Emily la cogió de la mano para infundirle fortaleza, entonces Cristina continuó con su relato:
—A los hombres sí se les permite casarse con mujeres cristianas o judías porque, para el islam, la transmisión de la fe, la herencia, todo, se da por vía paterna. Para que su matrimonio fuera legal en Marruecos, mi padre debía convertirse al islam, pero si lo hacía, la crianza y educación de sus hijos hubiese estado regida por este, y él no quería que fuese así. Por su parte, mi madre no podía renunciar a su fe; la apostasía era vista como un delito… ¡Hasta hace poco, Marruecos aplicaba la pena de muerte en esos casos! ¿Entiendes? Mis padres lo tenían todo en contra.
—Lo sé. Y ahora entiendo por qué nunca hablábamos libremente de este tema; sé que has sufrido y que ese dolor todavía te corroe por dentro. Espero que este camino que estoy a punto de emprender ayude a sanar las heridas de toda la familia.
—Y que no provoque heridas nuevas, cariño —rogó Cristina, después abrazó a su hija en un intento de transmitirle el amor que sentía por ella. La cogió por los hombros y la apartó un poco, lo mínimo y necesario para poder mirarla a los ojos—. Emily Evans, prométeme que no te enamorarás de ningún marroquí.
La joven sonrió y negó con la cabeza.
—No te preocupes, mamá, no me enamoraré de nadie, ni marroquí ni de ninguna otra nacionalidad. La fantasía solo tiene cabida en mis novelas. En la vida real, prefiero guiarme por la razón.
—¡Ay, cielo, eso también me preocupa! Tú no eras así. De hecho, lo que reflejas en tus historias es tu verdadera esencia, hija, esa Emily que creía en el amor romántico, en las ilusiones.
—Puede que al crear esté plasmando el espíritu de esa joven adolescente. Al fin y al cabo, es algo que puedo permitirme al escribir fantasía —insistió.
—Cariño, el amor no es una fantasía, es real, muy real —Cristina negó con la cabeza, aunque a los pocos segundos entornó los ojos al meditar en una idea. Suspiró antes de decir—: Tienes razón, Emily, necesitas reconstruir la historia de tus abuelos. Te demostrarán que el amor existe y que es muy poderoso.
La escritora se limitó a asentir.
—Deberíamos volver al comedor, que el té se está enfriando —no quería ahondar en un tema que le resultaba espinoso. Cogió la bandeja y salió de la cocina.
Cuando atravesaban el pasillo, Emily oyó el tono de llamada de su teléfono y, sin poder evitarlo, se le aceleró el corazón. Dejó la bandeja sobre la mesa a toda prisa y lo cogió para ocultar el nombre del contacto. Prefería que su familia no supiera que ella y Kyle habían vuelto a verse.
—Mamá, ¿puedes servir el té mientras contesto? —le preguntó, aunque se fue antes de que contestara.
—Claro, hija.
Emily arrimó la puerta y se retiró hacia la parte más alejada, frente a una pequeña ventana y de espaldas a la puerta; entonces descolgó.
—Kyle… —dijo en voz baja para que su familia no la oyera.
—Hola, Emily, ¿cómo estás? —le preguntó él, experimentando una vez más esa extraña satisfacción que le provocaba oír, después de tantos años, su nombre en labios de Milly. ¡Cuánto había añorado su voz y su dulzura!
—Estoy bien, aunque no puedo hablar mucho porque tengo a la familia en casa —se excusó. Apoyó la frente en el cristal de la ventana. Él no fue capaz de decir nada porque Emily le confesó de manera compulsiva—: Me voy, Kyle.
—¿Te vas? ¿Cómo que te vas, Milly? —preguntó preso del pánico, ya que ella no había dicho nada más. Respiró hondo e, impostando la voz para sonar tranquilo, formuló un nuevo interrogante—: ¿Puedo preguntar adónde?
—Me voy a Marruecos. Mi vuelo sale en unas horas, a las seis y veinte —le explicó sin saber a ciencia cierta la razón por la que le estaba dando tantos detalles. No estaba segura de si esa necesidad obedecía a la costumbre de compartirlo todo con él o a otro motivo en el que prefería no pensar… ¿es que de forma inconsciente esperaba verlo antes de partir?
Kyle se esforzó para no mostrar lo mucho que le había afectado la noticia.
—Pero… volverás a Londres, ¿verdad? ¿O te vas para siempre?
—Claro que volveré, pero no sé cuándo. En principio solo tengo visado para tres meses, pero puedo alargarlo hasta seis. Todo depende de cuánto tarde en escribir la novela; planeo acabarla durante el viaje.
—Entiendo —murmuró Kyle.
Se oyeron pasos en el pasillo. La puerta de la cocina se abrió. Milly se giró para ver como Justin asomaba la cabeza.
—Dice mamá que te vas a beber el té frío —indicó su hermano.
—Ahora voy —aseguró ella. Justin la observó durante unos segundos antes de asentir con la cabeza e irse, aunque no cerró la puerta.
Milly suspiró.
—Tengo que colgar.
—Sí, lo sé. Ese era Justin, ¿verdad?
—Sí. Han venido todos para despedirse.
Kyle se guardó para sí que a él también le hubiese gustado verla antes de que se marchase. Descartó enseguida ir a su casa, ya que los Evans no querían saber nada de él, sobre todo Justin.
Se lo había dejado muy claro hacía dieciséis años: «Si vuelves a acercarte a mi hermana, te romperé hasta el alma». No es que Kyle le tuviera miedo, solo que no quería causarle un disgusto y mucho menos estresarla cuando estaba a punto de coger un avión. Pedirle que se vieran fuera tampoco era una opción inteligente; ella se negaría a dejar a su familia cuando se habían tomado la molestia de ir a verla.
—¿Puedo seguir llamándote aunque estés de viaje? —le preguntó.
—Me encantaría que lo hicieras —confesó Emily—. Así podré compartir contigo todo lo que descubra.
—¡Te llamaré todos los días! —la voz de Kyle sonó con tanta pasión que la hizo vibrar—. Y cuando no quieras hablar conmigo, no hace falta que descuelgues el teléfono. Te prometo que no insistiré.
—No te preocupes, te contestaré todos los días. Aunque deberías dejar que te llame yo de vez en cuando, si no, te gastarás una fortuna —bromeó, a lo que ambos rieron.
—Pero ¿en qué planeta vives? ¿Es que no sabes que, con una buena conexión a internet, podemos hablar sin tener que pagar nada? Seguro que en el hotel tienen wifi.
—¡Tienes razón! Aunque te prometo que seré yo quien llame —le aseguró Emily. Deseaba seguir hablando con Kyle como lo habían hecho días atrás, sin embargo, su familia la esperaba en el comedor. Además, debía irse a dormir ya si quería levantarse con energías renovadas; anticipaba que sería un día duro—. Tengo que dejarte—le dijo en contra de su voluntad.
Después de un suspiro, él le pidió:
—Por favor, avísame cuando llegues a Marruecos.
—Te avisaré cuando me instale en el hotel de Tánger, cuando ya haya pasado por todo el trajín del viaje.
—Está bien. Lo estaré esperando —guardó silencio antes de desearle buen viaje.
Emily tragó saliva para aliviar el nudo que se le había formado en la garganta.
—Adiós, Kyle.
8
Viernes, 10 de agosto de 2018
Después de un desayuno rápido, que consistió en una taza de té y un par de galletas de vainilla que Emily siempre tenía en casa, padre e hijos, ya que Justin había decidido acompañarla en lugar de su madre, se fueron al aeropuerto en coche. Eran poco más de las dos de la mañana.
Al cabo de cincuenta minutos de trayecto, que a Emily le sirvieron para espabilarse y llegar con la adrenalina y la ansiedad por las nubes, entraron en la terminal y se dispuso a hacer el check in . El aeropuerto era un mar de gente a todas horas, por lo que tuvo que hacer cola y esperar alrededor de una hora para poder facturar el equipaje. Cuando acabó, solo le quedó el bolso de mano. Se dirigió al sitio en el que la esperaban Justin y su padre. El tiempo se les pasó volando mientras Emily volvía a recibir un sinfín de recomendaciones.
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