Por supuesto, todo este proceso confirma la existencia de fuertes recelos en José Antonio frente a la capacidad política de los militares y una prevención aun mayor a que estos se enfeudaran con la derecha de siempre. Pero demuestra también que en el momento decisivo ninguna instancia pudo más en él que la puramente contrarrevolucionaria. En cierto modo, la suerte de Falange había quedado sellada.
La última fase de la vida de nuestro personaje transcurre en prisión donde había ingresado ya en el mes de marzo y donde pasaría los primeros meses de la Guerra Civil hasta su fusilamiento en Alicante el 20 de noviembre de 1936. Unos meses, los que van de julio a noviembre, que son para nosotros sumamente interesantes porque de algún modo nos revelan las múltiples caras del personaje, sus dudas y vacilaciones, su idealismo y su realismo, su vertiente «heroica» y su vertiente «humana». Veamos algunas de las cuestiones más relevantes.
José Antonio Primo de Rivera y su Falange han apoyado el golpe de Estado. En la medida que pueden, testimonia su hermano Miguel, siguen con entusiasmo los avances de las tropas nacionalistas. Pero poco después, hacia la primera quincena de agosto, veremos a nuestro protagonista hacer propuestas de mediación al gobierno republicano. Intenta una entrevista con Martínez Barrio y, en su defecto, es visitado en la cárcel por Martín Echevarría (subsecretario del Ministerio de Agricultura y secretario de la Junta Delegada por Levante) a quien se ofrece para negociar con Mola el cese de las hostilidades. En un escrito redactado por esas fechas se hace un análisis de la guerra que hoy llamaríamos equidistante: «Si gana el gobierno –afirma– 1.°) fusilamientos; 2.°) predominio de los partidos obreros... 3.°) consolidación de las castas de españoles». Pero si ganan los sublevados, continúa, «Un grupo de militares de honrada intención; pero de desoladora mediocridad política»; y detrás de ellos «1) el viejo carlismo intransigente, cerril, antipático; 2) las clases conservadoras, interesadas, cortas de vista, perezosas; 3) el capitalismo agrario y financiero, es decir: la clausura en unos años de toda posibilidad de edificación de la España moderna. La falta de todo sentido nacional de largo alcance». ¿La solución? Cese de las hostilidades, amnistía general, reposición de funcionarios, desarme de las milicias... y formación de un gobierno presidido por Martínez Barrio del que formarían parte entre otros Maura, Portela, Ventosa, Melquiades Álvarez, Ortega y Gasset, Marañón y Prieto. 102
Más tarde, en su defensa ante el tribunal popular, Primo de Rivera llegará todavía más lejos, hasta el punto de insinuar que el fracaso de la sublevación en la zona en que estaba preso no era en absoluto accidental o que sus fuerzas, «medio engañadas», estaban siendo lanzadas «detrás de un confuso movimiento de líneas políticas e históricas indescifrables». 103
¿Equidistancia, arrepentimiento, estrategia de supervivencia en previsión del juicio que habría de condenarlo a muerte? Tal vez un poco de todo ello. El propio José Antonio reconoció en su testamento que posiblemente había ido demasiado lejos en su defensa, que sus sospechas acerca de que le habían dejado aislado «adrede en medio de una región que a tal fin se mantuvo sumisa» carecían de fundamento, o que nunca había afeado «a mis camaradas de Falange el cooperar en el movimiento insurreccional con «mercenarios traídos de fuera». 104Todo esto pudo suceder, pero es cierto también, como hemos tenido ocasión de ver reiteradamente, que sus temores ante un triunfo de la contrarrevolución militar y reaccionaria eran genuinos.
Si un hilo de coherencia puede hallarse en todo ello es precisamente el revolucionarismo fascista: aquél que pretende superar las divisiones de izquierdas y derechas, aquél que apuesta por una alternativa distinta por igual de la «derecha reaccionaria» y la «izquierda antinacional». Sin embargo, fascistas y reaccionarios tenían en común su voluntad de destruir antes que nada a esa izquierda, a toda la izquierda, y ese, y no otro, era el objetivo común de todos los alzados contra la República. Las diferencias vendrían después y buena parte de la impaciencia y desesperación de José Antonio provenía posiblemente de ahí: de la conciencia de que en la segunda fase, aquella en que se dirimiría la evolución del nuevo Estado, su proyecto fascista y revolucionario tenía todas las de perder.
Sin embargo, sorprendentemente, el último José Antonio, no sabemos si por pesimismo o desesperación, parece alejarse del fascismo para volver sobre supuestos aristocratizantes, católicos y neotradicionalistas. Así, en su Cuaderno de notas de un estudiante europeo 105dirá del fascismo que «es fundamentalmente falso», porque «acierta al barruntar que se trata de un fenómeno religioso, pero quiere sustituir la religión por una idolatría»; 106o porque lleva a «la absorción del individuo en la colectividad» y a una «exterioridad religiosa sin religión» 107(p. 174). En esta dirección renunciará incluso a la raza y la patria si no es como instrumentos de un orden universal superior, religioso y cristiano . 108
Por supuesto, el máximo enemigo seguía siendo el bolchevismo, mientras que del fascismo, especialmente del alemán, aun podría esperarse una evolución salvadora: la que le apartaría de la tradición nacionalista y romántica, para devolverlo al «destino imperial de la casa de Austria». Estamos lejos, pues, de todo fascismo radical y mucho más cerca, si acaso de un fascismo «neotradicionalista» en el que van entrando en juego las concepciones más conservadoras, reaccionarias y aristocratizantes del personaje.
Nos hallaremos así súbitamente ante un perfil de la historia de España -España: germanos contra beréberes , lo titula- 109que parece la peor de las versiones o desarrollos imaginables de la España invertebrada de Ortega. Aquí, la noción de unidad de destino se utilizará ahora contra la de territorio, pero sólo para reivindicar la raza gótico-católica que constituye frente al «fondo popular indígena (celtibérico, semítico en gran parte, norteafricano por afinidad...)» la verdadera esencia de España. Son esos godosarios los que conquistan la Hispania romana y los que la reconquistan frente a los árabes mientras «aborígenes y bereberes» profusamente mezclados contemplan el combate entre dos razas superiores.
No es esto lo peor, sin embargo. La lucha entre la constante germánica y la bereber, dominada y resentida explicarían el resto de la historia de España. Y nuestro hombre no tiene el más mínimo empacho en identificar con la primera a Monarquía, aristocracia, Iglesia y milicia. Y con la segunda, a toda la intelectualidad de izquierda, desde Larra cuanto menos en adelante. En suma, lo liberal, lo popular y lo bereber formarían un todo histórico en contraposición a lo conservador, aristocrático y germánico». 110Y la República de 1936 no sería sino «el desquite de la Reconquista», «la nueva invasión bereber». 111
No es de extrañar por tanto que en otro escrito, cuando de la «Aristocracia y la Aristofobia» 112se trata, José Antonio Primo de Rivera constate y lamente la decadencia de la aristocracia. Ciertamente, no deja de reconocer que buena parte de la responsabilidad de esa caída recae sobre los propios aristócratas. Y que frente a la «confusión y ordinariez imperantes» y el «callejón sin salida» en el que se sitúan las masas, nuestro ensayista apuesta por la acción de las minorías selectas. Pero no deja de sorprender su apelación a la aristocracia de sangre: «Por ahora, y por bastante tiempo, si es que la ola turbia no nos anega del todo, la más llamada entre esas minorías a recobrar las condiciones de mando es la aristocracia de la sangre» 113(p. 183). Y, por supuesto, no hace falta decir que José Antonio Primo de Rivera se consideraba miembro de pleno derecho de ella.
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