A modo de síntesis de sus planteamientos nosológicos y nosográficos, transcribiré el siguiente párrafo de la segunda edición, muy mejorada y ampliada, donde suprime del título la referencia a la manía ( ou la manie ) pues entiende Pinel que ésta designa únicamente la manifestación principal de la alienación mental: «¡Qué cuadro de confusión y desorden, cuando un gran grupo de alienados, librados de forma continua o a intervalos a sus descarríos diversos y observados sin regla ni método! Pero con una atención mantenida y un estudio profundo de los síntomas que les son propios, se puede clasificarlos de una manera general y distinguir entre sí por lesiones fundamentales del entendimiento y de la voluntad, descartando por otra parte la consideración de sus innumerables variedades. Un delirio más o menos acentuado referente a casi todos los objetos se asocia, en bastantes alienados, a un estado de agitación y de furor: eso es lo que constituye propiamente la manía . El delirio puede ser exclusivo y limitado a una serie particular de objetos, con una especie de estupor y afectos vivos y profundos: tal es lo que se llama melancolía . En ocasiones, una debilidad general afecta a las funciones intelectuales y afectivas, como sucede en la vejez, y constituye lo que se llama demencia . Por último, una obliteración de la razón con fases bruscas y automáticas de arrebato es a lo se da la denominación de idiotismo . Tales son las cuatro especies de extravíos que refiere de forma general el nombre de alienación mental»85.
Como habrá podido leerse, existen según Pinel ciertos delirios parciales, limitados y circunscritos a determinada certeza (melancolía), existiendo incluso una forma de manía «sin delirio», esto es, una forma de manía en la cual el entendimiento permanece intacto; asimismo, los delirios más generales se asocian a la manía, la cual es frecuentemente intermitente. De este parecer se trasluce que, salvo en la idiocia severa, los alienados conservarían siempre una parte de razón, de manera que dentro del alienado subsistiría un resto inalienable. Por tanto, el propósito inicial de Pinel consistente en transformar la visión tradicional de la locura —aquélla con la que los filósofos pretendían describir la experiencia de los locos— en la noción médica de aliénation mentale , no se cumple completamente. Pues por el simple hecho de considerar que la alienación no arrasa por completo las facultades, al subsistir en ella restos graníticos de razón, la locura clásica, tal como la perfiló Michel Foucault, sigue ahí afortunadamente presente: «La locura es un momento duro pero esencial en la labor de la razón; a través de ella, y aun en sus victorias aparentes, la razón se manifiesta y triunfa. La locura sólo era, para ella, su fuerza viva y secreta»86.
En buena lógica, todo cuanto atañe al tratamiento moral se deduce directamente de esa visión del alienado como un extranjero de sí mismo que conserva, no obstante, un núcleo indestructible de humanidad. Mezcla de enfermo y de loco, el alienado que nos pinta Pinel conserva incólume una brizna de discernimiento, ya que «los locos, más o menos todos, razonan». Conforme a estos planteamientos psicopatológicos, la esencia del tratamiento consistirá en dirigirse al espacio en el que palpitan los restos de razón que la alienación jamás podrá devastar87. Siempre desarrollado en el marco del asilo, el tratamiento moral permitirá rescatar al alienado de su desvarío, empleando para ello la autoridad del médico, las buenas palabras y las ocupaciones provechosas88. Naturalmente, por considerar que el alienado es ante todo un sujeto, el médico establecía con él un diálogo durante mucho tiempo interrumpido, procurando atemperar sus pasiones mediante una adecuada «descarga moral»89, tal como proponía la tradición filosófica antigua. Pues, al fin y al cabo, si las pasiones intervienen como agentes causales de los desvaríos, éstos podrán ser curados a condición de provocar ciertas rectificaciones en las relaciones que el alienado guarda con ellas90. Además, el hecho de considerar que las pasiones desempeñan un papel en la contracción de la alienación supone concebir la locura como una discontinuidad en la experiencia del sujeto, dado que en su historia individual pueden localizarse ciertas coyunturas en las que se aprecian alteraciones profundas sobrevenidas por el impacto de las pasiones.
Los dos argumentos que he tratado de desarrollar hasta aquí, el que sostiene la parcialidad de la alienación y el relativo al tratamiento, fueron magistralmente captados por G. W. F. Hegel al glosar, en su Enciclopedia de las ciencias filosóficas (1817), el Sentimiento de sí. Según el filósofo de Stuttgart, consiste la locura ( Verrücktheit ) en una contradicción u oposición interna entre lo racional y lo irracional, lo cual perturba al espíritu y lo hace desgraciado. Expuestas sus consideraciones, añade: «Por consiguiente, el verdadero tratamiento psíquico retiene también el punto de vista de que la locura no es una pérdida abstracta de la razón, ni por el lado de la inteligencia ni por el de la voluntad y la responsabilidad de ésta, sino que es sólo locura, sólo contradicción en la razón todavía presente, del mismo modo que la enfermedad física tampoco es una pérdida abstracta, es decir, total de la salud (eso sería la muerte), sino una contradicción en ella. Este tratamiento humano, esto es, un tratamiento tan benevolente como racional (Pinel merece el mayor reconocimiento por los méritos que ha contraído a este respecto) supone que el enfermo es racional y tiene ahí el asidero firme por el cual el tratamiento prende en el enfermo, del mismo modo que en lo corporal el asidero es la vitalidad que en cuanto tal contiene salud todavía»91.
Esta lectura hegeliana de Pinel nos trae a la memoria algunos aspectos esenciales ya avanzados por Cicerón en sus Tusculanas (los remedios para los males del alma se hallan en ella misma; todos asumimos las pasiones deliberada y voluntariamente; en las enfermedades anímicas son más eficaces las terapéuticas filosóficas), los mismos que Freud desarrollará hasta límites insospechados, como mostraremos a propósito de su teoría del delirio. Hegel ha captado con precisión que el sujeto —lo que él llama ‘la razón’— no sucumbe ni desaparece en la locura, pues aun estando afectado por ella sigue disponiendo de voluntad, inteligencia y responsabilidad.
Todas estas consideraciones espigadas por el filósofo alemán se basan en su concepción general según la cual «[…] el sujeto se encuentra en la contradicción entre su [propia] totalidad sistematizada en su conciencia y aquella determinidad particular no fluida en la totalidad, ni ordenada y subordinada: la locura »92. Se trata aquí de una discusión de hondo calado, tan antigua como actual, en la cual vemos enfrentarse dos posiciones irreconciliables: unos, como Kant, Maine de Biran, J.–P. Falret y la psiquiatría de las enfermedades mentales, sólo son capaces de concebir la locura verdadera como locura total o enfermedad global que afecta a todas las capacidades hasta potencialmente arrasarlas; otros, como Hegel, Royer–Collard, Pinel, Freud y sus seguidores, sostienen que la afectación es siempre parcial, pues la perturbación no significa anulación, es decir, aniquilación del sujeto93.
Ha sido Gladys Swain, sin duda, quien mejor ha sabido leer esta problemática implícita en la doctrina de la alienación mental, hasta el punto de que tituló El sujeto de la locura su memorable estudio sobre el nacimiento de la psiquiatría. Inspirándose en Pinel, la autora argumenta que el loco sigue siendo sujeto de su locura, razón por la cual resulta posible concebir que la locura es « folie de sujet »: «[…] la locura no es pura y simplemente lo que anula al sujeto, es por el contrario eso con lo que el sujeto conserva una relación en el momento mismo en que su ser subjetivo está ahí amenazado»94.
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