—Cumplió veintidós el pasado mes de octubre. Y, sí, vive en casa con nosotros. —Cerré los ojos y deseé que no hubieran hecho esa pregunta. Alejandra era una mujer adulta, y temía que por su edad no nos dedicasen el mismo esfuerzo y dedicación durante las primeras horas, las más cruciales, como harían con un menor. Solís volvió a escribir en el ordenador.
—¿Saben si había bebido? —Ambos nos quedamos callados. ¿Cómo podíamos responder a esa pregunta sin perjudicarnos? Finalmente, fue Andrés quién optó por contestar.
—Sí. Estaban de celebración. Todos bebieron copas. Pero Alejandra no suele emborracharse, suele ser muy prudente. —El agente asintió suavemente.
—Señores, ¿creen que es posible que su hija esté con algún conocido, quizás con alguien que tuviese un vínculo sentimental, y que simplemente haya olvidado comunicárselo? ¿Tiende su hija a desaparecer durante horas, sin dar señales de vida, y luego a volver a aparecer?
—¡No! —exclamé enfadada—. Nuestra hija es muy responsable. Nunca se iría a casa de nadie de madrugada sin avisarnos a nosotros o a sus amigos. Además, todos afirman que estaba cansada y que quería irse a dormir. Estoy segura de que le ha pasado algo, y usted tiene que creernos. —Solís se incorporó y se apoyó en el respaldo de la silla.
—Señora Casado, discúlpeme si he dicho algo que le haya ofendido. Solamente quiero entender bien la situación para poder analizar todos los hechos.
—Por supuesto —dijo Andrés apretándome fuertemente la mano para que me tranquilizase—. Usted haga todas las preguntas que encuentre oportunas para ayudarnos a encontrarla. —Solís asintió y sus dedos volvieron a rozar el teclado del ordenador.
—¿En qué discoteca estaba su hija?
—Tornado creo que se llama. Se encuentra en un pequeño callejón paralelo a la Avenida del Pescador Juárez —respondí suavemente, intentando sonar serena.
—Han dicho que su hija pidió un Uber para volver a casa. ¿Hay testigos que la viesen subirse al coche?
—No —volví a responder fríamente—. Carlota, una de sus amigas, me ha dicho que no había cobertura en la discoteca. Por eso, Alejandra salió a la calle a pedir el Uber. —Hice una pequeña pausa antes de proseguir—. Después, Sofía, otra de sus amigas, cuando la llamé preocupada, decidió volver a la discoteca y hablar con el portero. Este afirmó haber visto a Alejandra salir de la discoteca, pararse un par de minutos delante de la puerta con el móvil, supongo que para pedir el Uber y, después, marcharse sola por el callejón, de camino a la avenida principal.
—Por lo tanto, ¿vio este portero cómo Alejandra se subía en el coche? —Solís hablaba despacio y pronunciando exageradamente cada una de las palabras. Por mucho que fuese para que entendiésemos correctamente sus preguntas, aquello me irritaba enormemente.
—No —añadió Andrés—. Como le he dicho antes, la discoteca se encuentra al final de un callejón sin salida. Los coches esperan en la calle principal, Pescador Juárez, perpendicular a este callejón. El portero afirma que la vio caminar por el callejón, pero que la pared del edificio de enfrente bloqueaba la visibilidad. —Solís se mordió el labio inferior, mientras dibujaba mentalmente la escena en su cabeza, y se apresuró a anotarlo.
—¿Saben el nombre del portero? —preguntó tras apuntar en sus notas durante unos segundos.
—No. Fue Sofía quien habló con él.
—Está bien. Tendremos que hablar con Sofía para que nos cuente con más detalle esta parte. Después, les pediré sus datos de contacto, al igual que los de todos los amigos con los que tengan constancia de que su hija estuvo ayer. —Asentí en señal de acuerdo—. ¿Podrían describirme a Alejandra, por favor?
—He traído una fotografía suya. —Busqué en mi bolso y saqué la foto que pocas horas antes había impreso para traerla a comisaría—. La foto es de hace unas semanas, por lo que es bastante reciente. —Solís agarró el folio entre sus manos y examinó detalladamente los rasgos faciales de mi hija.
—Mujer de veintidós años, con color de pelo castaño claro, corto y con flequillo. Ojos azules, nariz pequeña y sonrisa amplia. ¿Están de acuerdo con esta descripción? —Andrés y yo afirmamos al unísono—. ¿Podrían confirmarme su peso y altura?
—Sí, mide alrededor de 1,65 m y debe pesar cincuenta y dos kilos. Es una chica delgada. —Solís anotó mi respuesta antes de volver a preguntarnos.
—Podrían describirme la última vez que la vieron. ¿Recuerdan cómo iba vestida?
—Yo la vi por la mañana, antes de que se marchase a trabajar. —Esta vez pude percibir cómo la voz de Andrés comenzaba a romperse—. Estuve toda la tarde jugando al fútbol con compañeros de la oficina y, cuando volví a casa para cenar, Alejandra ya se había marchado.
—En cambio, yo me despedí de ella antes de que se fuese con sus amigos a cenar. Me dio un beso como siempre y me dijo que me avisaría cuando estuviese volviendo a casa. —Decidí omitir la parte que me describía como una madre protectora. No quería que pensasen que estaba exagerando la situación. Sabía que a Alejandra le había pasado algo—. En cuanto a su ropa, iba vestida con unos vaqueros, una blusa negra y unos botines. Su abrigo era marrón de piel. —Solís fue apuntando una vez más a medida que yo hablaba.
—¿Qué estudia su hija?
—Periodismo y audiovisuales en la Universidad Complutense. Está en quinto de carrera. Termina este año. —Apenas terminé de responder, Solís cambió bruscamente de tema.
—Han dicho que han hablado con sus amigos. Aparte del relato de Sofía y el portero. ¿Les han dicho algo más?
—No —respondió Andrés—. Al ver que Alejandra no volvía a casa, Macarena contactó con Carlota que estaba con varios de sus amigos desayunando en una cafetería. Ninguno sabía nada. A raíz de esto, Sofía fue a hablar con el portero mientras que otros hablaban con los invitados de la fiesta por si sabían algo.
—¿Fiesta? ¿Qué fiesta? —preguntó Solís extrañado.
—Disculpe. Alejandra salió a cenar con sus amigas, después fueron a casa de Jorge, otro de sus amigos, a una fiesta, y, finalmente, acabaron en la discoteca.
—Entiendo. Señores, ¿saben ustedes si su hija tenía problemas o estaba metida en algún lío?
—No —dije velozmente—, que nosotros sepamos. Alejandra es una chica normal. Siempre ha tenido buenos amigos y nunca la hemos visto meterse en problemas.
—De acuerdo. —Solís se alejó un poco del ordenador y se reincorporó para mirarnos a los ojos—. Según lo que me cuentan, su hija lleva alrededor de ocho horas desaparecida. Todavía es pronto para comenzar una búsqueda oficial, pero, puesto que las primeras horas de la desaparición son esenciales para localizar a su hija, voy a pasarle el caso al inspector Ugarte. Además, como ustedes afirman que su hija nunca había desaparecido de este modo, sin dar señales, voy a pedir que empiecen a procesar la búsqueda y el estatus de persona desaparecida cuanto antes. Por ahora, tan solo puedo recomendarles que se vayan a casa y que intenten volver a hablar con todos los amigos de su hija. No solo con los que estuvo la noche de ayer, sino también con cualquiera con el que tenga una estrecha relación. Quizás sepan algo. Y, si en cuarenta y ocho horas siguen sin saber nada de ella, y el inspector Ugarte aún no se ha puesto en contacto con ustedes, vuelvan a venir aquí.
—Gracias —susurré intentando parecer un poco confortada.
—Por favor, antes de marcharse, escriban en este papel sus datos de contacto, al igual que el de Sofía, Carlota y demás amigos. El inspector Ugarte se pondrá en contacto con todos ustedes para hacerles unas preguntas. —Solís deslizó sobre la mesa un folio y un bolígrafo.
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