Atravesé a paso veloz la plaza de la Independencia y prácticamente sin pararme a observarla dejé atrás la Puerta de Alcalá. Era una mañana gélida, pero casi no sentía el frío en el cuerpo. Estaba absorto en mis pensamientos. No podía entender qué me había impulsado a actuar así. ¿Los celos?, ¿La inseguridad?, ¿La desconfianza? Nunca había sucedido nada entre Carlos y Alejandra, y sabía que nunca lo haría. Eran amigos desde pequeños. Además, sabía que a Carlos le gustaba Julia desde hacía mucho tiempo. Nunca estropearía las pocas posibilidades de tener algo con ella liándose con una de sus mejores amigas. ¿Pero, entonces? ¿Por qué había actuado así? Sabía que tenía que dejar de beber tanto. El alcohol nunca me había sentado bien, sobre todo, cuando consumía tanto. Suspiré fuertemente y aligeré de nuevo la marcha. A los pocos minutos llegué a casa y, sin quitarme la ropa ni los zapatos, me tumbé encima de la cama. Llevaba semanas sin dormir bien, pero no tenía sueño. Sentía constantemente un nudo en el estómago y un dolor de huesos que me impedía relajarme. Recordé con cariño aquel sábado en el que Alejandra y yo habíamos ido de excursión a Navacerrada, poco antes de las Navidades. Habíamos ido en mi coche, escuchando canciones de The Killers y Coldplay, mientras hablábamos y nos reíamos. Paramos a comer en un sitio de fondues de carne, y luego fuimos a dar un paseo por el pueblo. Incluso nos habíamos hecho un par de fotos juntos.
La vibración del móvil en el bolsillo de mi pantalón me sobresaltó y me devolvió a la realidad. Sorprendido al ver el número de Sofía, contesté entre risas.
—Hola, Sof, ¿qué pasa? ¿Ya me echas de menos?
—Tomás, ¿sabes dónde está Ale? ¿Has hablado con ella? —Su tono de voz reflejaba preocupación e inquietud.
—Eh…, no —contesté sin entender lo que sucedía—. He intentado llamarla mientras volvía a casa, pero su móvil no daba señal. Le he mandado un mensaje por WhatsApp, pero no le ha llegado. Debe de estar dormida y con el móvil apagado. Ale siempre lo pone en modo avión por las noches cuando se va a dormir. —Escuché cómo Sofía al otro lado de la línea respiraba fuertemente—. ¿Qué pasa, Sof?
—Ale no ha vuelto a casa, Tomás. Su madre ha llamado a Carlota muy preocupada. No responde a ninguna de las llamadas ni recibe nuestros mensajes. —En cuanto escuché aquellas palabras, sentí que se me agarrotaba el corazón y se me contraía la respiración. Alejandra tenía que estar bien. No podía haberle sucedido algo—. Tengo que dejarte, Tommy. Luego hablamos. Y, por favor, si tienes noticias de ella, avísame. —Estaba tan impactado que ni si quiera me dio tiempo a despedirme de ella. Sofía colgó la llamada, y yo me quedé inmóvil tumbado en la cama. No podía incorporarme. No podía moverme. Tal vez estaba reaccionando exageradamente, pero, mientras, no dejaba de analizar todas las diversas posibilidades. ¿Le habría pasado algo? ¿Se habría ido a casa de otro tío? Se había marchado demasiado pronto como para haber ido a desayunar a algún lado.
Tenía que hacer algo. Necesitaba ayudar de algún modo. Repasé una vez más la noche en mi cabeza en busca de señales o indicios, de algo que pudiera decirme dónde podría estar Alejandra. Pero lo cierto era que no había nada de extraño. Aparte de mostrarse un poco hostil hacía mí, por el resto, había sido la de siempre. Había bebido y bailado. Se había hecho selfies con sus amigas y había disfrutado de la noche. Además, no había tocado el móvil en casi toda la noche, por lo que no tenía pinta de que se hubiese ido con otro chico después de la discoteca. Parecía cansada. Me reincorporé lentamente y me senté en el borde de la cama. Me llevé las manos a la frente e intenté tranquilizarme. De nuevo, el móvil comenzó a vibrar.
—Ana —respondí velozmente—. ¿Ha aparecido? —El corazón me latía a un ritmo frenético.
—Hola, Tomás, no, no sabemos nada aún. ¿Tienes tú alguna idea de dónde pueda estar o con quién? —preguntó nerviosamente.
—No, he intentado recordar si había notado algo extraño en ella. Pero nada. Tenemos que hacer algo. Voy a volver a la discoteca, quizás siga abierta y pueda hablar con el puerta. Tal vez él sepa algo. Quizás la viera irse con alguien y simplemente se haya quedado sin batería. —Deseé con todo mi ser que aquello no fuese cierto.
—Sofía y Luis ya han ido para allí. Nos llamarán si consiguen hablar con él. —Suspiré y sentí un poco de alivio al descubrir que Sofía se me había adelantado. Siempre había sido la más espabilada del grupo.
—Vale. Voy para allá. Ahora ya no puedo dormir. ¿Dónde estáis?
—Nos hemos dispersado. Sofía y Luis donde te he dicho, y Jorge y Carlos están hablando con todos los de la fiesta por si alguno sabe algo.
—¿Y tú? ¿Dónde estás?
—Estaba de camino a tu casa por si no respondías.
—Vale, quedamos en la plaza de la Independencia y vamos a buscar a Sofía y a Luis. —Me levanté de un salto y con la misma velocidad con la que había entrado en casa, volví a salir.
CAPÍTULO 3
Sábado, 2 de febrero del 2019
CATORCE DÍAS DESPUÉS DE LA DESAPARICIÓN
08:30 h
ALEJANDRA
No fue la luz del sol lo que me despertó aquella mañana, sino el fuerte sonido de un claxon. Abrí los ojos bruscamente y del susto me golpeé la cabeza contra la pared en la que estaba apoyada. Me retorcí de dolor, y me llevé una mano a la nuca para aliviar la contusión. Estaba completamente entumecida, con un dolor de huesos y espalda brutal. Además, la cabeza me retumbaba desde el momento en el que había abierto los ojos, y el golpe había incrementado la sensación de malestar.
Miré hacia el lado izquierdo y me sorprendí al ver, a lo lejos, el final de una calle, estrecha y poco iluminada. Volví a pestañear con fuerza, y, esta vez, me di cuenta de que estaba sentada en el suelo. ¿Dónde estaba? ¿Qué había pasado? Un escalofrío me recorrió el cuerpo y me recordó que estaba tiritando por el frío. Asustada, intenté levantarme, apoyando las manos contra la acera para no perder el equilibrio. Me dolían los pies y los gemelos. Decidí caminar hacia la derecha, ya que me encontraba más cerca de una calle con salida, y despacio, me tambaleé hasta el final de la vía. Al llegar, asomé la cabeza y descubrí la discoteca donde habíamos estado horas atrás. Estaba cerrada, y no quedaba nadie en la puerta, ¿Me había quedado dormida de camino al Uber? No entendía qué había sucedido y por qué me encontraba allí, yo sola. Recordaba haber bebido y bailado mucho con mis amigos y, en un momento dado, haber decidido marcharme. Pero las imágenes estaban demasiado borrosas como para recomponer la noche. ¿Qué hora sería? Tal vez no llevaba mucho tiempo allí. Quizás tan solo me había dormido un par de horas. Miré el reloj de mi muñeca e hice una mueca con la boca al darme cuenta de que eran las ocho y media de la mañana. Probablemente llevaría allí dos o tres horas, y mi madre estaría asustadísima. Nunca solía volver tan tarde, y, mucho menos, sin avisar. No recordaba haberle mandado ningún mensaje. Normalmente, solía escribirle, una vez me hubiese montado en un taxi, para avisarla de que estaba de camino a casa.
Busqué en el bolso mi móvil y, cuando lo encontré, me di cuenta de que este estaba apagado. Probablemente, se habría quedado sin batería mientras dormía. Velozmente, decidí revisar el contenido de mi bolso para asegurarme de que el tiempo que había estado dormida nadie me había robado nada. Solté un suspiro de alivio al comprobar que todas las tarjetas estaban en su sitio. Con dificultad, conseguí andar hasta el final del callejón donde se encontraba la discoteca, y donde, supuestamente, el Uber me hubiese estado esperando.
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