Aquella fue, sin duda, una experiencia muy interesante, y creo que hicimos una gestión aceptable. Dos años en los que ejercí dicho cargo sin dejar de dar mis clases en la Universidad, tan solo reduciendo un tanto mi dedicación a esta. Hasta que presenté mi dimisión a la alcaldía de Llíria el 28 de abril de 1981. Lo he relatado todo en el libro Una història de dos anys publicado por la editorial Tres i Quatre. Un libro que refleja el día a día de aquella experiencia (incluyendo el 23-F) y habla de la precaria mayoría del equipo de gobierno municipal; su núcleo lo formábamos los regidores socialistas y comunistas, mientras que dos regidores republicanos basculaban frecuentemente hacia la oposición y nos dejaban en minoría en los temas más importantes. Busqué el mayor consenso posible pero no lo conseguí. Así pues, como comportaba un alto coste y mucha tensión prolongar aquella situación, decidí cortar por lo sano y dimitir, dando la oportunidad de gobernar el municipio a la derecha (independientes y UCD) con el apoyo de los republicanos.
Todavía permanecí unos meses en el Ayuntamiento de Llíria como concejal en la oposición. En aquella tesitura, recibí el encargo de instruir el preceptivo expediente para conceder el título de hijo predilecto del municipio al escultor Silvestre de Edeta, autor de una importante obra artística, incluyendo el conocido grupo escultórico Homenaje al río Turia de la plaza de la Virgen de Valencia. Me tomé aquel trabajo como una liberación de otras cosas, y a lo largo del verano de 1981 me volqué en el estudio de la vida y la obra del artista. Al final, más allá de presentar el expediente que se me había encargado, escribí el libro L’escultor Silvestre d’Edeta i el país del seu temps, que publicó la editorial Fernando Torres. Por aquel entonces Silvestre tenía 72 años, y yo pensaba que su vida ya no se alargaría demasiado. Sin embargo, el insigne escultor murió cerca de cumplir los 105 años, el 17 de julio de 2014.
De cualquier manera, mi tiempo en el Ayuntamiento de Llíria se había agotado. Más aún cuando dejé de militar en el Partido Comunista en enero de 1982 a raíz de una crisis interna que provocó la salida de este del sector más «eurocomunista». Dejé constancia de ello en un par de artículos que escribí en Diario de Valencia, uno el 19 de noviembre de 1981 y otro el 13 de enero de 1982. Por todo lo cual, entregué también mi acta de concejal y me concentré en mi trabajo en la Universidad, donde por otro lado había recuperado la dedicación exclusiva desde el inicio del curso 1981-1982.
Lo más gratificante de aquel periodo en la alcaldía de Llíria fue sin duda el contacto con mucha gente, y especialmente con aquellos compañeros con los que compartí la gestión del municipio (Miguel y Julia Arastey, Miguel Contreras, Enric Llopis, Juan Muñoz, Manuel Pacheco, Juan Palacios y Paco Pla), algunos fallecidos ya. Un periodo en el que murió mi madre, en agosto de 1979, y nació mi hija Mari Carmen, el 29 de octubre de 1980, una bendición esta última que nos compensó a Carmen y a mí de las tristezas y los sacrificios de aquellos momentos. A mi hija y a mi hijo dediqué después el libro El Camp de Túria, publicado por el Institut Alfons El Magnànim de la Diputación de Valencia, a finales de 1981, en su colección «Descobrim el País Valencià».
Este fue un pequeño libro que hice por encargo, con gran gusto e interés, y en el que quise dar una visión de conjunto de la comarca, estimulando la realización de otros trabajos más específicos. Había allí una reflexión sobre la denominación y la delimitación del Camp de Túria, sobre su situación en las distintas etapas históricas y sobre sus principales cambios y desafíos en el presente. Además, acompañaban el texto unas cuidadas fotografías realizadas por Josep Vicent Rodríguez en unos entretenidos paseos que ambos hicimos entonces por los pueblos de la zona. El libro me consta que fue bastante leído y sirvió también como instrumento de apoyo en determinadas actividades docentes.
Tiempo después realizaría otro libro con la misma metodología sobre la vecina comarca del interior, Los Serranos, publicado asimismo por el Institut Alfons El Magnànim en la colección «Descobrim el País Valencià». Aparte de la relación de vecindad, mi interés por esta comarca derivaba también de mi colaboración con la Asociación Democrática Cultural de Villar desde la creación de los Premios Histórico-Literarios de La Serranía en 1979, uno de cuyos artífices fue Jesús Martínez Guerricabeitia (empresario que una década después auspició la creación de un conocido patronato artístico de la Fundación General de la Universidad de Valencia). Tuve el honor de formar parte del jurado calificador de dichos premios en tres ediciones. Durante las dos primeras, junto al profesor Manuel Sanchis Guarner. Este murió, sin embargo, el 16 de diciembre de 1981. De hecho, la tercera edición, celebrada en febrero de 1982, sirvió para rendir un emotivo homenaje a la figura del eminente filólogo valenciano. Por mi parte, a lo largo de aquel año concluiría el libro Los Serranos, aunque no se publicó hasta 1984.
Este libro tuvo también una buena difusión. En realidad, el conjunto de la colección «Descobrim el País Valencià» fue un verdadero acierto editorial. Mi libro sobre la Serranía, que iba acompañado igualmente de unas interesantes fotos a cargo de Josep Vicent Rodríguez, mereció en particular los elogios de la escritora María Ángeles Arazo, autora entre otros de dos excelentes trabajos publicados por Prometeo: Gente del Rincón (1966) y Gente de la Serranía (1970). María Ángeles era redactora a la vez de Las Provincias. Este periódico fue muy crítico conmigo (como lo fue en general con toda la izquierda) durante mi periodo de gestión municipal, pero ella no dejó de comentar allí favorablemente mis escritos en aquella época difícil. Algo que siempre le agradeceré.
Los desafíos de una gran crisis
Se me difumina la memoria. Veo en mi archivo que, además de colaborar esporádicamente en la revista Saó y en Diario de Valencia, volví a publicar artículos académicos tan pronto recuperé la dedicación exclusiva a la Universidad; el primero de ellos, titulado «Notas sobre la financiación de las Autonomías y el reequilibrio espacial de la economía española», realizado en colaboración con Emèrit Bono, apareció en la revista Iglesia Viva en el último cuatrimestre de 1981. Encuentro también un folleto en el que aparezco participando en Benetússer, en diciembre de 1981, en un seminario sobre la economía valenciana junto a Vicent Soler, Emèrit Bono, Manuel Pérez Montiel y Ernest Lluch. Con todo, recuerdo que mi estado de ánimo en aquellos momentos era de cierto desconcierto ante la larga crisis económica que estábamos viviendo y la falta de respuestas adecuadas de carácter teórico.
Veo en mis estanterías algunos textos que aportaban avances positivos en este sentido (como los realizados por el profesor Luis Ángel Rojo), mientras que otros se alejaban entre dogmas en el túnel del tiempo (particularmente los de una cierta corriente marxista). En la facultad se estaban haciendo algunas cosas interesantes (encuentros, seminarios, papeles). Recuerdo, por ejemplo, un libro de Aurelio Martínez Estévez, publicado por Fernando Torres en 1977, con el título Reflexiones en torno a la crisis de los años 70, y otro de Manuel Sánchez Ayuso e Isidro Antuñano, publicado por Pirámide en 1981, con el título Crisis económica: hechos, políticas e ideas. Pero aún faltaba avanzar más para entender mejor los factores explicativos de aquella gran crisis y orientar políticas apropiadas en pos de la reactivación económica y la creación de empleo.
Desde finales de la Segunda Guerra Mundial hasta mediados de los años setenta había predominado en el mundo occidental, y especialmente en Europa, un paradigma económico de carácter keynesiano y socialdemócrata, ya que la experiencia de la gran depresión de los años treinta debilitó la fe en los planteamientos liberales extremos. Había un reconocimiento generalizado de que el capitalismo, la economía de mercado, era un sistema imperfecto, propenso a la evolución cíclica y a la desigualdad social, que requería como complemento la intervención del Estado en los ámbitos de la regulación, la estabilidad macroeconómica y la redistribución de la renta. Se forjó así un amplio consenso en la necesidad de establecer unas economías mixtas que contaran con una importante presencia del Estado de Bienestar.
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