Mejor no recordar
Paloma Bau Arrechea
ISBN: 978-84-19042-99-6
1ª edición, octubre de 2021.
Editorial Autografía
Calle de las Camèlies 109, 08024 Barcelona
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Reservados todos los derechos.
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Índice
INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
AGRADECIMIENTOS
DEDICATORIA
A mis padres, Santiago y Paloma, por haber sido los mejores compañeros de confinamiento que se podía tener.
INTRODUCCIÓN
Nunca he pensado que mi vida fuese diferente. Era feliz, pero no tenía nada extraordinario que destacar. Siempre me he considerado una chica más, con una vida normal y corriente.
Crecí en un barrio residencial de Madrid junto a mis padres. Tuve una buena infancia, cargada de momentos divertidos y risas. Estudié en un colegio concertado donde conocí a la mayoría de mis amigos y del cual guardo recuerdos entrañables: las peleas por los rotuladores de colores, copiar durante un examen, jugar a polis y cacos por el patio del colegio, las meriendas envueltas en papel de plata, los uniformes…, supongo que como cualquier niño. Los fines de semana jugaba con mi padre al baloncesto, veía películas de Disney o iba a casa de amigos a celebrar los cumpleaños. Sí, la verdad es que fue una buena infancia.
Por el contrario, la adolescencia fue una época complicada, repleta de inseguridades físicas y emocionales, siempre pendiente de gustarle a los chicos, de no sonreír demasiado para no dejar a la vista mi aparato dental y comparándome constantemente con mis amigas. Pero, aun así, la recuerdo con cariño. Todas aquellas tardes delante del espejo pensando en qué ponerme, todas aquellas horas al teléfono, todas esas primeras veces…
Con el paso de los años, llegó la universidad, esa época donde por fin encuentras tu sitio, sabes lo que quieres y hacia dónde vas. Decidí estudiar Periodismo y audiovisuales en la Universidad Complutense de Madrid, una carrera de la cual estoy disfrutando cada segundo de aprendizaje. Y, aunque me quede poco para terminarla, todavía me cuesta creer que esta etapa haya transcurrido tan deprisa. Han sido los años en los que comencé a viajar con amigos y a bailar hasta el amanecer en discotecas; en los que me enamoré por primera vez y me llevé la peor de las desilusiones cuando no funcionó. Pero, a pesar del estrés de los exámenes, de la frustración por aprobar el carné de conducir, de las largas mañanas de resaca y del dolor de un primer desamor, puedo decir sin duda que hasta ahora ha sido la mejor época de mi vida.
En fin, no puedo quejarme de la vida que he tenido. Es cierto que no he destacado en nada, nunca he sido ni la más lista ni la más guapa. Tampoco la más divertida ni la más graciosa. Simplemente, he sido yo, una chica normal, con una vida corriente, sin nada que destacar. Pero, si comienzo a pensar, supongo que eso era lo que me hacía tan especial, tan única. Por eso mismo me eligieron a mí. Porque era tan común que podía perfectamente pasar desapercibida; podía, incluso, ser invisible, y eso era exactamente lo que buscaban. Sí, obviamente habría una investigación y mil preguntas, pero no descubrirían nada, ya que no habría nada que encontrar. Pero no voy a adelantarme. Esta historia merece la pena ser contada desde el principio, con todos sus detalles y su intriga. Me llamo Alejandra Martínez Casado y esta es la historia de cómo desaparecí la madrugada del sábado 19 de enero del 2019 sin dejar rastro.
CAPÍTULO 1
Viernes, 18 de enero del 2019
SIETE HORAS ANTES DE LA DESAPARICIÓN
22:00 h
ALEJANDRA
Otra vez llegaba tarde. Mis amigas Ana, Sofía, Carlota y Julia habían quedado a picar algo antes de la fiesta anual que organizaba Jorge con sus hermanos después de las Navidades, aprovechando que sus padres se iban de viaje. Aquella fiesta nos encantaba, ya que suponía el reencuentro del grupo después de varias semanas sin vernos. Normalmente, quedamos directamente en su casa, en torno a las once de la noche, pero esa vez, mis amigas quisieron quedar antes para ponernos al día, ya que luego, en la fiesta, con la música y las copas, sería complicado. Julia había pasado los últimos días del año con su hermana en Canarias, mientras que Ana se había quedado en casa terminando de escribir el trabajo de fin de grado. Sofía, como cada año, había ido a pasar las fiestas a Santander, a casa de su familia paterna. Carlota, por el contrario, no quiso adelantarnos por nuestro grupo de WhatsApp lo que había hecho aquellas Navidades. Decía que nos lo explicaría todo cuando nos viésemos en persona. Ella era así, le gustaban la intriga y el suspense. Todas intuíamos que la razón por la que se mostraba tan misteriosa era que nos quería decir que a Miguel, su novio desde el colegio, le habían cogido en una empresa tecnológica en Inglaterra y que había decidido irse con él. Aunque aquello tan solo era una suposición. Por eso mismo, para no perderme ninguna parte del relato, hice todo lo posible por estar preparada a tiempo y ser puntual, pero, una vez más, fracasé en el intento. Por mucho que me convenciese de que esa vez sería diferente, nunca lo conseguía. Siempre había una razón que hacía que me retrasase; y ya condicionaba todos los siguientes eventos.
Salí rápidamente de la ducha y me enrollé una toalla en el pelo para que se fuese secando. Me lavé los dientes y corrí hacia el armario de mi cuarto para decidir qué conjunto ponerme. Suspiré con fuerza, no tenía ni la menor idea de cómo vestirme. Finalmente, ante la presión del sonido de las agujas del reloj de la pared de mi cuarto, opté por unos vaqueros rotos, una blusa negra un tanto escotada y unos botines de tacón. Volví al cuarto de baño y, antes de secarme el pelo, me maquillé los párpados en tonos ocres y marrones para resaltar el azul de mis ojos. Me puse polvos y colorete en las mejillas y me pinté los labios de color granate. Volví a mi cuarto y me miré en el espejo. Sonreí y me guiñé el ojo, pensando que, para lo rápido que había ido, el resultado no había sido nada malo. Me recogí el pelo en una coleta alta y dejé que el flequillo se deslizase por mi frente. Desde la adolescencia, siempre había tenido el pelo largo y me gustaba llevarlo suelto. Sin embargo, hacía unos meses había cometido la locura de cortármelo por encima de los hombros y me había dado mechas californianas. Por eso, desde entonces, me encantaba hacerme una fina coleta y dejar a la vista las puntas rubias, dando un toque personalizado a mi pelo castaño.
Me puse el abrigo de piel que me habían regalado mis abuelos en Nochebuena y preparé el bolso con lo habitual: cartera, llaves, móvil y maquillaje para retocarme a lo largo de la noche.
—¿Pero a dónde vas? —me preguntó mi madre mientras estaba a punto de abrir la puerta.
—Me voy a cenar y luego a la fiesta de Jorge —contesté saliendo al rellano y llamando al ascensor.
—¿Con quién vas? ¿Vas a volver tarde? —Sonreí ante la preocupación de mi madre y volví a entrar en casa para hablarle desde cerca.
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