Pero esta, si se quiere, «pequeña triquiñuela» no es suficiente para eludir la complejidad del problema. Porque de todas formas nos enfrentamos aquí a un personaje que fue un hombre, un dirigente fascista y un mito . Y es ésta última dimensión la que se proyecta sobre las dos anteriores sobreponiéndose al propio personaje hasta el punto de hacerlo en ocasiones irreconocible. Un mito, como se sabe, puede cumplir múltiples funciones. Puede ser movilizador y puede ser legitimador. Puede ser utilizado para justificar permanencias e inmovilismo o para impulsar evoluciones y cambios. Pero puede ser también revisitado periódicamente en función de las necesidades políticas o de todo tipo del presente, de los sucesivos presentes.
Tenemos pruebas más que suficientes de todo ello. El gigantesco y formidable espectáculo del traslado de sus restos mortales de Alicante a El Escorial en noviembre de 1939 reunió casi todas las facetas del mito: la propiamente mística del componente religioso y culto a los caídos de todos los fascismos; la, a la vez, movilizadora y legitimadora de una Falange que aún confiaba en ver hecho realidad el sueño del Estado totalitario; la propiamente legitimadora de un régimen, el franquista, y su máximo exponente, Franco, bastante distantes del revolucionarismo falangista. Mito y culto de José Antonio, pues, como legitimadores de una dictadura y de sus cambios. Si el fundador de Falange sirvió para fundamentar la retórica totalitaria y fascista del régimen hasta 1941-42, pronto iba a servir para lo contrario. Y a partir de estas fechas, como se sabe, algunas manifestaciones del dirigente falangista serán utilizadas para negar el carácter fascista y totalitario de su movimiento y, por supuesto, del régimen que decía inspirarse en él. Sucesivamente, el mito siguió cumpliendo sus funciones entre los distintos sectores del régimen y aun entre sus oponentes. Por supuesto, Franco nunca renunció a su utilización y lo mismo hicieron los falangistas «franquistas»; pero el José Antonio «revolucionario» siguió alimentando a las sucesivas «falanges auténticas» más o menos antifranquistas; y hasta un José Antonio cuasi liberal y omnicomprensivo pudo acompañar la evolución hacia el antifranquismo, o el a-franquismo, de hombres como Ridruejo, Tovar, Laín y un largo etcétera. Ni faltó, en fin, como de todos es sabido, un intento de pseudoapropiación-distorsión de su figura por parte de hombres de la oposición que, como Prieto, creyeron encontrar en el fun dador de la Falange un elemento deslegitimador de la propia dictadura franquista.
Luego volveremos sobre algunas de estas cuestiones. Pero por el momento nos concentraremos en la pregunta y los aspectos que anunciábamos, es decir «¿Quién fue José Antonio Primo de Rivera en su relación con el fascismo español?». A tal fin seguiremos la trayectoria política de nuestro hombre en tres fases o momentos. La primera abarcaría desde 1930 hasta los primeros meses de 1934; la segunda se extendería desde aquí hasta julio de 1936; y la tercera desde esta fecha hasta su muerte.
Podríamos decir que nuestro personaje inició su vida política en las filas de la derecha monárquica reaccionaria y contrarrevolucionaria –en la Unión Monárquica Nacional- que agrupaba a muchos de los hombres de la que había sido el régimen de su padre, la dictadura de Primo de Rivera. Una derecha reaccionaria y contrarrevolucionaria que en términos generales le acompañaría y arroparía en su proceso de creciente fascistización hasta la fundación misma de Falange Española en octubre de 1933 y los primeros pasos de la nueva formación.
No hay, en efecto, ninguna duda de ese proceso de acompañamiento y arropamiento: estos derechistas son los patrocinadores de la primera candidatura de José Antonio al Parlamento allá por 1931, cuando presentado por Madrid como único candidato de todas las derechas obtendrá 28.560 votos, poco más del 31%. Este es el tipo de apoyos con el que se cuenta cuando en marzo de 1933 se lanza el semanario El Fascio , primer intento frustrado de creación de una plataforma conjunta de todos los fascistas españoles –de José Antonio Primo de Rivera a Ramiro Ledesma, de Sánchez Mazas a Giménez Caballero. Los monárquicos alfonsinos apoyaron económicamente y pactaron políticamente en agosto de 1933, en el llamado «Pacto de El Escorial» con el Movimiento Español Sindicalista-Fascismo Español , precedente inmediato de la Falange joseantoniana. El famoso mitin de la Comedia del 28 de octubre de 1933, considerado como el referente fundacional de Falange Española, se anunció como un «acto de afirmación españolista» enmarcado en el conjunto de los actos electorales de la coalición derechista. Con esta coalición, en la que ni siquiera se presentaba como candidato de Falange, alcanzaría su escaño parlamentario por la circunscripción de Cádiz. Hasta su salida en el verano-otoño de 1934, hombres de absoluta fidelidad monárquica, como el marqués de la Eliseda o el aviador Ansaldo ocuparon lugares de privilegio en el aparato político y militar del nuevo partido.
Pero debe incidirse también en que este acompañamiento y arropamiento no implicaba identidad. En cierto modo José Antonio Primo de Rivera partía de una formación liberal conservadora, con elementos regeneracionistas y fundamentos laicos, no obstante sus convicciones religiosas inequívocamente católicas. No era tampoco un fiel absoluto de la Monarquía y si en su campaña de 1931 aceptó su condición de derechista no quiso hacer lo propio respecto de la de monárquico. Sobre estas bases pudo proseguir además un proceso de fascistización en el que jugaría un papel importante su fascinación por Mussolini, a quien visitó en búsqueda de apoyo y consejo unos días antes del mitin de la Comedia. Estudioso ya del fascismo italiano, recibe en esta época la influencia de Giménez Caballero, introductor y primer propagandista en España de la idea de fascismo. A retener también que en este proceso de fascistización iba a entrar en contacto con hombres que estaban realizando el mismo trayecto desde posiciones mucho más laicas y modernas como los orteguianos García Valdecasas, García del Moral o Bouthelier. El mismo Ortega ejercía una creciente influencia sobre él y lo mismo puede decirse de su admirado Unamuno. Estos dos últimos configuraban la necesaria conexión con el discurso de la decadencia y la regeneración propio del 98 y décadas sucesivas.
El segundo periodo, el comprendido entre febrero de 1934 aproximadamente y julio de 1936 es el que contempla, por igual, la conquista del liderazgo de José Antonio en el fascismo español; su radicalización en un sentido genuinamente fascista y la conquista de su autonomía respecto de los aliados derechistas. La fusión con las JONS, en febrero de 1934, y aun la salida de Ramiro Ledesma de FE de las JONS, casi un año después, constituyen hitos fundamentales en este proceso.
Lo primero, la fusión con las JONS de Ledesma y Redondo, coadyuvó a la radicalización del discurso y actitudes de Primo de Rivera en un sentido revolucionario tanto desde el punto de vista mítico –esto es, el mito de la revolución en tanto que tal– como del social y nacional. Lo dirá claramente en su discurso de proclamación de FE de las JONS pronunciado en Valladolid el 4 de marzo de 1934: «... Hemos preferido salirnos de ese camino cómodo e irnos, como nos ha dicho nuestro camarada Ledesma, por el camino de la verdadera revolución. Porque todas las revoluciones han sido incompletas hasta ahora en cuanto ninguna sirvió, juntas, a la idea nacional de la Patria y a la idea de la Justicia social. Nosotros integramos estas dos cosas: la Patria y la Justicia social, y resueltamente, categóricamente, sobre estos dos principios inconmovibles queremos hacer nuestra revolución». 91
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