Han desarrollado una ética personal que les da seguridad . Tienen claro con qué tipo de pacientes o de problemáticas no pueden trabajar y, por lo tanto, la mayoría de las derivaciones que hacen resultan exitosas. Saben de la importancia del autocuidado, de la terapia personal (suelen haber hecho ya varias experiencias), así como de las supervisiones.
Tienen noción de sus propios límites y del de los pacientes y suelen ser más escépticos respecto de las posibilidades de cambio. Muchas veces en esta etapa se hace evidente el burnout . Para aquellos que les gusta la docencia, puede ser una muy buena manera de disminuir la carga clínica y comenzar a entregar conocimiento y experiencia.
3.4 ETAPA DEL RETIRO
Como las anteriores, depende mucho de los contextos en los que se hayan ubicado los terapeutas.
Un tipo de retiro es el que proviene de una jubilación/retiro programado dentro de las instituciones : hay normas que establecen hasta cuándo se le permite a un profesional desempeñar su profesión. Dentro de esta normativa hay organizaciones más estrictas que otras y, considerando la extensión del promedio de vida, esto permite que se habiliten instancias en las que psicólogos que ya llegaron a su edad jubilatoria continúen aportando como supervisores, docentes, o jefes de equipos, aprovechando su experiencia.
El otro tipo de retiro es el que involucra a los profesionales que trabajan en forma independiente . En este caso son ellos los que tienen en sus manos la decisión de cómo y cuándo quieren dejar de atender pacientes. Es un momento vital complejo, ya que en los obliga a aceptar profundamente la finitud, los límites y la propia muerte. Muchas emociones no son agradables y es por eso que hay quienes retardan una decisión consciente hasta que el vacío progresivo de la consulta o los síntomas de declinación se les hacen evidentes. Por el otro lado, y para la gran mayoría, implica el enfrentar nuevas circunstancias económicas. Algunos pueden haber previsto este momento y contar con ahorros o bienes personales que les den tranquilidad, pero para quienes no están en esta situación dejar de atender pacientes o de supervisar representa una amenaza de empobrecimiento y de dependencia de otros.Y, muchas veces, esta realidad los lleva a extender por más tiempo del que quisieran su actividad profesional.
La etapa del retiro, en la gran mayoría de los casos, comienza a anunciarse con sentimientos de agotamiento en la consulta, de hastío, de aburrimiento. Estos son síntomas muy característicos del burnout , pero que en esta etapa tienen más que ver con una pérdida del entusiasmo inicial por la profesión, de la curiosidad y de la esperanza de ayudar a otros. A veces empiezan a aparecer olvidos significativos (como el nombre de pacientes, confusiones de horarios u olvidos de datos importantes de la historia de los pacientes) y comienza a generarse el terror a estar afectado por una enfermedad neurológica.
Los pares confiables se convierten en esta etapa en apoyos indudables, ya que el poder compartir las vivencias da claridad y quita el peso de la culpa y de la sensación de soledad.
Si el retiro es vivido como algo que “llegó ”, sin que uno lo haya previsto ni organizado, es más probable que desencadene depresiones o enfermedades psicosomáticas. No olvidemos que la tarea clínica permite sentirse importante, útil y trascendente para otros, y si eso deja de estar, la crisis de sentido existencial llega de una forma parecida a cuando los hijos ya crecieron y partieron a recorrer sus caminos propios.
Por todo esto considero que hay que prepararse para esta etapa:
•anticipando el momento de su llegada;
•tomando decisiones que disminuyan temores;
•programando actividades, deseos postergados e intereses por fuera de la órbita profesional;
•contando con grupos de pares y/o amigos con los cuales compartir las vivencias;
•desarrollando actividades físicas;
•cultivando la espiritualidad, los intereses artísticos, musicales, etc.;
•enfrentando los miedos al tiempo libre;
•pudiendo diferenciar el dejar de trabajar profesionalmente del dejar de existir como persona.
3.5 FORMACIÓN Y DESARROLLO DE CARRERA
Un tema difícil y poco debatido en estas latitudes es el que vincula el comienzo del ejercicio terapéutico con la edad. Hay quienes consideran que difícilmente una persona menor a 30 años pueda ejercer una profesión como esta, y el argumento principal para tal afirmación es la poca experiencia de vida del psicoterapeuta.
Pero si en vez de focalizar en los pacientes lo hacemos en los terapeutas y nos preguntamos “¿qué puede ser lo mejor para alguien que recién egresó de la carrera de Psicología?” posiblemente lleguemos a respuestas parecidas pero sostenidas desde otro lugar. Postergar el zambullirse en ser psicoterapeuta puede tener como ventajas el darse más tiempo para conocerse y conocer otras opciones de ejercicio profesional para ese momento de la vida o destinar más tiempo a seguir aprendiendo.
Por ejemplo, los trabajos en prevención, en colegios, con padres, o en centros comunitarios suelen exigir otro tipo de habilidades que las terapéuticas y, por lo tanto, pueden hacer sentir a los novicios menos exigidos y presionados.
No se trata de que lo vayan a hacer mal con los pacientes, sino que se pueden hacer mal a sí mismos al lanzarse a un ruedo complicado sin estar preparados.
A modo de ejemplo, y en el contexto norteamericano, Orlinsky y Rønnestad (2005: 103) definieron niveles de carrera teniendo en cuenta promedios de años en práctica y edades promedio:
|
Estudio de cohortes de carrera |
|
|
Años de práctica |
Edad del terapeuta |
Novicio |
0,7 |
32,9 |
Aprendiz |
2,4 |
34,7 |
Graduado |
5 |
37,2 |
Establecido |
10,4 |
42,6 |
Maduro |
18,7 |
49,1 |
Senior |
31,3 |
60,8 |
No deja de sorprender el observar la diferencia de edades en el ejercicio profesional. En esta tabla, que recoge una muestra en EE.UU., el promedio de edad de inicio de la práctica como terapeuta es a los 32 años. Este dato nos refleja las diferencias de períodos de formación, las exigencias que deben atravesarse para tener autorización para el ejercicio psicoterapéutico y también la etapa de la vida personal en que se considera deben estar los terapeutas para ejercitar exitosamente sus funciones.
Se puede estar o no de acuerdo, pero indudablemente nos invita a pensar en las razones que llevan a semejante contraste con nuestro países latinos, ya que nos encontramos con psicólogos trabajando en clínica a los 22 años.Y 10 años en la vida hacen mucha diferencia.
Dichos autores, dentro de la investigación empírica actual, estudiaron en diversas publicaciones cómo es el proceso de desarrollo de los terapeutas . Eso implicó desde definir qué quiere decir para cada psicoterapeuta el término “desarrollo”, pasando por el qué medir y cómo, definir categorías, etc.
Haciendo una brevísima síntesis de lo que ellos describen ( cf. Orlinsky y Rønnestad, 2005), hay cuatro metodologías que han intentado estudiar el desarrollo de carrera en psicoterapeutas, cada una con sus pros y contras. El approach más generalizado es el de un análisis longitudinal, el cual consiste en que los terapeutas reflexionen sobre cómo, cuánto y en qué direcciones han desarrollado sus carreras desde el comienzo hasta la actualidad. Esto implica medir secuencialmente a una persona o grupo de personas; pero al necesitar los datos de una carrera de tres o cuatro décadas, este enfoque no es apropiado para cuando se tiene un propósito de abarcar el lapso completo de una carrera terapéutica.
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