—¿Ya no sentías que estabas entre trastos viejos? —bromeó ella. Se notaba que ambos sonreían.
—No, ya no. Me parecía estar inmerso en un mundo mágico, plagado de ricas historias por desentrañar —respiró hondo—. Encontrar un objeto, restaurarlo, devolverle el esplendor sin que pierda la esencia, su alma. Y, después, saber a quién vendérselo: museos, coleccionistas… es toda una aventura. Supongo que te pasa lo mismo cuando escribes una novela, ¿no? —dedujo.
—Ni más ni menos. Escribir una novela también es una gran aventura: es idear o reflejar un mundo que ya existe, y requiere llevar a cabo una gran investigación si quieres que el resultado sea creíble. Es componer cada personaje delineando sus características no solo físicas, también psicológicas, emocionales, su entorno, tiempo y lugar en el que transcurre la acción; y todo eso debe ser coherente. Es plantear una trama y, a partir de ella, crear una vida a esos seres que, para el escritor, son tan reales que puede llegar a producir escalofríos. Porque, mientras dure el proceso de escritura, convives con ellos, te involucras, los tienes en la cabeza, comparten contigo sus vivencias, sus diálogos, sus triunfos y fracasos. Te hacen enfadar o reír, te enamoran, te hacen sufrir… sientes todas y cada una de sus emociones. Eres parte de ellos y ellos son parte de ti. Puede que la vida del escritor no se refleje en la trama; pero es como si lo fuera. O, mejor dicho, durante ese tiempo, lo es. ¿Te das cuenta por qué digo que resulta escalofriante y al mismo tiempo maravilloso? Es de esas experiencias que no pueden llegar a explicarse con palabras… —sonrió—. ¡Y mira que me dedico a esto!
—Lo has hecho muy bien, Milly. Mientras hablabas, he cerrado los ojos y he sido capaz de ver cómo vives el proceso. Tienes un don, siempre lo has tenido. Inspiras —expresó, aunque no le dijo que había inspirado a su hija a ir en busca de sus raíces maternas.
—Gracias, Kyle —susurró ella. Aspiraba a transmitir todo eso a los demás, y aunque no estaba segura de lograrlo siempre, pese a esforzarse al máximo para conseguirlo, él le acababa de decir que lo hacía. Sus palabras le habían acariciado el alma y solo pudo quedarse en silencio, disfrutando.
—Acabo de ver una estrella fugaz —mencionó Kyle con frescura.
—¿Estás fuera?
—En el jardín. Se está muy bien.
—¿Y has pedido un deseo? —le preguntó mientras dibujaba estrellas fugaces, aunque la hoja ya estaba llena de garabatos.
Kyle cerró los ojos durante un segundo. Habían tenido una conversación parecida hacía muchos años, cuando un anochecer de abril los había encontrado en ese mismo jardín, tirados sobre el césped, mirando el cielo, con los dedos entrelazados y hablando de cualquier cosa. Había pedido un deseo, se había apoyado en un brazo e inclinado sobre ella para hacer realidad su deseo, que había coincidido con el de Milly.
—Sí, lo he pedido —confirmó. Después de un breve silencio, formuló una pregunta—. ¿Qué tono de llamadas tienes?
—¿Qué tono tengo? —inquirió Milly entre risas—. ¿Y eso a qué viene?
—Es mi deseo.
Emily volvió a reírse.
—¿Saber cómo suena mi teléfono?
—Conocerte. Volver a conocerte —aclaró Kyle—. Cuando nos reencontramos, dijiste que ya no éramos los mismos, y tienes razón. Hace dieciséis años odiaba el anticuario, pero ahora me apasiona. Antes lo sabíamos todo el uno del otro. Quiero eso… que volvamos a descubrirnos.
— Photograph —susurró Emily, y a Kyle le empezó a latir el corazón a mil por hora. Con esa respuesta, Milly había dado a entender que no rechazaba sus intenciones; al menos, las de volver a conocerse.
—De Ed Sheeran —completó él.
—Sí, me gusta mucho. Es uno de mis artistas preferidos —manifestó, y en ese momento tomó la decisión de dejar esa canción solo para Kyle, así sabría, sin necesidad de mirar la pantalla, que él era quien la llamaba—. ¿Y tú, qué tono de llamadas tienes?
— Paint it black .
—¡No me extraña! Era tu favorita de los Rolling Stones.
—¡Sigue siéndolo! Aún lo recuerdas…
—Claro que sí. Que no acabásemos de la mejor manera no significa que fuera a olvidar todo lo que compartimos durante... ¿cuánto? ¿Doce años? ¿Trece?
—Catorce. Desde parvulario. Y tienes razón, yo tampoco he olvidado nada.
—Ahora me toca preguntar a mí —clamó Emily, buscando desviarse de un tema de conversación que podía dejarlos demasiado expuestos a los dos—. Estos últimos años, ¿qué ha sido lo más loco que has hecho?
—Mmm… —Kyle se rio mientras le daba vueltas. Presentarse en la librería para verla y pedirle que retomaran el contacto después de dieciséis años había sido una de sus mayores locuras, pero prefirió no decirlo en voz alta—. Disfrazarme para interpretar el papel de León Cobarde de El Mago de Oz en una obra cuando Bethany tenía cinco años. También la llevé a un concierto de su grupo favorito, Imagine Dragons, cuando cumplió quince… no es que fuese una locura, pero fue divertido y diferente. Como ves, las cosas más locas, o esas que nunca creí que sería capaz de hacer, fueron por ella. ¿Y tú?
—Volar en parapente.
—¿¡Volar en parapente!? —Kyle tuvo que reprimirse para no gritar, aunque se inclinó hacia delante—. ¡No, no puede ser! ¡No me lo creo, Milly!
—¡Créetelo, te juro que es verdad! —clamó ella, entre risas. Desvió la mirada hacia una de las fotografías que decoraban la pared de su estudio y que certificaba sus palabras. La había sacado el instructor de parapente cuando se encontraban en pleno vuelo; se la veía asustada, pero tenía una sonrisa de oreja a oreja—. Fue hace años —decidió contárselo—. La protagonista de la novela que estaba escribiendo tenía que volar en uno y decidí hacerlo yo para saber qué se sentía.
—¡Pero si tienes miedo a las alturas! O, al menos, lo tenías… ¡Cuando fuimos a la inauguración del London Eye te negaste a subir!
—Es verdad. Para volar en parapente tuve que enfrentarme a mi mayor miedo, y te aseguro que no fue fácil. Pero tenía tanta determinación, tantas ansias de conseguirlo, que asumí el desafío y llegué hasta el final. Y la sensación de libertad cuando por fin me animé a abrir los ojos fue increíble. Esa experiencia y, por supuesto, la ayuda psicológica previa y posterior que recibí, me ayudaron a superar mi acrofobia. De hecho, aunque te parezca increíble, ahora disfruto de las alturas, aunque no te negaré que, en algunas ocasiones, siguen provocándome un nudo en el estómago… pero ya no me parecen tan terribles ni mortales. La vida también es eso, ¿no? Asumir riesgos, desafíos, enfrentarse a los miedos y superarlos. Avanzar, nunca quedarse parado —reflexionó.
—Es muy admirable, Milly. Me siento un poco tonto por haber contado «mis locuras» —entonó las últimas palabras como si las hubiese entrecomillado.
—Todo lo contrario. Hemos tenido motores distintos, pero igual de importantes. Debes sentirte orgulloso de las cosas que has hecho por tu hija, sobre todo porque te ha movido tu amor como padre. ¿Puede haber algo más maravilloso que eso? Te aseguro que, para Bethany, eres un héroe.
—¿Realmente lo crees? No es que quiera que me vea como un héroe, ni siquiera me lo he planteado, solo me conformo con saber que estoy haciendo las cosas bien. A veces tengo tantas dudas…
—No tengo experiencia al respecto, pero me imagino que todos los padres tienen esas inquietudes. Pero no te preocupes, Kyle, intuyo que lo estás haciendo bien.
—Eso espero…
—¿Te das cuenta de que ha pasado casi una hora? —señaló después de echar un vistazo al reloj de pared, en el que destacaban tres mariposas azul índigo en pleno vuelo sobre un fondo de flores en tonos pastel.
Читать дальше