Mª Ángeles Durán Heras - La riqueza invisible del cuidado

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Esta obra constituye un hito histórico en la visión académica y científica del trabajo del cuidado. En su dilatada trayectoria académica, M. Ángeles Durán, doctora honoris causa por la Universitat de València, se ha preocupado por la inserción del trabajo no remunerado en el análisis de la estructura social y por los vínculos entre las relaciones de poder y los procesos de producción de conocimiento científico. El cuidado se presenta, así, como una formidable fuente de recursos invisibles no incorporados al análisis económico micro ni macro, que también debe verse como un coste para los hogares y para las personas sobre quienes recae, mayoritariamente mujeres. Más allá de su dimensión científica, la autora plantea el reconocimiento social del cuidado, un trabajo no remunerado que no se distribuye por libre acuerdo, por un pacto social e intergeneracional explícito, sino que es el resultado de fuerzas coercitivas históricas que lo han asignado a las mujeres.

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Estas cuatro décadas que van desde la tesis doctoral hasta hoy han sido muy fructíferas para la ciencia social. María Ángeles Durán ha sabido combinar el esfuerzo individual y la creación de redes. De hecho, ha logrado concitar en torno suyo una comunidad invisible que, con el sorprendente poder de los lazos débiles, ha modificado y está modificando el lugar de las mujeres en la Universidad y en la sociedad; que está contribuyendo, mediante la innovación social, a conciliar los mundos escindidos de la razón y del sentimiento, y a reinventar las relaciones entre el núcleo de los afectos, de la vida política y de la vida propiamente productiva. Jugando con algunos de sus títulos, podríamos decir que desde los escenarios que se hallan puertas adentro nos ha conducido a la ciudad compartida; y que al llamar la atención sobre los costes invisibles de la enfermedad nos ha ayudado a comprender la relevancia de la economía del cuidado y el valor social del tiempo que no tiene precio.

Por todo ello, estimada María Ángeles Durán, permítenos suspender esta mañana por unas horas ese sentido de urgencia y celebrar, con este ceremonial académico, tu contribución científica y cívica a la mejora de nuestra sociedad. La actividad no monetizada del ritual universitario expresa el alto valor social que tienen para nosotros tu obra y tu persona.

MÁS ALLÁ DEL DINERO LA ECONOMÍA DEL CUIDADO Excelentísimo y Magnífico Señor - фото 6

MÁS ALLÁ DEL DINERO: LA ECONOMÍA DEL CUIDADO

Excelentísimo y Magnífico Señor Rector de la Universitat de València,

Autoridades,

Distinguidos profesores,

Estudiantes,

Señores y señoras,

AGRADECIMIENTOS

Es de justicia que inicie mis palabras con un sincero agradecimiento hacia quienes han intervenido, de un modo u otro, en esta propuesta de concesión del Doctorado Honoris Causa por la Universitat de València. Agradezco a quienes propusieron mi nombre, a quienes dieron su apoyo a la propuesta, a quienes la sostuvieron en el largo recorrido institucional y a quienes han cuidado de que todo estuviera a punto para esta ceremonia. También agradezco y saludo a quienes hoy nos acompañan en este acto solemne y festivo, así como a quienes se han sumado a él enviando mensajes aunque no hayan podido acompañarnos personalmente.

Me agrada especialmente que semejante honor provenga de Valencia y de su universidad, por los lazos que me unen con una y otra. Nacida en Madrid, mi primer contacto con Valencia fue a los 9 años, como un regalo de mis padres por haber aprobado en circunstancias un tanto especiales el ingreso en el Bachillerato. Aquí vi el mar por primera vez y todavía recuerdo el impacto que me hicieron los puestos de flores en la plaza y la luz del aire. En mi inocencia –y bastante despiste geográfico– creí que los caracolillos que había encontrado en la arena, todavía a muchos kilómetros de la costa, los arrastraba hasta allí la marea.

No volví a tener especial contacto con Valencia durante los años de infancia, salvo por las magníficas naranjas emisarias que mi abuelo recibía por su cumpleaños y en Navidad de un cliente valenciano al que surtía de cajas de embalaje. Fue en la Universidad Complutense, en mis primeros años de estudiante, cuando Valencia se convirtió en parte de mi vida; no por motivos intelectuales, sino porque me oí llamar dona , chiqueta y otras palabras más dulces, con esa variación melodiosa, de eles abiertas y vocales intermedias que introducen en el castellano los socarraets . Fue un principio que aún no ha tenido fin y mis tres hijos y dos nietos portan un sonoro apellido valenciano.

No es de extrañar que cuando a finales de los años sesenta, ya licenciada, diseñé una encuesta para conocer las actitudes de los jóvenes universitarios, la Universidad de Valencia fuese una de las seleccionadas para realizar el trabajo de campo. Conté entonces con el apoyo del catedrático de sociología de esta universidad el profesor José Jiménez Blanco. Desde ese momento y hasta hoy mis contactos con esta universidad y la comunidad a la que pertenece han permanecido vivos: he sido miembro de tribunales de tesis, conferenciante, organizadora de cursos de verano y profesora del programa de doctorado a través de la Fundación Cañada Blanch. Con el Departamento de Sociología siempre he tenido una relación estrecha y fue uno de los primeros en prestarme su apoyo cuando concurrí a la Presidencia de la Federación Española de Sociología.

Con especial emoción recuerdo dos acontecimientos que marcaron mi vida posterior como persona, como docente y como investigadora. El primero fue a comienzos de la década de los ochenta, un acto organizado por el Movimiento Asociativo de Mujeres, cuando los movimientos sociales buscaban en la Universidad argumentos que dieran contenido conceptual a sus prácticas cotidianas. Titulé mi conferencia «Ciencia para la vida, ciencia para la libertad» y he vuelto sobre esas ideas básicas muchas veces a lo largo de mi carrera profesional. El segundo fue durante el verano de 1995. Estaba previsto que dirigiese un curso en Gandía, la sede estival de esta universidad, y en agosto me detectaron un cáncer de mama. En un primer momento hubiera desistido del empeño, pero el apoyo sin fisuras de la directora de la universidad de verano, de los colegas que participaban como profesores en él y de la profesora Pilar Folguera, de la Universidad Autónoma de Madrid, que se inscribió en el curso sin otro motivo real que acompañarme durante esos días, hizo posible que resistiese el embate de las primeras sesiones de quimioterapia. En aquel duelo entre el deseo de rendirse y el de mantener los proyectos, esos apoyos fueron decisivos y me enseñaron que la solidaridad de los demás hace posible vencer batallas que uno solo no puede.

Como ven, son muchas las entidades y las personas a quienes hoy he de agradecer, y no hace falta que cite expresamente los nombres de todos ellos porque estoy segura de que se reconocen en mis palabras. Quizá no sea una práctica habitual, pero si me lo permiten, quiero dedicar este breve discurso de investidura a un colectivo con quien no solo yo sino todos ustedes tenemos una deuda impagable. Me refiero a quienes cuidan en sus hogares a enfermos y familiares dependientes y lo hacen sin recibir remuneración alguna. A ellos les debo el mayor estímulo para mi propio trabajo intelectual y, por mucho que les dedique actos como este, nunca corresponderé suficiente a lo que ellos han hecho por mí.

EL ESTÍMULO DE LA EXPERIENCIA COTIDIANA

En enero de 1975, cuando acababa de volver del hospital de dar a luz a mi segundo hijo y a causa de una diarrea del recién nacido, en un solo día se acumularon en casa siete lavados de ropa. En la Facultad de Económicas, de la que era profesora, sucesos como este parecían carecer completamente de interés. Eran invisibles, oscurecidos por temas que mis colegas creían de mayor importancia, tales como la extracción de carbón, la importación de petróleo o el precio del trigo. Sin embargo, siete lavadoras de ropa en un solo día son un acontecimiento que deja marcado un calendario e incita a la reflexión. A mí me obligó a preguntarme quién y con qué criterios decide la relevancia de los temas. ¿Desde qué experiencias personales se han formado los marcos teóricos que utilizamos para explicar nuestra existencia? Ese día inicié una tranquila rebelión intelectual y decidí que la observación de la vida cotidiana tiene tanta o más importancia para la investigación en ciencias sociales que la reflexión abstracta. Comencé a llevar un diario en el que anotaba las experiencias domésticas y los continuos trasvases entre trabajo remunerado y no remunerado. Esa práctica me marcó y creo que me ha dado energía para ahondar en la búsqueda de las realidades que se hallan más allá de los espejos que habitualmente nos ofrece la academia para reconocernos. Por eso, desde entonces he tratado de compatibilizar diversas líneas de investigación en las que se complementan perspectivas canónicas y aproximaciones críticas. Como botón de muestra, compartiré con ustedes algunas reflexiones sobre el concepto de trabajo y sobre la economía del cuidado.

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