Caminamos velozmente hasta la panadería que se encontraba a pocos metros de allí, donde nos sentamos en la última mesa libre que quedaba. Miguel y Carlos fueron a hacer la cola para pedir, mientras que las chicas, Luis y Jorge nos quedamos esperando.
—No sé si tengo más hambre que sueño —comentó Jorge quitándose su abrigo y dejándolo en el respaldo de la silla—. Al menos, aquí se está bien y no hace frío.
Nuestros amigos tardaron al menos diez minutos en llegar con bandejas repletas de bolsas de churros y porras, y jarras de chocolate caliente. Entusiasmados, repartimos los vasos y los platos. Nos disponíamos a comer cuando, en ese instante, comenzó a sonar el móvil de Carlota. Sorprendida, frunció el ceño al ver quién le estaba llamando.
—¿Qué pasa? ¿Quién te llama? —preguntó Miguel al ver la cara de sorpresa de su novia.
—Es Macarena, la madre de Alejandra. —Rápidamente busqué en mi bolso y saqué el móvil. También tenía una llamada suya. Al salir de la discoteca, había estado tan pendiente de Tomás que ni si quiera había mirado el móvil.
—¿Sí? —respondió Carlota—. El tono de su voz reflejaba confusión. No pude escuchar lo que Macarena decía al otro lado, ya que había mucho ruido en la panadería. Mucha gente había tenido la misma idea que nosotros y había decidido ir a desayunar churros después de una larga noche de fiesta.
—Carlota, ¿qué pasa? —preguntó Jorge.
—Chicos, Macarena dice que Alejandra no ha vuelto a casa. ¿Habéis hablado con ella?
—¿Pero no se había ido a casa en Uber a las cinco? —preguntó Ana extrañada.
—Voy a llamar a Tomás, a ver si ha hablado con ella —añadí buscando velozmente su número en mis contactos favoritos. Por suerte me respondió a los pocos segundos. Carlota seguía al teléfono con Macarena, detallándole lo que habíamos hecho aquella noche.
—Car —dije interrumpiendo la llamada y con la voz agitada—, acabo de hablar con Tomás. Tampoco sabe nada de ella. De camino a casa ha intentado llamarla, pero le ha saltado el buzón de voz. Como no ha contestado, le ha escrito por WhatsApp, pero dice que no ha recibido el mensaje. Eso es que tiene el móvil apagado. —Carlota le trasmitió mis palabras a Macarena.
—Voy a llamarla —añadió Jorge, levantándose de la mesa y marcando el número de Alejandra. Volvió a los pocos segundos—. Nada. Apagado o fuera de cobertura.
—Yo le estoy escribiendo, pero tampoco le llega —comentó Carlos.
—Yo le mandé un mensaje al ver que no avisaba que estaba en casa —Ana interrumpió a Carlos para añadir su comentario mientras que yo hacía una mueca con la cara ya que no llegaba a entender a ninguno de mis amigos con el ruido de fondo y nuestras voces pisándose la una a la otra.
—Chicos, más despacio, no puedo oíros a todos a la vez. ¿Qué estabas diciendo, Ana? —Carlota intentaba poner orden entre nosotros, que, agitados y nerviosos, no dejábamos de suspirar e imaginarnos lo peor.
—Al ver que Ale no avisaba de su llegada a casa, le mandé un mensaje en torno a las seis de la mañana. No se ha enviado hasta que hemos salido de la discoteca, pero me acabo de dar cuenta de que no lo ha recibido —dijo señalando su conversación del móvil con Ale y dejando a la vista el mensaje enviado. Carlota asintió y volvió a dirigiese a la madre de nuestra amiga para explicarle lo que Ana acababa de contarnos. Sin embargo, cuando Macarena le hizo la siguiente pregunta y Carlota dudó en contestar, me imaginé perfectamente de lo que se trataba. Por todas las veces que me había quedado a dormir en su casa, conocía muy bien a la madre de Alejandra y sus inquietudes. Siempre le preocupaba que bebiésemos demasiado e hiciéramos luego cosas de las que nos podíamos arrepentir. Pocos segundos después, Carlota se despidió de Macarena y durante un par de segundos todos nos quedamos callados, sentados en la mesa, delante de nuestro desayuno, pero ya sin ganas de comer, con el estómago completamente cerrado y la angustia recorriéndonos el cuerpo. Finalmente, fue Jorge quien decidió romper aquel silencio sepulcral.
—De verdad nadie sabe dónde está, ¿no? No se ha ido con algún tío, ni nada, ¿no?
—Por Dios, Jorge. Claro que ninguno de aquí sabe nada —contestó Carlota completamente irritada—. Si supiésemos dónde está, se lo hubiésemos dicho a su madre. —Se calló durante unos segundos, y su voz se suavizó—. Estaba muy preocupada, y conteniéndose las ganas de llorar.
—Tenemos que hacer algo para ayudarla —añadí levantándome con fuerza de la mesa—. Voy a volver a la discoteca, quizás el puerta sepa algo. Tuvo que verla salir, y tal vez se acuerde de ella.
—Te acompaño —dijo Luis con la voz firme—. Por el camino seguiré llamando a Julia a ver si sabe algo.
—Jorge, llama a tus hermanos y a todos tus amigos de la fiesta que hayan podido tener trato esta noche o en cualquier momento con Alejandra. Aunque estén dormidos. No pares hasta que consigas hablar con todos. No creo que sepan mucho, pero hay que asegurarse. Carlos, ayúdale. —Los dos chicos asintieron.
—Voy a hablar con Tomás. Él conoce un lado de ella que nosotros desconocemos y quizás pueda ayudar —dijo Ana poniéndose de nuevo el abrigo—. Me imagino que, por tu llamada, Sof, estará pendiente del móvil, pero si no voy a buscarle a su casa.
—¿Y yo que hago? —preguntó Carlota agitada—. Yo ahora, así, no me puedo ir a dormir. Estoy demasiado preocupada. Incluso creo que del agobio se me ha bajado todo el alcohol. —Carlota tenía razón. La desaparición de Alejandra nos había agitado y preocupado tanto que ni siquiera sentía ya el alcohol en la sangre.
—Intenta averiguar si se ha subido al Uber. Llama a la empresa y cuenta que Ale ha desaparecido. Quizás nos digan algo —contesté.
Luis y yo salimos de la panadería a toda prisa, dirigiéndonos de nuevo hacia la discoteca. Teníamos que llegar lo antes posible para comprobar que el portero seguía allí y poder hacerle unas preguntas. Anduvimos a paso veloz, en silencio, con la mirada fija en la acera, cada uno absorto en sus pensamientos. Apenas eran las ocho de la mañana, pero todavía no había amanecido. Distinguí de lejos la esquina de la calle donde comenzaba el pequeño y estrecho callejón, y se encontraba Tornado, la discoteca en la que habíamos visto por última vez a nuestra amiga. Luis aligeró todavía más el paso a medida que nos aproximábamos a él. De pronto, el móvil de mi amigo comenzó a sonar y ambos nos miramos fuertemente a los ojos.
—¡Responde! —grité nerviosamente.
—Es Julia —contestó Luis mirando la pantalla y contestando a la llamada—. Hola, Juls, perdona que te haya llamado tantas veces. Pero es importante. ¿Has hablado con Alejandra? ¿Sabes dónde está? —Luis permaneció en silencio un par de segundos mientras escuchaba la respuesta de Julia—. Es que no está en casa. Hemos hablado con su madre y dice que no ha vuelto. No responde a las llamadas ni a los mensajes. Tiene el móvil apagado. Estamos muy preocupados. Si te enteras de algo, o consigues hablar con ella, avísanos. ¿Vale? —Luis volvió a guardar silencio, escuchando la voz de nuestra amiga.
—¡Ponlo en altavoz! Quiero saber qué te dice. —Luis funció el ceño para concentrarse en las palabras de Julia mientras seguíamos andando un par de metros hasta llegar a la esquina con el callejón. Al poco rato, finalizó la llamada y, sin mirarme, guardó el móvil en su bolsillo.
—Tampoco sabe nada, ¿no? —pregunté en voz baja, como si realmente no quisiese hacer la pregunta porque ya conocía la respuesta.
—No —respondió Luis negando con la cabeza—. Pero me ha contado que ella también pidió un Uber y que la recogió en la esquina de la calle, en la avenida principal. Exactamente donde estamos ahora. Al parecer, el callejón no permite el acceso a los coches. Con Alejandra tuvo que ser igual. El Uber seguramente la recogió en esta esquina.
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