Me inclino a pensar que en esta etapa (y desde la formación de pregrado), más que espacios individuales prolongados, pueden ser muy útiles los grupos de pares que capaciten a los futuros profesionales en el registro de su propia emocionalidad y en el cómo incluirla en el trabajo terapéutico.
Al decir de Aponte (1985: 10):
El entrenamiento de un terapeuta debe capacitarlo para volverse sensible a la percepción de sus propias señales emocionales y conductuales, que lo alertan acerca de si está manejando o no satisfactoriamente los aspectos personales de su relación con una familia. […] Él puede aprender a utilizar sus reacciones al servicio de sus objetivos terapéuticos.
Por ejemplo: hay personas que son muy concretas, a quienes les gusta resolver los problemas en un corto período de tiempo y que se instalan rápidamente en encontrar soluciones a los problemas. Si esas personas inician una formación en psicoanálisis probablemente no van a sentir satisfacción en su quehacer, van a perder tiempo y dinero, y van a sentirse “a contramano” de sí mismos; mientras que si se formasen en técnicas de terapia breve en sus diversas versiones o en terapia cognitivo-conductual, probablemente se llegasen a sentir coherentes y satisfechos.
Cada teoría y técnica requiere de habilidades y herramientas diferentes por parte del terapeuta, y más allá de que la experiencia les permita desarrollarlas y profundizarlas, lo ideal es partir con motivación y placer, porque si no se topará innecesariamente con sus dificultades o malestares en el aprendizaje desde el inicio.
En esta etapa, las personas en formación necesitan de supervisores muy claros que les puedan enseñar habilidades de una manera bien estructurada y circunscrita. Pero también hace falta que sean supervisores humildes, que empaticen con el que se está iniciando, que no necesiten ser “estrellas” o seguidos al pie de la letra o admirados, porque lo que se fomenta así es la idealización y dependencia extrema de la supervisión, lo cual no ayuda al crecimiento.
Otra característica de esta etapa es el manejo rígido de los diagnósticos y de las teorías . Frente a la angustia que produce el encuentro con personas a quienes se escucha contar sus dificultades y problemas, los terapeutas principiantes suelen aferrarse al psicodiagnóstico como verdad absoluta, y es frecuente que traten que la persona se ajuste a él para sentirse seguros en su quehacer.
Están totalmente pendientes de los pacientes durante la entrevista y, por lo tanto, funcionan muy desconectados de sí mismos y de sus vivencias en la sesión. Están pensando todo el tiempo, por lo que el contacto con los pacientes es muy racional, poco libre y sin inclusión de la propia emocionalidad.
Asimismo, tratan de aplicar tal cual las pautas de una entrevista y se desorientan si los pacientes les empiezan a hablar de otra cosa. Por eso la flexibilidad es una habilidad importantísima a desarrollar, aunque los haga sentir más inseguros no estar con un libreto muy estricto. En esta etapa los supervisores también pueden ayudarlos a que no generalicen, sino que puedan ver que cada persona es distinta aunque padezca de algo similar.
La empatía pueden tenerla en términos generales, pero en este período se imponen las propias experiencias personales y, por lo tanto, los terapeutas recién iniciados se suelen comparar todo el tiempo con sus pacientes : “Esto es lo que me pasa a mí cuando…” o “Eso a mí no me pasó nunca…”.Y a veces suelen no reconocer un problema grave.
En el caso de terapeutas muy jóvenes , les resulta difícil sentirse con autoridad frente a pacientes mayores que ellos: es importante aprender a incluir el tema de forma tal que no sea un obstáculo en la relación. Por ejemplo, se puede decir: “Yo sé que usted tiene mucha más experiencia de vida que yo, pero recibí formación para ser alguien que escucha y que tiene herramientas para ayudarlo”; o bien: “¿Le parece que podrá confiar en que yo lo ayude pese a que soy más joven que usted?”.
Intervenciones de este tipo ayudan a que los terapeutas no tengan que estar evitando el tema de la diferencia de edad (lo cual es obviamente imposible de hacer), sino que lo aborden de entrada para que deje de ser un fantasma en la comunicación: muchos pacientes no se atreven a expresar sus dudas y simplemente no asisten a la segunda entrevista.
Otra característica de esta etapa es la dificultad para visualizar un proceso terapéutico más allá de una sesión en particular . Los terapeutas se suelen quedar muy adheridos a lo que pasó en la sesión anterior o a los resultados de una sesión específica, pero la posibilidad de incluir la perspectiva no está todavía dada.
El grado de sufrimiento que tienen con los padecimientos de los pacientes es muy alto y generalmente los terapeutas en formación “se los llevan a la casa”, se disocian mucho y no sienten nada, o tratan de compensar su inseguridad con arrogancia. No están acostumbrados ni entrenados a registrar sus propias emociones en la interacción y aún menos a verlas como recursos enriquecedores para entender lo que ocurre .
Todas estas características reiteradas en terapeutas noveles tienen que ser muy tenidas en cuenta por sus supervisores; de ahí que, así como no cualquier maestra o profesor son los adecuados para el primer grado de la escuela primaria, no cualquier terapeuta experimentado puede ser supervisor adecuado para esta etapa.
Los “novatos” suelen estar muy interesados en aprender: es una etapa en la que funcionan como esponjas, llenos de preguntas y de dudas, y como no están aún sesgados por un modelo en particular, pueden cambiar más rápido de perspectivas y enfoques.
3.2 ETAPA DE FORMACIÓN AVANZADA
En esta etapa los terapeutas ya cuentan con varios años de ejercicio profesional . Esto los hace tener mayor seguridad, ser más independientes de los “deberes seres” teóricos o técnicos, con mayor desarrollo de sus propios recursos y más flexibles respecto de categorías diagnósticas.
Pueden haber experimentado con más de una técnica o haber hecho postítulos y/o cursos que enriquecieron su formación inicial. Esto muchas veces les permite perfilar con mayor claridad un estilo propio de hacer terapia, junto al hecho de ir eligiendo orientaciones más afines a sí mismos.
Durante este momento del proceso todavía hay mucho foco puesto en los pacientes, y les resulta difícil el registro de su propia emocionalidad por miedo a confundirse. En las supervisiones es importante ayudarlos a ir conectando y diferenciando con la propia historia personal.
Es todavía una etapa de estereotipias y rigideces , donde hay preocupación por conectar siempre lo teórico con la implementación técnica. Resulta difícil aceptar la frustración del no cambio de los pacientes. También les puede resultar difícil fijar objetivos para la psicoterapia como una manera de conducir el proceso, y pueden simplemente “dejarse llevar” por el oleaje que presenta el paciente.
También suele ser un momento vital indicado para comenzar a desarrollar una carrera docente y de supervisión.
Los grupos de supervisión entre pares suelen ser de mucha utilidad en esta etapa.
3.3 ETAPA CON EXPERIENCIA
Es un período donde ya hay una larga historia de procesos terapéuticos realizados: concluidos, fracasados, interrumpidos, en curso. Por lo tanto, los terapeutas ya se relacionan bien con la noción de procesos de adaptación a cada paciente y de flexibilidad.
Se vuelven más creativos en sus interacciones, menos exigidos y menos omnipotentes. Pueden seguir incorporando conocimientos de nuevas técnicas y abandonar sin temor viejas miradas. En general hay muchas menos estereotipias, más definición personal de un estilo, y una adherencia a posiciones teóricas , aceptando que no son las únicas posibles sino las que le hacen sentido a ellos.
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