Las memorias de Brenda Frazer, Troia: Mexican Memoirs (1969), son impactantes y valiosas por mostrar su experiencia como escritora y mujer del poeta Beat Ray Bremser. Juntos viajan a México, donde para subsistir y mantener al marido arrestado y a su bebé, la escritora opta por ejercer la prostitución. La inmersión en la vida clandestina de drogas y prostitución finalmente le hacen perder la custodia de su hija. Más allá de un testimonio de expiación y victimismo, Frazer se enfrenta con valentía a las experiencias dolorosas a través de una narrativa con una poderosa subjetividad individual y percepción de la condición de género. De esta forma, desnuda verdades y toma el control sobre sentimientos encontrados respecto a la maternidad y la creatividad, pero sobre todo en relación con la prostitución como sexualidad deliberada y las consecuencias de sus propias decisiones tomadas por amor. La autora, cuyo nombre es Bonnie Bremser cuando tiene estas experiencias, cambia su nombre posteriormente por el de Brenda Frazer como acto de renacimiento, quizás de la misma forma que reconstruye la percepción de un pasado al escribir su libro.
Minor Characters (1983), de Joyce Johnson, es un texto que refleja la vida de la autora en los cincuenta en Nueva York y sus relaciones con su mejor amiga, la poeta Beat Elise Cowen, con su amante Jack Kerouac (antes y en el momento de su fama) y con personajes del círculo Beat de Allen Ginsberg. Además, J. Johnson recupera presencias y artistas femeninas del entorno Beat hasta entonces casi desconocidas. En este sentido, Minor Characters amplía la naturaleza más personal o intimista que tradicionalmente se asocia al género de las memorias, convirtiéndose en una exploración de la participación de las mujeres en ese contexto histórico y cultural. Con un objetivo claramente feminista, con la característica clarividencia y limpia aserción de la escritura de Johnson, el libro da visibilidad y voz a las presencias femeninas Beat históricamente relegadas a un segundo lugar: mujeres artistas a las que irónicamente denomina “personajes secundarios”, pero que en su libro son centrales, y a las que dedica su narrativa.
Hettie Jones, poeta, escritora, y editora, narra en How I Became Hettie Jones (1990) el camino de reconstrucción de su propio “yo” como escritora Beat en los cincuenta, desde su trabajo como editora en revistas del Village y su matrimonio con el escritor afroamericano Beat LeRoi Jones, hasta su inmersión en la escena Beat de Nueva York como fundadora de la revista experimental Yugen junto a su marido. Las memorias giran en torno a un “llegar a ser” de identidad femenina Beat que madura después de la disolución del matrimonio, en el cual tuvo que superar las dificultades domésticas como madre de dos hijos y como escritora. Dificultades a las que debe enfrentarse sola, ya que deja claro que el mundo artístico masculino al que su marido pertenece, y donde empieza a adquirir reconocimiento como poeta afroamericano Beat, se desentiende de estos conflictos internos y logísticos femeninos una vez las bohemias como Jones se convierten en esposas y madres. La asertividad de la voz narrativa que encontramos ya en las primeras líneas de las memorias de Jones (cuando va a conocer a su futuro marido entrevistándole para su revista) sugiere una perspectiva de seguridad y libertad que no cesa en su desarrollo como mujer y escritora Beat, pero que afloran sólo al final de un camino de maduración y cambio.
Ésta es Hettie Cohen. Estoy sentada en un buró antiguo cuyos compartimentos están hasta arriba de manuscritos y sobres y toda la basura relacionada con la producción de revistas, y no tengo ni idea de que permanecerá conmigo años después de que me convierta en Hettie Jones.
[El editor de Record Changer se ha marchado]—dejándome a mí: Hettie Cohen, una pequeña judía morena de veintidós años de Laurelton, Queens, con un libro de bolsillo en la mano. America , de Kafka. Soy la encargada de las subscripciones y estoy a punto de entrevistar a un candidato para ser encargado de envíos. Es marzo del 57 en Greenwich Village. (Jones 1) 22
La inmediatez del tono narrativo en presente, junto al sentido de retrospectiva indirecto (a través del escritorio como objeto constante y metáfora de escritura), nos hacen entender que el beat femenino o female Beatness nace y se alimenta en los años Beat, pero alcanza contundencia y expresión en gran parte de las ocasiones, y como demuestran las memorias, en un espacio y tiempo posterior a través de percepciones artísticas y personales desestabilizadoras de lo Beat.
La visión poética y la poesía parecen ser los canales expresivos más significativos para la comunicación de la percepción Beat del mundo y el arte. Así lo sugiere Holladay, quien considera que la generación Beat se compone principalmente de poetas, por lo que el estudio de sus obras debe ser desarrollado como parte de una tradición poética estadounidense que les precede y les sigue (151). Nancy Grace en The Cambridge Companion emplaza sus obras en un continuo de vanguardia modernista con influencias europeas surrealistas y dadaístas y estrechos lazos con la tradición modernista experimental americana de la mano de Ezra Pound, W.C. Williams, H.D. y Gertrude Stein, al igual que la tradición romántica Trascendentalista, hasta llegar a la poesía griega clásica. Regina Weinreich, en “Locating a Beat Aesthetic”, desgrana la innovación experimental de la poesía y prosa de autores (únicamente masculinos) Beat, estudiando la postmodernidad lingüística en Burroughs, la oratoria bárdica performativa proveniente de Whitman en Ginsberg, o la fragmentación visual y episódica de Kerouac (51-61).
Holladay relaciona el valor poético de la estética experimental Beat, además, con una intención de transcendencia que rompe con el mito de la centralidad de la personalidad autorial o experiencia personal en la poesía y obras de los autores del movimiento. Aunque Holladay conecta la transcendencia estética más allá de lo subjetivo con influencias modernistas (en especial, con T.S. Eliot), la visión poética Beat bebe también de influencias románticas y de filosofías más antiguas en torno a la labor del poeta como guía visionario bárdico (152). El poeta o la poeta Beat, como artífice de belleza y artesano de palabras, pone en práctica un poder de percepción sobre los márgenes sociales y culturales que le permite articular su propio sistema fuera del sistema, viendo la belleza en lo que mayoritariamente se consideraba falto de valor o inaceptable desde un acto interpretativo, receptivo, de introspección y compasivo. Lawlor define bien la importancia de la percepción en la construcción artística Beat reflexionando sobre la visión poética transcendental y espiritual de Kerouac en torno al estado de “beatitud” de lo marginal y excluido. Por ejemplo, en su forma de ver a Herbert Huncke, drogadicto, delincuente y perteneciente a la mísera vida marginal de la noche que aún así aprecia como “vivo, extraño, sabio y ‘beat’”: “esta apreciación de Huncke revela que lo que es Beat incluye un acto de percepción: ahí está Huncke, que exuda el estado de ser Beat, pero también está Kerouac, cuyos ojos receptivos aprecian la actitud Beat” (Lawlor 24). 23
Diane di Prima también incide en una aproximación al artista y poeta, hombre o mujer, como canal de sabiduría o artesano comunicador de la belleza del mundo y la experiencia, como veremos en su capítulo: “el rol del artista como Bodhisattva . El que conforta. El compasivo […] Un obrero entre los artistas y artesanos (no es necesario distinguirlos)— no hay fama que merezca más la pena que ésta. Simplemente haver vivido y hecho tu trabajo y haber ofrecido toda la belleza, todo el bienestar que hayamos podido al mundo” (Di Prima 2001: 108-109). 24
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