Brianna Callum - Nuestra asignatura pendiente

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Emily cree que el amor no tiene cabida fuera de los libros. Para ella, las historias que la llevaron a la fama son pura fantasía. Entonces decide emprender un viaje para reencontrarse con sus raíces a través de la historia de su abuela y descubre que ambas renunciaron a todo por amor, pero de un modo completamente distinto: Malak se fue de su país para poder casarse, Emily levantó muros a su alrededor para que nunca más le rompieran el corazón.
Los aromas, los sabores y los paisajes de Marruecos la harán reencontrarse consigo misma y desenterrar un amor que llevaba años dormido.

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Después de dejarla reposar durante quince minutos, los que su abuela había indicado en el cuaderno y que dejaba siempre que lo habían preparado juntas, estiró la masa con el rodillo y la cortó. Mientras dejaba que un poco de aceite se calentara en una cacerola pequeña, dio forma a las chebbakiya . Soltó una dentro de la cacerola, incorporó las demás, y las vio chisporrotear mientras nadaban en el aceite hirviendo y cogían su característico color tostado. Cerró los ojos e inhaló hondo. Toda la casa olía a su abuela Malak, a su propia infancia, a inocencia y juegos… Para Emily, fue como sentir que la anciana la envolvía en su cálido abrazo para reconfortarla y, entre mimos, le decía que nada malo dura para siempre.

Eso era lo que pretendía la escritora: mantener el recuerdo de su abuela vivo, latente, cercano. El problema era que los recuerdos de su infancia y adolescencia estaban ligados a la presencia de Kyle, ya que la habían vivido juntos. La soledad dejó de ser un vacío y se llenó de toda clase de sensaciones.

Emily suspiró.

Cuando las chebbakiya ya estaban a punto, las sumergió en miel, las escurrió y espolvoreó el resto de las semillas de sésamo por encima. Cogió una con los dedos porque su abuela siempre solía decirle que el sabor residía en los dedos. Sonrió y la degustó despacio, en medio de ese juego peligroso creado por su mente en el que, sobre una delgada cornisa, el pasado y el presente hacían equilibrios, estiraban la mano y jugaban a tocarse, se fusionaban, se confundían…

Emily recordó las escenas y las vio pasar como si se tratara de una película: Kyle y ella debían tener ocho años. Estaban sentados en la mesa de la cocina, asaltando la fuente de dulces que Malak les había dejado, mientras se reían... En una fracción de segundo, justo lo que se tarda en parpadear, los niños se convirtieron en adolescentes. Se miraban disimuladamente y se sonreían con cierto pudor, porque ahora sentían cosas muy distintas… Y, en otro parpadeo, el tiempo había vuelto a pasar, pero la rutina se repetía: la mesa de la cocina, Malak y las chebbakiya , las miradas… se rozaron las manos intencionadamente cuando fueron a coger otro dulce. Esperaron a que Malak se fuera, se acercaron y se besaron en los labios. Sabían a almendras y miel, sabían a sueños e ilusiones. Un nuevo parpadeo, y en ese recuerdo Kyle ya no estaba sentado a la mesa de la cocina, ahora solo estaba Emily, llorando mientras abrazaba a su querida abuela, quien le acariciaba la cabeza y le aseguraba que todo iba a ir bien, que nada malo dura para siempre. Con el último parpadeo, Emily y Kyle se habían convertido en adultos; habían pasado dieciséis años. Malak ya no estaba, solo nuevos interrogantes y la promesa de su abuela de que el tiempo lo cura todo.

5 Martes 7 de agosto de 2018 Detrás de la mesa de trabajo que estaba situada - фото 7

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Martes, 7 de agosto de 2018

Detrás de la mesa de trabajo, que estaba situada en la parte posterior de la tienda, Kyle revisaba algunas figuras. Se trataba de un lote de soldaditos que un cliente le había llevado para que los limpiara y restaurara. Siete eran de plomo, los otros dos estaban fabricados en peltre. Antes de empezar, los separó según el material del que estaban hechos, ya que debía utilizar productos diferentes en cada caso: aguarrás para los de plomo y un baño de parafina para los de peltre, que tenían bastante suciedad incrustada. Kyle esperaba poder conservar la pátina natural que el tiempo había dejado en los objetos y que les daba un valor agregado.

Mientras frotaba una de las figuras de plomo con un paño empapado en aguarrás, empezó a pensar en Emily. Desde que habían hablado, no había dejado de pensar en ella, aunque todavía no la había llamado. Tenía ganas de hacerlo desde el mismo día de la presentación. Sin embargo, el miedo a agobiarla, aún más de lo que ya lo había hecho, lo había frenado. Ya bastante que desear había dejado su comportamiento, Kyle lo sabía y se lo reprochaba todo el rato. No paraba de darle vueltas y cada vez se convencía un poco más de que se había comportado como un idiota. «¡Lo último que me falta es que se piense que soy un acosador!», pensó molesto.

Después de un ir y venir de pros y contras, Kyle miró el calendario que tenía colgado en la pared: martes 7 de agosto. Había visto a Milly el sábado. «¡Tampoco quiero que piense que he perdido el interés!», se dijo, en un intento de darse ánimos para llamarla. Sonrió y negó con la cabeza cuando cayó en la cuenta de que hacía años que no se sentía de ese modo… vivo. Simplemente vivo. Convencido de que estaba haciendo lo correcto, estaba a punto de dejarlo todo para coger el móvil y llamarla cuando Bethany entró en la tienda desde la puerta trasera que comunicaba con la cocina de su casa.

La propiedad de los Cameron, una casa de tres pisos, estaba situada en Notting Hill, sobre Portobello Road, y, para no desentonar con la estética del barrio, tenía la fachada pintada con colores brillantes: verde para la tienda de antigüedades y un par de tonos más claros para las dos plantas superiores. El estrecho edificio contaba con un anticuario en la planta baja, una modesta cocina de estilo abierto con vistas al jardín trasero, un baño y un pequeño recibidor. Los dormitorios se encontraban en el primer piso, los dos con un discreto baño en suite , y en el último había un ático que solían usar para guardar los trastos y como sala de juegos o de baile cuando Bethany ensayaba sus coreografías. En la casa adyacente, de distribución similar, residían los padres de Kyle.

Bethany se sentó delante de su padre e inclinó la cabeza para ver mejor. Cruzó las manos sobre el regazo. Desde pequeña había aprendido que no debía tocar nada del anticuario a no ser que le dieran permiso, a fin de evitar romper algo de valor incalculable. El valor de esos objetos no solo tenía que ver con su composición; sino que estaban llenos de historia; y aunque no siempre podía descubrir quién había sido su fabricante y el recorrido que había hecho la pieza, pasando de mano en mano hasta llegar a las suyas, ese pasado estaba allí, marcado en cada plano, en cada curva, en cada rasguño. Nombres y apellidos, ciudades, cientos de años algunas veces; miles, otras. La magia radicaba en desentrañar esos misterios, y a Bethany, igual que a su padre y a su abuelo paterno, le apasionaba hacerlo.

—¿Qué haces? —preguntó esperando que su padre le explicase todo el procedimiento.

—Ahora mismo estoy limpiando las reliquias —respondió mientras levantaba el paño para que su hija pudiera ver mejor los detalles de las piezas y los grabados que tenían en el pie. Después, porque sabía que le gustaba, añadió—: Estos siete soldaditos datan de 1893, y son de los primeros que fabricó W. Britain, la empresa británica que inventó la técnica de vaciado de plomo y que, desde entonces, lanzó al mercado este tipo de figuras huecas y tridimensionales.

—Pero antes ya había gente que coleccionaba soldaditos, ¿no es así, papá? Creo recordar que hace un tiempo vendiste un juego más antiguo que representaba el ejército egipcio, aunque las figuras eran diferentes…

—¡Claro que sí! Este tipo de juguetes empezó a fabricarse alrededor del año 1700. Hubo quienes los tallaban en madera, otros los moldeaban utilizando distintas pastas, y los que los realizaban con fundición, ya fuera plomo, peltre u otras aleaciones. Sin embargo, las figuras de W. Britain revolucionaron el mercado y, por supuesto, tuvieron un éxito abrumador.

—¿Qué las hacía tan especiales? —quiso saber la joven; aparte de que la charla la tenía completamente ensimismada, estaba ávida de información.

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