotros y tienen caracteres muy parecidos a los nuestros. Los tangut escriben de derecha a izquierda, como los árabes, pero continúan las líneas subiendo hacia arriba: los iugures, tal y como antes se ha dicho, lo hacen de arriba abajo. (Gil, 1993: 385)

Tuvo que costar un gran esfuerzo intelectual entender las características de la escritura china (que, tal y como se describe, no es fonética). Para Pinto y Carreras esta clase de escritura era el «límite infranqueable de la cultura lingüística de un europeo del siglo XIII» y es justamente la percepción de una mentalidad lingüística tan radicalmente distinta «la que agudiza la sensibilidad de estos viajeros hacia el lenguaje en general» (1996: 146).

A los viajeros les llamó la atención que en países tan lejanos, hubiese intérpretes conocedores de tantas lenguas y capaces de traducir entre ellas:

Entonces le presenté vuestra carta con traducción de la misma al arábigo y siríaco, pues en Acre la había hecho trasladar a una y otra lengua y alfabeto. Allí había sacerdotes armenios que sabían turco y arábigo y también estaba el compañero de David, que sabía siríaco, turco y arábigo. (Gil, 1993: 321)

A pesar de las diferencias en la escritura, en estos países encontró europeos que habían aprendido aquellas lenguas:

El maestro Guillermo nos condujo lleno de gozo a cenar con él a su morada. Está casado con la hija de un lorenés; ella es natural de Hungría y sabe bien el francés y el comano. Encontramos también allí a otro hombre llamado Basilio, hijo de un inglés, que había nacido en Hungría y sabía esas mismas lenguas. (Gil, 1993: 395)

Sabemos que a su regreso Guillermo de Rubruc se encontró en París con Roger Bacon, que enseñaba en aquellos años en la Sorbona y que le dio una copia de su relato. Bacon siempre se sintió atraído por los mongoles y sabemos que conocía otros textos de viajeros. Aparte de sus intereses de orden religioso, le llamaron la atención las distancias quilométricas y el tamaño de países y desiertos que se desprendían del relato, pues cambiaban su idea de las dimensiones del mundo. Y es seguro que le sorprendería la variedad de lenguas y alfabetos que había recogido fray Guillermo.

A los viajeros les preocupaba la competencia lingüística del intérprete, que era incapaz de trasladar a los religiosos mongoles el símbolo de la fe, cuestión esta central y que también interesó a otros grandes viajeros e intelectuales como Ramon Llull. Llull propuso que se destinara un lugar en el que pudieran reunirse hombres doctos que estudiaran diversos idiomas para que fueran capaces luego de predicar el evangelio y las verdades de fe. 2No solo había que conocer bien la doctrina sino la lengua de los receptores para poder debatir y argumentar. Téngase en cuenta que estamos en escenarios orales de comunicación, de ahí el enorme interés de los estudios de oralidad y lo mucho que nos están aportando para entender estos encuentros que menciono.

A los viajeros les sorprendía e interesaba la variedad de lenguas y acentos que escuchaban, así como la peculiaridad de las escrituras, tan distintas a las de sus países de su origen, y en más de un lugar expresan la relación entre lengua, nación y costumbres. El nombre de Cristo, de cristiandad, parece que lo vinculaban con el de nación. Así lo explicaba Guillermo de Rubruc:

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