Andrés y yo volvimos a casa, y estuvimos toda la tarde sentados en el sofá, con el teléfono al lado, esperando ansiosamente que sonase. Volvimos a hablar con Sofía y con Carlota, pero no nos dijeron nada nuevo, nada que nos pudiese aliviar el dolor que sentíamos en lo más profundo del pecho. Ninguno de los invitados de la fiesta había hablado con Alejandra después de que el grupo se marchase a la discoteca, ni habían notado nada extraño en ella. Todos sus amigos hicieron un gran esfuerzo por intentar recordar cada segundo de la noche anterior, pero nadie fue capaz de encontrar ningún indicio sospechoso. Por otro lado, también contactamos con sus amigos de la universidad, pero ninguno de ellos había hablado con ella aquella noche y desconocían, por completo, su paradero.
Las horas iban pasando y seguíamos sin tener noticias de Alejandra. Su teléfono seguía apagado, y saltaba el contestador cuando la llamábamos. Con todo mi ser había intentado mantener la esperanza de que pronto mi hija aparecería por la puerta, y que este espantoso día tan solo se convirtiese en una horrible pesadilla. Pero el reloj estaba en mi contra. Cada segundo que pasaba reducía las posibilidades de encontrarla, de volver a abrazar a mi pequeña. La angustia me recorría el cuerpo y, por más que lo intentase, era incapaz de parar de llorar. Andrés intentó obligarme a comer y a cenar, pero yo no quería. Tan solo podía aferrarme a la posibilidad de que el teléfono sonase con noticias de la policía.
Mientras mi marido me preparaba una bandeja con algo de fruta, observé atentamente cada uno de sus movimientos, y me quedé perpleja ante su serenidad. Tan solo podía mostrar fascinación y orgullo por su capacidad por mantener la calma y la compostura. Sabía que en su fuero interno ardía intensamente por el dolor, y que la simple idea de perder a su hija le consumía. Pero él era consciente de que tenía que ser fuerte, por los dos. Intuía que tendría que ser él quien tirase de mí, y quien me ayudase a sobrevivir si algo terrible sucedía. Durante un pequeño instante, me olvidé de todo y pude sentirme afortunada por haberle escogido como marido, por haber tenido la suerte de cruzarme con él y haber sabido mantenerle a mi lado. Era el amor de mi vida, mi compañero y el mejor padre que le podría haber dado a mi hija. Era un hombre tierno, cariñoso y atento. Mis labios dibujaron una leve sonrisa al sentirme atraída todavía por él. Aunque los años hubiesen pasado, su pelo fuese canoso y sus ojos azules estuviesen rodeados de arrugas, para mí seguía siendo el joven atractivo que en la primera cita me había conquistado. Tan solo una cena romántica y un paseo por Gran Vía habían bastado para darme cuenta de que él era el adecuado. Su forma de hablar de la vida y de la familia me habían cautivado, empujándome a vivir una vida maravillosa a su lado. Recordé la felicidad con la que había cogido, por primera vez, a Alejandra en sus brazos, la noche en que nació. Después de dos abortos naturales y de numerosas consultas médicas, durante unos meses, perdimos la esperanza de poder llegar a ser padres algún día. Pero la noticia de mi tercer embarazo nos devolvió la ilusión. El nacimiento de Alejandra nos cambió la vida y nos unió más que nunca, ya que ambos nos dimos cuenta de que habíamos sobrevivido al momento más duro de nuestra vida, y que, si lo habíamos logrado, era porque nos habíamos apoyado mutuamente. Pero ahora todo era distinto. Esta vez, no me veía con la capacidad de luchar y mantenerme fuerte. Si algo le había sucedido a mi hija, sería incapaz de vivir con ello. El dolor me consumiría, perforándome el corazón y arrebatándome las ganas de vivir.
Ya había anochecido cuando, de pronto, el móvil de Andrés recibió una llamada de un número desconocido. Con el corazón en un puño y la respiración acelerada, sujetó el teléfono con su mano derecha y respondió.
—¿Sí? ¿Quién es? —El corazón me latía velozmente y mi cuerpo no dejaba de temblar.
—Buenas noches, señor Martínez, soy el inspector Ricardo Ugarte. El agente Ignacio Solís me ha pasado la denuncia que han hecho esta tarde en la comisaría por la desaparición de su hija. ¿Han recibido noticias de ella?
—No, no sabemos nada. Hemos vuelto a hablar con sus amigos, tal y como nos han dicho, pero ninguno sabe nada nuevo.
—De acuerdo. —Al otro lado de la línea, podía escuchar una voz grave y ronca—. Su hija lleva alrededor de diecisiete horas ausente. Puesto que la desaparición se ha llevado a cabo de madrugada, y, según la declaración, ustedes han afirmado que siempre vuelve a casa y que nunca había sucedido algo por estilo, vamos a empezar ya mismo con la investigación. Imagino que ya sabrán que las primeras horas son cruciales para poder encontrar a su hija con vida. Por ello, me gustaría pedirles que volviesen a comisaría para tomarles otra vez declaración y hacerles algunas preguntas que no constan en su denuncia. Quiero que me cuenten absolutamente todo lo que saben, con detalles incluidos. Así mismo, mañana citaré a todos sus amigos con los que se encontraba esa noche para que cada uno de ellos me cuente su versión de la historia.
—Gracias. Podemos ir ahora mismo, si le viene bien. —Andrés estaba inquieto y no dejaba de dar vueltas por la cocina.
—Sí. Les espero en la comisaría. Cuando lleguen a la garita pregunten por mí.
—Gracias. —Antes de que ambos colgasen, le cogí el móvil a Andrés—. Inspector Ugarte, soy Macarena, la madre de Alejandra.
—Buenas noches, señora Casado. —La voz del inspector era más grave de lo que imaginaba ahora que la escuchaba de cerca, pero no sé por qué, me trasmitía confianza y seguridad.
—¿Podría decirnos si han averiguado algo? —pregunté a la vez que me mordía las uñas.
—De eso mismo quería hablarles en comisaría, aparte de tomarles declaración.
—De acuerdo —dije firmemente—. Vamos hacia allí.
22:00 h
Andrés y yo volvimos a la comisaría, pasando por delante de la garita y, como se nos había indicado, mencionando el nombre del inspector Ugarte. A diferencia de por la mañana, no tuvimos que esperar a ser atendidos, el inspector nos estaba esperando en su despacho. Un agente nos condujo hasta él, subiendo hasta llegar a la segunda planta y caminando por un largo pasillo. Rápidamente, llegamos a una de las habitaciones que había al final del corredor y, pegada a la ventana, percibimos la silueta de un hombre. Tal y como me había imaginado, era un señor alto y con barba, que por su elegante traje de chaqueta y corbata nadie hubiese dicho que se trataba de un policía.
—Buenas noches, señores. —Se acercó educadamente a nosotros y nos tendió la mano—. Siento mucho haberles hecho venir hasta aquí tan tarde. Me gustaría poder repasar con ustedes los eventos de la noche de ayer, dónde su hija fue vista por última vez y comentarles los primeros pasos de la investigación. —Andrés y yo tomamos asiento enfrente del escritorio.
—¿Podría decirnos lo que han averiguado? —preguntó firmemente mi marido con la voz seca y en tono preocupado.
—He estado revisando las notas del agente Solís, y, si les soy sincero, me han llamado la atención bastantes cosas. —Me gustó la firmeza y seguridad con la que pronunciaba las palabras—. La primera, la disposición de la discoteca y el hecho de que no hubiese visibilidad sobre el callejón. Según lo que ustedes declararon esta mañana, Sofía, la amiga de su hija, habló con el portero y este confirmó que vio salir a Alejandra, esperar unos segundos con el móvil en la mano y, después, marcharse por el callejón. También, según su declaración, los amigos de su hija afirman que ella salió de la discoteca a pedir el Uber. Por ello, me gustaría comprobar si, en efecto, su hija se detuvo para pedir el coche y, en caso positivo, si llegó a subirse a él. —Cerré los ojos ante la posibilidad de que a mi hija le hubiese pasado algo mientras caminaba sola por ese oscuro callejón.
Читать дальше