—¡La que hemos vuelto a liar! —comentó Jorge cerrando la puerta—. ¿Qué queréis que os ponga? —nos preguntó a Sofía y a mí.
—Yo un ron con Coca-Cola —contesté.
—Y yo una ginebra con Sprite, por favor —añadió Sofía.
Jorge entró en el salón y se dirigió hacia la mesa donde estaban todas las bebidas. Sofía y yo miramos el panorama, intentando reconocer e identificar los diferentes rostros de la gente presente. En sus fiestas, Jorge siempre invitaba a todos sus amigos, sin importar del grupo que fueran. La primera vez que todos nos juntamos fue un poco raro, ya que no nos conocíamos, pero después se convirtió en una tradición.
—Mira, ahí está Tomás —comentó Sof señalando con la cabeza al chico que estaba sentado en uno de los sofás hablando con dos chicas.
—Sí, le acabo de ver. —Tomás se percató de nuestra presencia y se levantó del sofá para unirse a nosotras. La verdad que aquella noche estaba muy guapo. Llevaba una camisa blanca y un jersey gris de pico. Como siempre su musculado cuerpo y su bonita sonrisa hacían que me temblasen las piernas. En aquel preciso momento, Carlos, Luis, Ana y Julia salieron de la cocina y formaron un grupo en la entrada.
—¡Chicos! —exclamó Sofía, abrazando a sus dos amigos.
—¡Tommy! —Ana se echó a los brazos de Tomás cuando este se hubo incorporado al grupo.
—¿Qué tal estáis? ¡Qué ganas tenía de veros a todos! —continuó Sofía.
—¡Aquí tenéis vuestras copas! —Jorge se unió a nosotros, tendiéndonos a Sofía y a mí nuestras cargadas bebidas.
—¡Ay, estamos todos! Vamos a hacernos un selfie —dijo Julia sacando su móvil del bolso.
—Esperad, que falto yo —comentó a regañadientes Carlota incorporándose a nosotros.
Ana levantó el brazo con el móvil inclinado, y todos acercamos nuestras cabezas para salir en el encuadre. Tras sacarnos la foto, el grupo se separó. Ana y Julia fueron a servirse una copa, Carlos y Luis se sentaron en uno de los sofás con sus respectivas novias, Carlota bajó al portal para buscar a Miguel que acababa de llegar y Sofía acompañó a Jorge a saludar a sus amigos de la universidad. Por el contrario, Tomás se quedó esperando a que yo dejase el abrigo en el perchero de la entrada, y antes de que entrásemos en el salón, me agarró suavemente de la mano y me llevó hacia la cocina.
—Ale, ¿podemos hablar?
—Tommy, no tenemos nada más que hablar. Te lo dije todo por teléfono. Ya está. Se ha acabado.
—Pero ¿por qué? Te he pedido perdón y sabes que lo siento. Estábamos muy bien juntos.
—Sí, pero con tu reacción me di cuenta de que no quiero estar con una persona así. Además, sabes perfectamente que entre Carlos y yo no hay nada. No entiendo de dónde te salió esa rabia.
—Ya lo sé, pero iba fatal. No sé en lo que pensaba. Simplemente me imaginé que te perdía y…
—Y, en lugar de intentar hablar conmigo como una persona civilizada —le interrumpí—, ¿preferiste gritarme e insultarme?
—Lo siento, Ale —dijo suspirando. La expresión de sus ojos, verdes claros, trasmitía que realmente estaba arrepentido.
—Ya lo sé. Pero no puedo —diciendo esto último me di la vuelta y entré en el salón. Tommy no me siguió, se quedó unos segundos solo en la cocina. Me sentí mal por no poder darle una segunda oportunidad, pero realmente no era lo que quería.
Sábado, 19 de enero del 2019
TRES HORAS ANTES DE LA DESAPARICIÓN
02:00 h
La fiesta siguió su curso tal y como lo habíamos planeado, divirtiéndonos y sumergiéndonos en una nube de emoción. Todos bebimos más de la cuenta, bailando y cantando canciones antiguas encima de las mesas y de los sofás. Aunque fuese su casa, Jorge fue el primero que decidió no contenerse y disfrutar de la noche. Hacia las dos de la mañana, decidimos salir del apartamento e ir a una discoteca. Sabíamos que, si nos quedábamos allí, por mucho que en ese momento nos apeteciese, los vecinos no tardarían en quejarse y nos arruinarían la fiesta. Queríamos seguir bailando, bebiendo, sin preocuparnos por nada. Por eso, pedimos varios Ubers y nos dividimos en tres grupos para caber todos en los distintos coches. El resto de los invitados de la fiesta, incluidos los tres hermanos de Jorge, decidieron permanecer en la casa, hasta que la policía les echase.
Llegamos a la discoteca poco después, atravesando a pie el estrecho y oscuro callejón en el que esta se encontraba. Los coches tuvieron que dejarnos en la esquina con la avenida principal, ya que tenían prohibido el paso. Todos nos quedamos sorprendidos al ver la cantidad de gente que se apelmazaba y abarrotaba en la puerta, empujándose unos a otros para no permitir que nadie se colase.
—Luis, tío, ¿por qué hemos venido aquí? ¡Está petado! —exclamó Jorge intentando mantener el equilibrio y colocándose al final de la cola mientras la gente le empujaba de un lado a otro.
—Un relaciones públicas me ha dicho que nos colaba con copas incluidas. Esperadme aquí. —Luis consiguió avanzar entre la gente y llegar al principio de la fila, donde una barrera cortaba el acceso a la puerta. Desde que habíamos empezado la universidad, Luis siempre había tenido conocidos en el mundo de la noche y la fiesta y, por eso, siempre delegábamos en él la decisión del lugar al que ir, ya que siempre acertaba, llevándonos al sitio de moda y ofreciéndonos consumiciones gratis y reservados.
—Me estoy muriendo de frío —susurró Carlota. Miguel la abrazó con fuerza, envolviéndola entre sus brazos para darle calor. Sonreí al ver aquel gesto cariñoso. Miguel siempre me había gustado para mi amiga. Nunca había pertenecido a nuestro grupo, y él tenía a sus amigos, pero al haber estudiado en nuestro colegio, y haber estado durante años en su misma clase, le conocía bien. Era un chico tímido y reservado, pero de las mejores personas que conocía hasta el momento. Además, se veía a leguas que estaba profundamente enamorado de Carlota. Encajaba fenomenal con todos nosotros, y cada vez se hacía más amigo de los chicos.
—¡Ya está!, venid. —Luis se reunió con nosotros y, agarrándome de la mano e incitándome a hacer lo mismo con Julia para formar una cadena, nos condujo hasta la puerta.
Pasamos uno a uno, entre empujones, por delante de la fila, sintiendo como la gente que llevaba rato esperando nos miraba con mala cara por habernos colado. El puerta comprobó nuestros carnets de identidad, y observando que todos éramos mayores de veintiún años, nos invitó a pasar, entregándonos a cada uno de nosotros un vale por una consumición gratis en el reservado.
—Pero, Luis, ¿cómo lo has conseguido? Ya nos has pasado gratis otras veces, pero nunca estando tan lleno —dijo Ana sorprendida y feliz mirando su entrada VIP.
—Pues ayer me contactó un relaciones públicas por Instagram, y me dijo que, si venía esta noche con amigos, nos pasaba gratis a cualquier hora con bebidas incluidas.
—¡Qué crac! —gritó Tommy—. ¿Quién es ese tío?
—Pues ni idea —replicó Luis mientras bajamos las escaleras y entrábamos en la oscura sala de baile—. No estaba en la puerta, pero le he dicho mi nombre al gorila y, como veis, nos ha dejado pasar. Así que perfecto.
UNA HORA ANTES DE LA DESAPARICIÓN
04:00 h
Bailamos como adolescentes en la pista de baile, interpretando conocidas coreografías cuando las canciones los requerían. Seguimos bebiendo, primero, la consumición gratis y, luego, un par de copas más. Miguel nos invitó a todos a un chupito para celebrar su nuevo trabajo, y Ana se dedicó a grabar los momentos épicos de la noche.
En un momento, cuando estaba mirándome en los espejos del cuarto de baño, me di cuenta de lo borracha que estaba. Se me cerraban los parpados y tenía las pupilas dilatadas.
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