El racionalismo arquitectónico internacional recogía aquella máxima “form follows function”, pronunciada por el arquitecto, heredero de la Escuela de Chicago, Louis Sullivan. Implícita llevaba asumida toda una reflexión en torno a la desornamentación de la arquitectura. Ésta se desviste de toda máscara decorativa y la belleza estriba, a ojos del arquitecto, en la sinceridad de las formas, de las estructuras de volúmenes geométricos, y de los materiales. Todo ello, lo plasma y lo recoge Moreno Barberá en sus emblemáticos edificios para la Universitat de València: predilección por las formas geométricas simples, basadas en el imperativo de las formas ortogonales; concepción dinámica del espacio arquitectónico; uso de materiales como el acero, el vidrio y el hormigón, y una calculada aplicación del color y los detalles constructivos como único elemento de decoración. Miremos el edificio de la actual Facultat de Geografia i Història, cuya volumétrica estructura señorea sobre la avenida de Blasco Ibáñez. El testigo viandante observa dos estructuras con volúmenes muy diferenciados, uno vertical en el que el despiece estereotómico de la piedra de arenisca marca la superficie del edificio destinado a cobijar las aulas. La huella de la tracería geométrica, cuadrangular, diseña la fachada y recorre el interior del edificio. La arquitectura habla, el pensamiento racional evoca la perfección de las formas que han de cobijar el saber, el conocimiento humanístico. El segundo edificio, horizontal, se levanta a golpe de vidrio y acero, con inserción de paneles azulados, una estructura fabril para el diseño del lugar que había de cobijar los despachos de los profesores, verdaderos constructores del saber universitario. Enlazando estas dos estructuras, se alza un cuerpo intermedio en el que cobra protagonismo el vestíbulo y el salón de actos, más tarde dedicado a Joan Fuster. A ellos, vestíbulo y salón, se accede a través de una marquesina de hormigón volada sobre dos pilares troncopiramidales invertidos, todo un alarde constructivo y técnico. Este preámbulo universitario se metamorfosea en una gran quilla de barco, en una cuña que se adentra en el espacio urbano, que hiriente llama la atención y acoge a la ciudad mostrándole la importancia de lo que el edificio a través de su estructura desea dialogar. El concepto de universitas (comunidad de estudiantes y profesores) se enlaza y se estrecha a través de la arquitectura de Moreno Barberá: la forma sigue a la función.
Así, las facultades de derecho, agrónomos y filosofía y letras supondrán la incorporación de una arquitectura moderna, sin complejos, al panorama arquitectónico de la ciudad, abandonando las primeras arquitecturas universitarias, de acento eclecticista y art déco, de las facultades de ciencias y medicina. Una calidad sólo superada por el contexto urbanístico en el que se asientan. La historia, nos ayuda a comprender y a valorar los fenómenos urbanos del pasado y estudiarlos en su complejidad, incluso en su polémica dimensión. Hoy abrir la avenida Blasco Ibáñez hasta el mar, primando la funcionalidad de circulación y conexión urbana por encima del valor patrimonial, arquitectónico y emblemático del Cabañal nos parece una locura y una sinrazón, no deseable. El estudio de los procesos y ampliaciones urbanísticas, en el contexto de cada época nos ayuda a comprender el papel y la fragilidad de la implantación de algunos equipamientos urbanos3. Desde una perspectiva histórica la noción de patrimonio cultural, su significado y valor, se nos desvela como una herramienta eficaz en el proceso de comprensión de lo heredado y de lo perdido, pues permite apreciar de qué manera se han ido manteniendo, destruyendo o mutando los valores culturales, en base a criterios sociales, políticos y económicos, asociados a un bien histórico, artístico o cultural.
El movimiento y desplazamiento de las facultades a la otra ribera del río Turia, pudo verse en un momento determinado como una medida descentralizadora, complaciente con la represión estudiantil. No obstante, no hemos de caer en cierto reduccionismo histórico. Es cierto que, a pesar de su modernidad arquitectónica, las facultades de derecho y filosofía y letras se enlazaban a través de su capilla, un espacio de gran valor arquitectónico hoy perdido, quizá por lo que simbólicamente representaba y tenía de presencia aleccionadora, de moral católica en este contexto de cambio. Pero también se perdieron otros conceptos que desde la mirada modernizadora se entendían necesarios en un espacio universitario renovado: hablamos del gimnasio, de la cafetería decorada con paneles de monumentos de la ciudad o los jardines interiores que a través de los grandes ventanales de las fachadas actuaban como elementos más propios de una arquitectura organicista. Y, abrazando todo ello, la luz. La luz tamizada que a través de sus fachadas recubiertas por celdas de hormigón geométricas, cúbicas, lamas y celosías tamizaba la luz exterior, creando un fenómeno atmosférico de recogimiento en pasillos y aulas que en algo recuerdan los ingenios, los edificios y las arquitecturas soñadas y recreadas de Piranesi, pero sobre todo de Boullée. La luz conforma su nuevo templo a la sabiduría en recuerdo de Isaac Newton, pero también los espacios diseñados para un nuevo hombre, dejado atrás el Ancien Regimen, en su Metrópolis en tiempo de tinieblas. Parece evidente que el conocimiento de los utópicos y su relación con Moreno Barberá nos produce extrañamiento, pero en la medida que comprendemos el papel bisagra que en ello tuvieron los planteamientos racionales, utópicos y lumínicos de Le Corbusier 4 o Mies van der Rohe, algo más se pone en valor.
Entre 1959 y 1975 en la universidad española experimentó un vertiginoso proceso de cambio, que fue clave para la recuperación de la democracia del país. Como ha reseñado Marc Baldó, se trata de un proceso que tuvo dos ejes convergentes: la movilización y rebeldía de los estudiantes y de los profesores más jóvenes, y la construcción de una vida cultural más libre, crítica, moderna y democrática. Para ello y quizá por ello, la universidad se vio obligada a crecer. Los ensanches del XIX (1858 y 1884) no se habían planteado la posibilidad de ir más allá del río. El Turia, en palabras de Roselló 5 , era una barrera psicológica difícil de superar. Pero aun así tenemos un precoz proyecto, el del arquitecto Manuel Sorní (1865), quien junto a Juan Mercader diseñase la apertura de la calle de la Paz en 1869, con su idea de proyecto de tranvía y viviendas flanqueando el camino al mar, un proyecto visionario que se adelantaba al concepto de la madrileña ciudad lineal de Arturo Soria. El salto se produce en 1910, por tanto muy antes del intento de desarticulación de los movimientos estudiantiles por el franquismo, cuando ya se había diseñado parte del paseo de Valencia al mar y germinaban las primeras facultades de ciencias y medicina. No obstante, el impulso definitivo tras proyectos abandonados, otros paralizados, etc., vendría a raíz de la riada de 1957 y formó parte de los ambiciosos proyectos urbanos de la dictadura franquista.
Para entender bien este proceso la gráfica del crecimiento de la población universitaria desde la primera década del siglo XX explica con contundencia las nuevas exigencias de la institución universitaria y la necesidad de nuevos edificios. En 1900 todo el alumnado sumaba 1.333 hombres, y ni una sola mujer. En las antesalas de la República, en 1927 ya hay 75 mujeres entre los 1.879 matriculados. Pero el gran incremento se produce en la década de 1960-70: 11.370 estudiantes (2.720 mujeres) en 1969, y 15.317 (4.561) en 1973. Así, en 1970 cuando se inaugura la nueva facultad de filosofía y letras, proyectada en su inicio (1959) para 500 estudiantes, había de cobijar a 3.200 estudiantes. Pero lo más significativo no era tanto, que también, el número como la calidad de los estudiantes. Baldó llama a aquella generación la de los estudiantes con inquietudes , consumados lectores y con una comprometida preocupación por la sociedad que les rodeaba. Es el momento de la creación de las revistas como Diàleg (1961), Claustro , órgano del SEU, etc.
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