El domingo transcurrió con fuertes incertidumbres y mucha vigilancia por parte de los partidos del Frente Popular, ya que los jefes militares de los cuarteles no daban señales de adhesión al Gobierno. Se extendió la consigna de acudir por la noche al Gobierno Civil y se congregó en la plaza, dando al río Turia, una multitud exaltada de trabajadores, obreros y campesinos solicitando armas y no faltaron expresiones de que se estaba traicionando a la República e insultando con gritos al propio gobernador civil Braulio solsona. La muchedumbre a medida que se iba incrementando en número se iba enfureciendo y se presumía un asalto al edificio, que muy poco hubiese podido evitar el piquete de Guardias de Asalto que protegía la entrada, pero que ante la proximidad del gentío se mantenía en actitud pasiva, sin deseos de intervenir. De pronto se abrieron las puertas del balcón central, saliendo varias personas. Entre ellas reconocí al capitán Uribarri que, extendiendo sus largos brazos, solicitó silencio, que se produjo en fracción de segundos, ansiosa la multitud de escucharle. Habló dando la seguridad de que el capitán general de la Plaza, Martínez Monje, le había prometido mantenerse al lado de la legalidad republicana y que estaba redactando un mensaje radiofónico dando cuenta de esta decisión y además efectuaría una inspección a los cuarteles. Uribarri manifestó que no obstante le había comunicado al general que influyese para que ningún cuartel de la guarnición se atreviese a sublevarse, ya que en las proximidades de los mismos se habían situado minas, siendo inútil y suicida cualquier intento –este extremo no se confirmó nunca y seguramente fue improvisación del propio Uribarri–. Habló de la lealtad de los Guardias de Asalto y Guardias Civiles, que se mantenían vigilantes haciendo servicios en los edificios estratégicos de la ciudad. También comunicó que acababan de hablar con Madrid para que autorizasen armar a los miembros de los partidos políticos y sindicales y que sobre ello hablaría seguidamente el señor solsona. Estas últimas palabras fueron ovacionadas estrepitosamente.
El gobernador se expresó con palabras similares y ante la ingente cantidad de ciudadanos hizo una exaltación del arraigo republicano de la región valenciana. Manifestó que el lunes llegaría como delegado del gobierno central el señor Martínez Barrio y que se celebraría una reunión para decidir la entrega de armas.
El día 20 una muchedumbre incontrolada incendió y saqueó algunas iglesias y el Palacio arzobispal. No eran extrañas estas reacciones populares, que venían arrastradas desde la época de la Monarquía, cuando cualquier contingencia de tipo social provocaba en las personas más humildes una psicosis colectiva de repulsa y ciertos sectores más radicalizados, aunque minoritarios, se aprovechaban para cometer estos actos censurables. En parte era debido a que la iglesia estaba aliada con los poderes políticos reaccionarios, con la aristocracia y la burguesía, y lo peor, se valían de los púlpitos para presionar sobre los feligreses normas de conducta ante cualquier acontecer, huelgas, elecciones, etc. Se sobreentiende que a su provecho. Recuérdese la decisiva aportación de la propaganda en las iglesias ante las elecciones de diciembre de 1933, con el triunfo del bloque Radical-Cedista. Cierto es que estas iras no justificaban actos tan violentos, no compartidos por amplios sectores republicanos, socialistas y de otras procedencias políticas y sindicales. Lo que en suma demostraba la falta de preparación política de un buen sector de la clase obrera.
Durante algunos días los cuarteles y la misma Capitanía General seguían fuertemente vigilados a distancia por grupos de milicianos armados, fuerzas del orden público, o sea, Guardia Civil y Guardias de Asalto, y se hacía evidente que la guarnición estaba muy pendiente de lo que estaba sucediendo en otras ciudades españolas. Sin embargo, ya se conocía que en Madrid y Barcelona los intentos subversivos habían sido sofocados y todos los pueblos de la provincia de Valencia estaban bajo el control de las autoridades republicanas.
El 29 de julio un hecho insólito, realizado por el sargento Fabra, dio un impulso de esperanza y seguramente fue el incentivo para el asalto a los cuarteles. Este sargento junto con un pequeño grupo de soldados detuvo a la totalidad de jefes y oficiales del Cuartel de Zapadores de Paterna, del que dependía un buen arsenal y polvorín militar.
En este intermedio dedicaba mi tiempo, por las mañanas, a actividades de la FUE, donde los dirigentes y militantes destacados de la organización, a la vista de los acontecimientos que se prolongaban más de lo esperado, creamos piquetes de vigilancia en la Universidad y otros centros Universitarios.
Precisamente el compañero Luis Galán, en su extraordinaria obra narrativa Después de todo. Recuerdos de un periodista de la Pirenaica 3 3 Luis Galán, Después de todo. Recuerdos de un periodista de la Pirenaica, Barcelona, Anthropos, 1988. 4 Golpe de Estado fracasado contra la Segunda República, tras el intento de parte del ejército el 10 de agosto de 1932, con el liderazgo, desde Sevilla, del general Sanjurjo. 5 Catástrofe militar del ejército español en julio de 1921.
detalla fielmente con su pluma nuestra actividad en este momento. Escribe:
Ante el peligro de que la Universidad fuese objeto de una incautación libertaria, los directivos de la FUE decidimos a petición del rector, doctor Puche, que un destacamento armado nuestro asegurara la protección del recinto universitario, y allá fuimos Ricardo Muñoz, Enrique y Rafael Talón, Vicente y Tulio Marco Orts, Ferraz, Marín y otros compañeros. En el mástil de la puerta principal izamos, bien visible, la bandera de la República, y a su lado la de la FUE. Los periódicos de Valencia dieron la noticia de que la FUE defendía la Universidad contra posibles gestos incontrolados. El asalto no llegó a producirse. En cuanto el claustro estimó que había pasado el peligro, nuestro destacamento se retiró de la Universidad, que contó desde entonces con la vigilancia usual para los centros oficiales.
También, en el local de la FUE se atendía a los afiliados con servicios informativos y expedición de avales autorizados, por si en la vía pública pudiesen pedirles documentación. Las tardes las dedicaba a la recién creada JSU.
Todos los partidos políticos y sindicales formaban grupos de vigilancia por las calles de la ciudad. Estas patrullas no tenían peligro durante el día, pero en los servicios nocturnos había que extremar las precauciones, debido a que, amparados por la nocturnidad, individuos partidarios del golpe militar «paqueaban» disparando sobre estos piquetes desde las ventanas y azoteas. Esto era motivo de indignación entre los ciudadanos que vivían en las casas colindantes y fue la excelente colaboración de estas personas lo que permitió que estos «pacos» fuesen desapareciendo poco a poco. Los que eran aprehendidos sufrieron los castigos consiguientes.
En la madrugada del 1 al 2 de agosto se procedió al asalto del Cuartel de Caballería número 7, situado en la Alameda, junto al río Turia y ello originó una fuerte refriega que duró hasta el mediodía, aunque por fin se rindieron. Las fuerzas atacantes estaban compuestas por milicianos armados, junto a guardias de asalto y guardias civiles. Yo, desde las primeras horas de la mañana, estaba de observación, amparado por el pretil del río. Al conocer el final de la batalla me uní a la multitud que se agregó a los atacantes y tuve la primera impresión emocional de la guerra que se avecinaba, al ver en el césped de la Alameda, extendido bajo la sombra de un árbol frente al cuartel, a un teniente muerto con un tiro en la cabeza.
Desafortunadamente este movimiento militar, que se inició el mismo 18 de julio, se había extendido en el transcurso de los días a otras ciudades, venciendo en unas, con fracasos en otras, aseverando que no se trataba de un hecho aislado sino la resultante de un golpe militar organizado desde hacía tiempo y con cabezas dirigentes como los generales sanjurjo, Mola y Franco.
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